En mis primeras salidas a los alrededores de Bogotá en agosto del año 2008, no me salvé del banderazo traumático del tránsito en la autopista norte, en donde la combinación de la angustia y del tedio confluían en el desespero en ese trayecto, colmado de vehículos y de sus pasajeros, de vendedores y clientes de comidas preparadas y de acosos de buhoneros ambulantes con cualquier tipo de mercancía.
La observación de las actividades cotidianas del hombre para algunos es un argumento fútil, pero para otros, la circunstancia social en la que se desarrolla un acontecimiento constituye el fundamento de la sociología. A diferencia del objetivo que persiguen los sociólogos por tener una conciencia crítica frente a la sociedad, en la mente pragmática de un ingeniero, solo había motivos para intentar descubrir las razones que se escondían detrás de lo vivido en la autopista.
Antes de llegar al peaje en la dirección de la salida de la ciudad, se transitaba por sitios acondicionados en descampado, para que unos vendedores ambulantes se aprovecharan del mes de agosto, conocido como el mes del viento.
En ese mes existía un aumento del interés de los compradores, adquiriendo el instrumento que le permitiera su participación en los festivales de cometas. El festival con más relevancia nacional e internacional, se efectuaba en la visitada población de Villa de Leyva y era una competencia masiva que premiaba al ingenio, la creatividad y la destreza en más de seis categorías.
El hobby por el vuelo de cometas se repotenciaba por competir y ganar en los festivales, recibiendo un premio y el reconocimiento público. Eso aumentaba la exigencia por los diferentes modelos y obligaba a los vendedores a fabricar unas verdaderas obras de arte.
La forma y el tamaño de algunos cometas eran impresionante, tanto en tierra como en el aire y eso marcaba un contraste apreciable con el modelo guardado en mi mente, de las que elevé en Maracaibo, que eran las escuálidas petacas y las fugas.
Tan pronto se tomaba la autopista norte viniendo a Bogotá desde Chía y justo en el kilómetro 20, se lograba ver a una edificación en desuso. Hacía ya 30 años que ese monstruo blanco, había llenado de orgullo a los colombianos, al ser considerado como el más moderno y funcional hipódromo de toda Sudamérica. Con sus tribunas llenas de fanáticos, se comprobó que existía una afición de la gente por el deporte de los Reyes y se descartó la apreciación de que el colombiano no era un hípico apasionado.
El Hipódromo de Los Andes con toda su majestuosidad, fue cerrado apenas en su noveno año de funcionamiento, por las pérdidas ocasionadas con los altos impuestos desde el municipio y por desarrollarse un mercado de apuestas ilícitas que resultaban más atractivas para el apostador.
Ese coctel mortal de impuestos y desestimulación al juego legal, por la mala acción de las gerencias pública y privada, llevaron a la quiebra al hipódromo y desapareció para siempre la actividad hípica en Bogotá, arrastrando a miles de familias que perdieron su trabajo y su modo de vida. Lo que queda del hipódromo es un bonito monumento para honrar lo de “borrar con el codo lo que se escribe con la mano”.
Ese día domingo, en los últimos minutos del atardecer y ya casi alcanzando el límite de la ciudad, empecé a notar que muchos vehículos estaban estacionados en el hombrillo a un lado de la vía y entre ellos, pasaban caminando mucha gente que iban apresurados y en perfecto grupo familiar, cargando cajas conteniendo artefactos eléctricos.
De no haber visto a los niños formando parte de esos grupos, hubiera pensado que venían de saquear a un camión accidentado o a un almacén en la zona. La gente parecía hormigas con unos restos de comestibles para su beneficio, su cara de satisfacción reflejaba erróneamente que le estaban regalando lo que portaban.
Pero nadie les había regalado nada, eran en la realidad unas víctimas inocentes, que habían invertido todo su dinero en una empresa conocida como DMG, un holding con las siglas del nombre de su fundador, David Murcia Guzmán.
Ese delincuente diseñó un sofisticado sistema de captación de recursos del público, una especie de pirámide, pero con una estrategia diferente. La gente aportaba un monto de dinero que depositaba en una cuenta personal en una comercializadora de tarjetas prepago y con eso se les permitía adquirir productos y servicios en empresas del mimo holding, para que más adelante recibieran en lo que era el fundamento de la trampa, unos intereses anuales entre un 70 y 150% de la inversión, además del producto adquirido. En los ojos de los incautos, no podía existir más belleza en el mundo.
El alcance de la contraprestación, era negociado tipo rebatiña, de persona en persona, teniendo similar importancia en la ecuación, tanto el monto inicial aportado como la cantidad de los nuevos reclutados que llevaran e incorporaran al proceso.
Entre los años 2007 y 2008, DMG logró recaudar más de 2 mil millones de dólares y la intervención de su empresa dejó más de un millón de personas afectadas.
Era tanto el arraigo que tenía DMG sobre las incautas y estafadas personas, que muchas de ellas prefirieron esperar, con su fe intacta en que recuperarían todo su dinero y por eso se abstuvieron de reclamar a tiempo y legalmente ante las autoridades, porque con eso recibirían solo una parte de lo invertido.
Antonio Jimenez.
Había olvidado ese episodio de DMG, en verdad anecdótico de cómo la gente cae en estafas ante la promesa de un dinero fácil!!! Por cierto, si sabía que la hípica había fracasado por las razones que mencionas, pero nunca he llegado a ver ese hipódromo… no se si lo vea algún día. Excelente relato!!!