En las últimas semanas del preaviso estuve en Poza Rica, al norte del estado de Veracruz, una ciudad que ocupa un valle con lomas y cerros. En esa ciudad noté la existencia de muchos pozos petroleros con balancín, lo que me hizo sentir nostalgia de los paisajes con esos grandes pájaros mecánicos en la costa oriental del lago de Maracaibo en Venezuela.
El hotel en donde me hospedé, el Poza Rica Inn, estaba ubicado en una de esas lomas y más bien parecía la sede operacional de la empresa de servicios petroleros Weatherford.
Esa fue mi impresión, al observar que, sus amplios estacionamientos permanecían ocupados solo con camionetas pick up con el logo de esa empresa. Esa abundancia de vehículos de transporte y carga, también aparentaba una gran actividad petrolera en marcha, pero lamentablemente en ese momento no era el caso.
La actividad operacional en el campo petrolero de Chicontepec, el más importante en el área de esta ciudad y también de los más importante de México, había sido suspendida casi totalmente, por los pobres resultados de producción en los pozos recién perforados.
Nuestra presencia allí, obedecía precisamente a la conducción de un proyecto de revisión post mortem, de algunos de esos pozos fallidos. Esperábamos definir algunas causas raíces de los problemas de la baja productividad de los yacimientos y de los trabajos mecánicos de reacondicionamiento de los pozos. Un trabajo que lamentablemente era del tipo forense y que prácticamente ocupaba a toda la fuerza laboral de Pemex y de las empresas de servicios y de consultoría. Cada quien andaba con su causa raíz bajo el brazo explicando las razones de la muerte de un paciente.
El hotel también era utilizado como la sede de oficinas de varios grupos de trabajo de consultoría, quienes ocupaban las áreas públicas de la recepción y de los pasillos. La buena recepción del Wi-Fi combinado con la existencia de un lugar de sombra y brisa, eran áreas muy apreciadas y también muy peleadas. El calor en Poza Rica en ese mes de julio era insoportable, y eso limitaba las salidas a la calle. Era un calor húmedo que producía mucha sudoración, por lo que era necesario portar consigo hasta tres pañuelos.
Desde la propia ventana de mi habitación se podía divisar a un gran taladro de perforación, un monstruo con una potencia de trabajo de 3000 HP, lo máximo conocido para perforar pozos de gran extensión horizontal. Por unas noches y afortunadamente que fue así, se escuchaba un ruido metálico que se colaba a través de ventanas de seguridad anti ruido. En esa habitación también fui testigo de lo que conocemos como la desvestida del pozo, se desinstaló la cabria y los equipos de perforación y se dispuso de su almacenamiento. En esos momentos me sentí muy identificado con ese taladro, por estar hipotéticamente en su preaviso como lo que yo estaba viviendo.
Las visitas turísticas se vieron muy afectadas por ese motivo del clima, aunque siempre fue posible ir a El Tajín, una zona arqueológica precolombina que tuvo su apogeo entre los años 800 y 1150 d.C. y es una de las más importante de México. Esta zona permaneció oculta por siglos hasta que las actividades de exploración y limpieza de la zona se efectuaron entre 1935 y 1938, y eso gracias a la existencia de una trocha de hechura petrolera que la había bordeado. Este es un caso más de como las actividades de la industria petrolera han resultado muy útiles para conocer del mundo en que habitamos.
En el momento de mi visita me impactó como algunas pirámides estaban parcialmente cubiertas por tierra y vegetación y se notaban arboles con grandes tallos que atravesaban las piedras de las pirámides como si fueran de queso fresco. Pero allí esas pirámides se mantenían erguidas y estaban presto a ser restauradas para mostrar su majestuosidad, como un ejemplo más de que las grandes obras siempre perduran.
Antonio Jimenez.
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