En la puerta de la nevera en nuestro apartamento en la Torre Esmeralda, en Villahermosa, México, teníamos pegada una etiqueta imantada con el logo de la campaña de la oposición, en las elecciones presidenciales de Venezuela en el año 2006. Por unos meses, cada vez que caminábamos por la cocina, nuestra vista se quedaba enfocada en esa etiqueta con la palabra Atrévete, y eso nos animaba con un anhelado regreso al país. Solo nos faltó hacer un santuario para aferrarnos a la idea del regreso, como si se tratase de una estampa religiosa. A otros colegas visitantes al apartamento, por el contrario, les parecía algo jocoso e inapropiado. En mi opinión personal eso lo consideraba como una temeridad, habida cuenta de que ellos no conocían lo que representaba en nuestra esencia.
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En la publicidad audiovisual de la campaña con Atrévete, se usó un tema musical muy pegajoso, que luego sería considerado un plagio a la autoría de un grupo puertorriqueño, siendo ese el motivo para intentar una demanda en contra del comando del candidato venezolano.
En la campaña de ese candidato también se ofreció una ayuda social monetaria a través de una tarjeta de débito conocida como “Mi Negra”.
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Esta idea resultó tan buena que posteriormente fue copiada en otros procesos electorales en Venezuela, tanto por oficialistas como por opositores. En una ocasión en que su proponente obtuvo el triunfo electoral, no se llevó a cabo nada de la propuesta. Es decir, la idea se quedó en un puro pensamiento político, utilizado para captar votos y engañar a incautos compradores de esperanzas.
Los engaños electorales han sido considerados como temas apropiados para la comicidad ya que la gente acepta y festeja con la sagacidad política en vez de tener una empatía con la frustración de a quienes no le cumplieron. Un muy exitoso sketch del cómico Joselo con el personaje del Dr. Pensamos, lo mostraba en su justa dimensión.
El grupo de colegas que ocupábamos ese apartamento, éramos unos verdaderos optimistas políticos. Sosteníamos por horas, unas discusiones que desembocaban siempre en la victoria de la oposición. Si había una opinión con una duda razonable sobre esa probable victoria, los otros en el grupo, se encargaban de desaparecerla y a veces no era de la mejor manera.
Es que nosotros estábamos saturados de una esperanza, y con nuestro estado de ánimo creíamos que aquello que deseábamos o pretendíamos era posible. Quien tiene esperanza considera que se puede conseguir algo, bien sea a partir de un sustento lógico o en base a la fe.
En la quietud del día domingo de las elecciones y en un apartamento situado en la lejanía del lugar de los acontecimientos, tratamos de estar informados del proceso de votación. Las noticias por la televisión venezolana mostraban un proceso con una gran afluencia de votantes, lo que contrastaba con las anteriores elecciones, las legislativas, en las cuales no concurrió la oposición, y esto significaba que seguía intacto el hilo de esperanza con el triunfo de nuestra opción.
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Ese día utilizamos nuestras herramientas de búsqueda de la información del proceso por internet, pero la cobertura era muy restringida y solo logramos la sintonía de algunas emisoras de radio AM o FM, de otros países. De las pocas sintonizadas, en una emisora localizada en España, estaban comentando sobre unos resultados de “exit pools”, con unas tendencias favorables para el candidato opositor. De pronto en el apartamento se desató el jolgorio y el bullicio de una fiesta de carnaval.
Todas esas horas del día, con alegría y esperanzas, mereció de unos brindis, y pasamos a un estado de total euforia, previo a la alocución de los resultados oficiales. Como decía uno de nosotros, ya teníamos el boleto del vuelo de regreso en el bolsillo del pantalón.
Avanzada la noche y con el primer boletín informativo con el 80% de los votos escrutados, ya no había nada que hacer. Con la contundencia de un golpe mortal al corazón, nos enteramos del triunfo de la otra opción, quien seguiría por otros 6 años.
Al conocer de los resultados, mi amigo Oswaldo Hidalgo y yo si nos atrevimos, pero eso sí, con un espontaneo abrazo y un profundo llanto por un par de minutos. Esas lagrimas limpiaron nuestras tristezas y ya resignados, retiramos la estampita de la nevera y decidimos irnos a descansar para asistir a nuestros trabajos, en la mañana del lunes.
En ese día lunes, pude contactar que muy pocas personas estaban enteradas de lo que había ocurrido en Venezuela, cada quien tenía su mundo en particular, como para preocuparse por el del otro. Al menos no se percataron de la rotura del hilo de nuestra esperanza y lo que eso significaba, eliminado la opción de que se convirtiera en un motivo que los contrapusiera con nuestra labor. Una esperanza se fue, pero otras vendrían, es la vida de quien no le da la espalda a la fe.
Antonio Jimenez.
Muy bueno
Excelente….as usual