En el programa anual de eventos patrocinados por la empresa Pacific Rubiales, siempre se incluía un día sábado de mediados del año, para el festejo del día de la familia. En ese día se congregaban a los trabajadores con sus respectivas familias, en un sitio amplio y acondicionado para la recreación y el esparcimiento, contratando los servicios de una facilidad de recreación, clubes u hoteles.
El festejo se dedicaba por separado para los trabajadores de la sede principal en Bogotá y para aquellos de las áreas operacionales de la empresa.
Con el día de la familia, se fortalecían los lazos de la convivencia, para generar un entorno de seguridad laboral, confianza, bienestar y sobre todo para hacer posible la comunicación y la integración con los trabajadores.
El esquema de la celebración incluía el perpetuar el recuerdo de ese momento con una foto familiar, tomada justo en la entrada, la entrega de los tickets para las comidas, las bebidas y los juegos, un almuerzo en un gran comedor y las rifas de artículos de valor.
También se aprovechaba del espacio y el tiempo, para la entrega de emblemas y de regalos a los trabajadores con antigüedades en quinquenios cumplidos.
En una ocasión observando las actividades en torno a los juegos, fijé mi vista en una reacción nerviosa de una trabajadora que se preocupaba por la salud de su madre. Ambas estaban en un toldo, en donde existían unas bandejas con comida picada y en ellas existían chicharrones de pollo y de cerdo. Al acercarme, me enteré del drama alrededor de la señora, quien estaba atragantada y ya daba señales de asfixia. Me decidí a probar con lo que todos hemos visto en videos de cómo actuar ante una emergencia de este tipo; la abracé por su espalda y la apreté con mis dos manos con los dedos entrecruzados, en la parte media de su tórax sobre el estómago.
Solo lo hice pocas veces y de su boca salió disparado un pedazo de chicharrón, con lo que volvió rápidamente a la normalidad. Esa mañana me sentí como un héroe por salvar una vida, algo que me resultó inesperado y de mucha significación en mi comportamiento, guiado por los impulsos psicológicos de ser apreciado por un esfuerzo y de ganarme el respeto de quienes me rodeaban.
De otras vivencias en unos de esos días, recuerdo una competencia de natación en una piscina de un hotel en el golfo de Morrosquillo, en el departamento de Sucre, en donde efectuamos el día de la familia del campo La Creciente.
El gran favorito para ganar la competencia era precisamente el superintendente o el jefe del campo, a quien uno de sus amigos, me sugirió que le entregara la medalla antes de la competencia, en una clara indicación de su superioridad, que ya había sido comprobada en otras competencias del mismo tipo.
El resultado no fue el esperado, y fue vencido en un final de fotografía por un rival, a quien personalmente le pedí su participación a última hora y a quien alenté al triunfo en el final de la competencia.
Eso me sirvió de ejemplo para recalcar con un mensaje de que en nuestro negocio debíamos dejar el triunfalismo o la confianza en que nada diferente podía suceder. Teníamos que estar más pendientes de los imponderables, sobre todo en una instalación de gas, de tan alto riesgo de pérdidas materiales y humanas.
El día de la familia era uno de mis preferidos y me gustaba tomar unos minutos del programa, para presentarle al pleno familiar, los resultados de la empresa en el primer semestre, tan veraces como hubieran resultado, fuertes o débiles para la empresa y de allí se intentaba con una predicción en la ansiada permanencia en el negocio. En todas las ocasiones sentí la aceptación del grupo familiar y en especial con la expresión de satisfacción en las mujeres del hogar, que sentían que estaban siendo consideradas como aliadas en el esfuerzo de la organización.
Antonio Jimenez.
Te felicito, tanto por la publicación, como por el héroe que salió de ti para salvar a esa señora!!!