La figura de Sandro se hacía notar a lo lejos, un hombre mediano de estatura, con un cabello que pasaba de gris a blanco, muy seco y muy largo, tanto que ya alcanzaba a bajar de los hombros hacia su espalda. Para evitar que la atención de la gente se centrara en una incipiente calvicie sobre su frente, usaba como un perfecto camuflaje, a un bigote inmenso del tipo vaquero que le cubría prácticamente hasta el labio inferior de su boca. Esa especie de cortina de pelos, no le impedía hablar sin descanso con un tono de voz alto y agudo.
Sandro, quien era el dueño de una empresa contratista, fue invitado por uno de los voluntarios anfitriones de una fiesta organizada por Pacific Rubiales. En la opinión de muchos de los asistentes a esa fiesta, resultó ser una invitación fuera de orden, al incumplir con un protocolo muy estricto, en el cual solo sería permitida la asistencia de los trabajadores propios y de sus familiares.
Esa noche, Sandro y el anfitrión que lo invitó y lo acompañaba, mi querido amigo Hugo Villasmil, fueron los amos del entretenimiento y lograron captar la atención favorable de todos, convirtiéndose en un espectáculo en una noche mágica. La camaradería y un adelantado espíritu navideño, se manifestó esa noche alrededor de estos dos amigos, dotados de muy buena vibra, sentimientos y capacidad para hacerle pasar un buen rato a quienes se les acercaran.
Unas horas antes en ese sábado, 6 de diciembre del año 2008, junto con mi esposa llegamos a un restaurante en las afueras de Bogotá, en la carretera que seguía a la carrera séptima. Al llegar a la entrada, observamos que existía un antiguo arco, bien mantenido y de excelente diseño y construcción. De ese arco provenía el nombre de Restaurante El Pórtico.
Ese sitio resultó ser un complejo de gran dimensión para el disfrute familiar, con varias casas de campo de estilo rustico, una capilla y una plazoleta de toros. Hacía cinco años que esas instalaciones habían sido utilizadas en la escenografía de una novela de alto rating en Colombia y en Latinoamérica, conocida como Pasión de Gavilanes.
En unas tribunas colocadas alrededor de la plazoleta, se ubicaron estratégicamente los trabajadores de Pacific Rubiales y todos ellos actuaron como grandes barras, lanzando vítores a favor de la empresa o de la organización a la cual pertenecían.
La competencia se efectuó con una becerrada con valientes concursantes entre los asistentes, ellos intentaron tumbar a los becerros, sin causarles ningún maltrato físico. Los mugidos de los animales eran impresionantes al sentirse amenazados y el miedo los hacia defenderse con tanta fuerza de quienes intentaban someterlos, que algunos de ellos salieron disparados como plumas por el aire.
Mas tarde y en el salón principal, cenamos con música en vivo, la cual al final de la comida, se convirtió en la del tipo bailable, principalmente de cumbias y vallenatos.
En un intermedio del baile, nuestro CEO, Ronald Pantin, se dirigió a los asistentes con tres anuncios importantes. Nos informó sobre la reorganización de la empresa y de los nombramientos de los nuevos vicepresidentes, incluyendo el que me correspondía, y en ese momento no me fue ajeno sentir, que algunos lo desaprobaban con la mirada. El ultimo anuncio incluía las palabras que luego serían las de mejor expectativa en los próximos años.
La alegría de los presentes se repotenció, cuando nos informó sobre los resultados de la empresa, la tendencia al alza de los precios del petróleo y la entrega del primer bono de fin de año, un aporte extrasalarial individual, que nos hizo recordar a las utilidades que se otorgaban en Pdvsa. No pude evitar que mi mente viajara unos años al pasado.
¡Llegaron las utilidades!, así con esas palabras pronunciadas por los trabajadores de Pdvsa en cada uno de sus hogares, se daba inicio a la temporada navideña. Generalmente era un monto de dinero que sumaban dos meses de salario y con ellas se tenía un momento de extrema satisfacción y alegría.
Esa tradición se interrumpió en el año 2002, cuando al gobierno de turno en Venezuela, no les importó ni el país, ni la empresa, ni los trabajadores, ni la familia, ni el regalo del Niño Jesús.
Antonio Jimenez.
Postcredito: Sandro falleció en el 2021, siendo una víctima más del Covid-19, qepd.
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