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Relatos cortos (49): adicciones.

Writer's picture: Sr JimenezSr Jimenez

Mi contrato con la empresa en México, incluía el pago de un salario, la asignación de una habitación durante la estadía laboral, que podría estar en una vivienda rentada o en hoteles, el transporte domestico en el sitio de trabajo y los ticketes para viajes de avión en una visita familiar, cumplidos los tres meses del tiempo de servicios.


El salario era un pago mensual, calculado en base a una tasa por día trabajado, por lo que las ausencias, sin importar el motivo e incluyendo allí a los días de descanso familiar, no formaban parte de ese cálculo. No se contaba con un seguro médico y si nos asignaban un vehículo, se reconocían los gastos de combustible y de peajes como reembolsables.


En mi primer proyecto asesoré a un coordinador de Pemex, en la conducción de un equipo de profesionales especialistas en diferentes disciplinas de la ingeniería de petróleo, alrededor de la perforación de un pozo multilateral con dos secciones horizontales en formaciones diferentes. Un pozo con alta complejidad clasificado como de nivel 6.



Este pozo fue terminado exitosamente y se dejó temporalmente produciendo crudo por solo la rama más profunda. Fue uno de los primeros pozos de este tipo en México y fue bautizado como Shishito, un término que también sirve para denominar a un ají dulce.


Siendo el ají dulce, un comestible que no es tan apreciado ni adictivo como sucede con los chiles picantes, se podía presentir que, por el nombre asignado al pozo, no esperaban de él, algo extraordinario. El pozo estaba en un terreno al lado de una carretera federal con fácil acceso vehicular, lo que facilitó mis continuas visitas motivadas a la adicción en la búsqueda de una recompensa al esfuerzo en la consecución de la obra.


Con todo el grupo integrado de profesionales, ocho ingenieros, ocupábamos un salón de reuniones con una mesa rectangular de unos cuatro metros y con un cableado múltiple para el acceso a los sistemas informáticos de Pemex. Todos los cables, tal cual una misma maraña, salían desde una pared que daba a mi espalda y se distribuían en mitades, a mi izquierda y a mi derecha, en su camino hacia todos los usuarios, dejándome prácticamente encerrado y con mucha dificultad para entrar y salir de mi silla.



En Pdvsa, se mantenía una disciplina laboral en el lugar de trabajo, para el cumplimiento estricto de unas rutinas organizativas y de los llamados deberes y obligaciones laborales.


Entre esas rutinas, estaban el cumplimiento del horario y de las medidas de seguridad, resguardar la confidencialidad de la información, distribuir el tiempo en las tareas productivas, controlar el acceso de las visitas con preferencia a las personas relacionadas y estar en plena capacidad funcional.


El estar acostumbrado a estas adictivas rutinas organizativas de Pdvsa, no me convertía en un popular viento en contra, en el caso de que no existiesen con la misma rigurosidad en Pemex. Igualmente, me sentía preparado para hacer funcionar, rendir al grupo y obtener los resultados esperados. La facultad para sorprenderse ante lo nuevo y aprender de ello, conocida como la capacidad de asombro, siempre estuvo presente y nos reveló nuestra adaptación a un entorno diferente y cambiante.


Nuestra mesa de trabajo en el salón de reuniones, se desocupaba de todos los laptops, archivos, documentos y cualquier otra información técnica y quedaba libre y limpia una vez al día. Tan pronto eso ocurría, entraba al salón, un señor con un carro ruedas conteniendo una caja de gran tamaño, que la levantaba en peso y la volteaba sobre la mesa. Dentro de la caja, estaba un imaginario palacio del dulce, ya que mezclados unos con otros, existían cualquier cantidad de paquetes de papitas, tostones, doritos, maní, caramelos, chicles, chupetas, chocolatinas, frunas, galletas y muchas otras golosinas. El salón se convertía en un propio bazar de mercado, en donde la escogencia del dulce y del pago, se convertía en un típico desorden callejero.



Un ingeniero mexicano que estaba participando en el grupo como ingeniero de productividad, con un marcado porte de mariachi, era un seguidor rodilla en tierra de Andrés López Obrador, quien en ese año 2006, participó en las elecciones presidenciales de México y siendo un amplio favorito, resultó derrotado por Felipe Calderón. A López Obrador le faltó poco para incendiar al país en ese entonces y ese ingeniero estaría dispuesto a ser uno de los participantes más decididos, en esas probables protestas callejeras. Entre los temas conversados, también me mostró su preocupación de que su estado de alteración por la derrota electoral de López Obrador, lo estaba impulsando a retomar su pasado de adicción al licor, cuando permanecía ingiriendo alcohol, ininterrumpidamente por varios días. Un par de años después, me enteré de que este ingeniero había fallecido por un ACV hemorrágico.


A los mexicanos se les conoce mundialmente por su disposición a las bebidas alcohólicas y en ese país son muchos los millones de personas que enfrentan un consumo problemático de alcohol.



La asistencia al trabajo de algunas personas en estado alicorado era frecuente e inclusive después de una mañana sobria, había quienes regresaban tomados en la sesión de la tarde, cuando se aprovechaban del tiempo de almuerzo. En ese aspecto, me fue impactante el conocer de un caso de un ingeniero de perforación, que, habiendo sido despedido por su problema manifiesto de alcoholismo, todavía se le permitía su ingreso a las oficinas y él se sentaba muy cansado, casi acostado, en un escalón de una escalera interna, como si fuera un propio indigente solicitando limosnas. Este ingeniero también falleció en corto tiempo.


El metabolismo hepático del alcohol interfiere con el metabolismo de los azúcares de la dieta, forzando a la glucosa a transformarse en ácido láctico, el cual es causa de dolores musculares y sensación de cansancio. Esto puede ocurrir en individuos que comen dulces, después de ingerir grandes cantidades de alcohol.


Es por esta reacción lo que dio fundamento al dicho popular de que “Borracho no come dulce”.


Antonio Jimenez.

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