En el aeropuerto internacional de la Chinita en Maracaibo y ya bien entrada la noche del miércoles, 6 de agosto del año 2008, recibimos a una empleada de la aerolínea en nuestra sala de salida que estaba ubicada en el frente de la última tienda duty free de licores y con su rostro compungido nos informó sobre la suspensión del vuelo hacia la ciudad de Bogotá en Colombia. Algunas personas allí sentadas respondieron “y como así”.
Luego de escuchar lo que procedía, debimos rehacer el control migratorio, retirar el equipaje y antes de salir del aeropuerto, procedimos a reconfirmar el vuelo para el siguiente día. Esa noche, el avión de la aerolínea colombiana Aires, un turbohélice Dash 8, aterrizó y pernoctó en la ciudad de Cúcuta, ante la existencia de una fuerte tormenta en la ruta que seguía a Maracaibo.
Con una eventualidad de este calibre, los pensamientos negativos confluyen y mortifican a cualquier mente sosegada, trabajando en la búsqueda de la valentía para insistir con el mismo vuelo. En mi caso, no había de otra y en ese próximo día, repetí los mismos preparativos. Ahora sí, el vuelo salió puntualmente según lo programado y en algo más de una hora de trayecto aterrizó en Bogotá. En la trayectoria de este vuelo se atravesaba el espacio aéreo sobre el páramo de Santurbán, en donde la existencia de fuertes turbulencias sacudía al avión. Recuerdo de tantos viajes a una sola persona que dormía plácidamente en todo el trayecto, mi amigo José Luis Acevedo, todos los demás sufríamos.
Unas horas antes de ese día jueves, recibí un correo con la identidad del taxista que me recogería a mi llegada al aeropuerto para el traslado hasta el hotel y a su nombre formal le agregaron un alias que me hizo mucha gracia, el de Fly Parao. El correo me lo envió un amigo venezolano muy ocurrente y por eso asocié ese alias a la apariencia física del conductor. En Colombia también son comunes los apodos, pero son más utilizados por los delincuentes y sus bandas, para mantener la identidad oculta.
El aeropuerto de Bogotá es conocido como El Dorado, y en ese año 2008 era una vieja instalación con dos pasillos, con uno para atender a los vuelos internacionales y el otro a los nacionales.
A mi salida a la calle estaba un grupo de personas esperando por los viajeros y en ellos sobresalía la figura delgada y de gran altura del Sr Avellaneda, a quien le correspondía muy bien su apodo de Fly Parao. Tan pronto lo vi, lo identifiqué y no pude evitar una sonrisa y aunque la disimulé en lo que pude, él se dio por enterado y participó del momento.
El trayecto al hotel descubrió ante mí a la belleza de la ciudad, que no se empañaba con las grandes obras de remodelación vial y de construcción de edificios. En el traslado se incluyó un tour turístico y al final el Sr Avellaneda me orientó en cómo llegar al edificio, en donde se ubicaban las oficinas de la empresa Pacific Rubiales, la que me había contratado como un asesor del vicepresidente de Producción. Del hotel a ese edificio distaban unas 5 cuadras caminables sobre una misma calle.
El viernes 8 de agosto del año 2008 y a las ocho de la mañana, en un extraño triple 8, me presenté en traje formal ante mi jefe, en la sede de la empresa ubicada en la carrera 14 con la calle 94. En esa sede se disponían de dos pisos unidos internamente con una escalera y allí tenían sus oficinas el CEO, algunos vicepresidentes y gerentes, los asesores y muy poco personal de varias funciones de la organización. Muchas oficinas estaban compartidas y en una de esas, estaría con un nuevo inicio de mi carrera, ya avanzado en la década de mis cincuenta años de edad.
Los días viernes eran de vestimenta informal formando parte de una política de los recursos humanos, que propiciaba la integración del personal. Ese mismo día sentí la fuerza de la gente en cooperar para cumplir con la visión de la empresa, empeñada en convertirse en la más grande empresa independiente en Latinoamérica. Unos minutos después de ser recibido por el CEO, mi jefe directo quien era el VP de Producción y yo, nos dirigimos a la sede de oficinas de la empresa Meta Petroleum, una filial operadora de Pacific Rubiales, que se situaba justo antes de llegar al aeropuerto.
El estar muy cansado en la noche fue una clara indicación de los bríos en mi nuevo trabajo en Colombia.
Antonio Jimenez.
Excelente relato… que buena memoria para los detalles de esas, ya lejanas, experiencias!!!