En la víspera de la navidad del año 2006 en Maracaibo, recibí una llamada telefónica de un colega consultor de un proyecto en Villahermosa. El tema de la conversación me resultó impactante, dado que el viajaría el propio 24 de diciembre a México, adelantándose al vencimiento y trámites para la renovación de su pasaporte. Mi amigo sacrificó su tiempo en familia, para esas fechas trascendentales de navidad y de año nuevo, por considerar que podía quedar fuera de la continuación del proyecto. Estaba atendiendo preferencialmente a su conciencia, era su deber incuestionable.
Recibido el año 2007 y con un reelegido presidente en Venezuela para un próximo sexenio, se anunció las nacionalizaciones del servicio eléctrico, las telecomunicaciones y de los procesos de mejoramiento de los crudos pesados de la faja petrolífera del Orinoco. En los dos primeros meses del año, se radicalizaron las políticas socio-económicas y con ellas ocurrió un desmejoramiento de nuestra situación laboral.
En ese ambiente tétrico, no se colaban ni tenues luces de nuestro regreso a México. Andando febrero y sin ser requerido para mi servicio, tomé la decisión de viajar a Villahermosa, sin un contrato en mi mano, pero apoyándome en mis ganas, en la fuerza de mi voluntad y en mi capacidad, para dedicarme a cualquier trabajo como consultor en ese país.
“Aquí estoy por si me necesitan…. en que puedo serles de utilidad…en que les puedo colaborar”, con ese largo y extraño saludo, que no daba tiempo a una reacción de ninguno de mis colegas, me presenté de incógnito en la sede de oficinas de la empresa de consultoría en Villahermosa.
Pasé dos semanas como un freelance sin pago, sentado en el frente de la mesa de reuniones o de un ajeno escritorio desocupado, preparando el café, sacando las copias, ayudando a las tareas administrativas, coordinando la logística de visitas, reuniones, cursos y de reservación de almuerzos, visitando a funcionarios amigos de Pemex para conocer de sus necesidades y también colaborando con otros consultores en sus respectivos proyectos.
A veces me sentía como un habitante de la casa que motivó a la gaita “En la casa se larga el forro” interpretada por Astolfo Romero.
El entorno, tal como yo lo esperaba, reaccionó rápido a ese esfuerzo y uno de los directores de la empresa, autorizó a que recibiera un “retaining fee”, que es el pago de una tarifa diaria menor, utilizada recurrentemente para retener a profesionales capaces. En pocos días me asignaron a un proyecto de asesoría en la subdirección técnica de Pemex, en su sede principal en la ciudad de México, conocida como La Torre Pemex, a donde viajé y me incorporé rápidamente a un grupo ya previamente establecido.
La Torre Pemex es un rascacielos de 211 m de altura, el más alto en esa ciudad por 19 años. Es uno de los rascacielos más resistentes del mundo teniendo un máximo de tolerancia antisísmico de 8.5 en la escala de Richter.
Para el acceso a la propia torre y a otros edificios en esa amplia área protegida, existía una caseta de vigilancia en donde se validaba la identidad del visitante, su destino, el objetivo de la visita y el registro de las pertenencias personales como el laptop y los discos duros.
Luego de ese primer anillo de seguridad, en las recepciones internas y como un segundo anillo, se revisaba de nuevo la información y se nos permitía la entrada portando visiblemente un gafete.
En ese grupo de vigilantes de la caseta, existían diferencias en la personalidad y en la dureza de la requisa. Una noche ya de salida, sobre las 9 de la noche, el que se vanagloriaba de ser el más duro del grupo de los vigilantes, un señor que tenía la apariencia que caracteriza a la policía mexicana, con su pelo negro engominado y unos bigoticos finos, se encargó de validar mis pertenencias y al requerir que le mostrara el serial del laptop, que debía coincidir con el que había quedado asentado en la mañana, lo hizo con un tono amenazante hacia mi persona.
Yo me sentí intimidado y por eso no lo divisé entre tantas etiquetas de la laptop. Me pidió acompañarlo a una oficina interna tipo reten, para unas medidas más exigentes del protocolo de seguridad. En ese momento y ya más relajado, hallé el serial y todo se solucionó. Ese serial estaba a la vista de todos y era fácil de ubicar, pero bajo una actitud de coerción, se nubló mi mente. En esto le fallé al conocimiento de mi existencia sosegada y controlada.
Mas temprano en esa misma noche, habíamos estado reunidos con el subdirector técnico de Pemex, uno de los más altos funcionarios de esa empresa, presentándole el progreso del proyecto. Con nuestro apoyo se desarrollaron unos fundamentos sobre la restructuración de esa organización, incluyendo gente y procesos. En la reunión estuvo presente una dama que ocupaba una plaza (posición) en la administración de los recursos de esa subdirección.
La sala de reuniones era de un tamaño apropiado para no más de ocho participantes y en esa dimensión era muy fácil captar las reacciones personales de los participantes. De esas reacciones fueron notorios, el sonido de los intestinos de algunos, cual mismos instrumentos de viento de una orquesta y un acercamiento físico de la dama con el subdirector, manifestándose con algunos besos tipo piquitos y caricias.
Todos los allí presentes en el salón nos hicimos los desentendidos con ambas situaciones. Con respecto al sonido de los intestinos, estos son involuntarios y se aceptan normalmente, pero nunca antes había pasado por una escena de trato afectivo de ese calibre, en la estricta disciplina de nuestras reuniones en Pdvsa.
Esa historia laboral condicionó mi capacidad de reflexión para juzgar mal ese comportamiento.
Antonio Jimenez.
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