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Relatos cortos (35): bienvenido a bordo.

Writer's picture: Sr JimenezSr Jimenez

El año 2001 fue muy intenso con muertes y lesionados en accidentes generados por los aviones. El más relevante de todos ocurrió el 11 de septiembre, cuando terroristas secuestraron y estrellaron cuatro aviones: dos Boeing 767 con 157 personas a bordo contra las torres gemelas en New York, un Boeing 757 con 64 personas a bordo contra el Pentágono cerca de Washington y un Boeing 757 que cayó a campo abierto en Pensilvania en su ruta al Capitolio con 44 personas más. En ese mismo año fallecieron 512 personas más, en otros 4 accidentes aéreos.


En ese mismo año, mi exposición al riesgo de un accidente aéreo aumentó considerablemente, al utilizar más de esos servicios para efectuar la rendición de cuentas de mi gestión, en encuentros presenciales con directores, despachando desde sus oficinas a más de 500 kms de distancia.


El 5 de abril de ese año 2001, ocupé un asiento en la parte más posterior (la cocina) de un avión Embraer 120. Un bimotor de pasajeros de la línea aérea Avior Express, en un vuelo comercial desde el aeropuerto de Maiquetía hasta el aeropuerto de la ciudad de Barinas, en los llanos occidentales de Venezuela, al pie de monte andino.



La primera impresión al abordar el avión fue impactante, su interior era como estar dentro de un tubo, o, mejor dicho, como dirían mis amigos de perforación de pozos, dentro de un conductor de 30 pulgadas. Dentro del avión existía un asiento a cada lado de 8 filas y tres asientos en la mencionada cocina, no tenía sala sanitaria y el equipaje de mano era colocado en la parte delantera, en un espacio justo en frente de la puerta de entrada al avión, una maleta sobre otra, organizada al criterio del piloto y luego de ese rápido acomodo, con una malla a semejanza de una puerta, se cerraba el espacio impidiendo que las valijas se movieran y salieran despedidas en el caso de una turbulencia. La puerta de la cabina del piloto y del copiloto permanecía abierta en gran parte del vuelo, incluyendo el del despegue y del aterrizaje. De ese mi primer vuelo a Barinas, tengo dos recuerdos que permanecen inolvidables, uno de ellos fue la de una visual de la llegada a la ciudad y el otro se relaciona con el recibimiento en el aeropuerto.


El vuelo de Maiquetía a Barinas era generalmente placentero y tomaba unos 40 minutos. Muy rápidamente se pasaba por la cordillera central de Venezuela para entrar en la inmensidad de los llanos occidentales, las turbulencias eran escasas. En ese primer vuelo estuve muy atento sin quitar la vista de las ventanas, así fue como recibí un fuerte resplandor de luz llegando a la ciudad de Barinas. Ese resplandor resultó ser producto del reflejo de la luz del sol en los techos de las casas. Enseguida bauticé a la ciudad como “Barinas, la de los techos de zinc”, imitando a la expresión de “Caracas, la de los techos rojos”. Pocas veces comenté sobre este bautizo a quienes nacieron en esta ciudad, ese comentario nunca fue bien recibido, aunque nadie niega que es una realidad.


Tan pronto descendí del avión, se me acercaron dos guardias nacionales, se identificaron y me pidieron acompañarlos. Ellos dos serian parte de mis escoltas mientras estuviera en esa ciudad como gerente del Distrito Sur. A lo lejos, divisé a quien remplazaría en esa posición, mi querido amigo Nelson Benítez, quien estaba acompañado de un grupo de unos 10 o quizás más trabajadores. En ese corto camino a su encuentro, pensé que sería una exageración de su parte que se me brindara ese amplio recibimiento, aunque esa supuesta cortesía podría ser un producto de las costumbres y de la cultura petrolera en esta región del país. Ni exageración ni cortesía, la verdad es que estaba equivocado, no era un comité de recibimiento sino la conformación de un equipo de salvamento, activado para el rescate y el auxilio médico a un grupo de trabajadores de la empresa, que, viniendo a Barinas en un avión de los Servicios autónomos de transporte aéreo (Sata), perteneciente al Estado, habían caído a tierra muy recientemente, en un campo de arroz en el estado vecino de Portuguesa.


El avión, un Super King 200 fabricado por Beechcraft, se consideraba una línea de aviones biturbohélice muy seguros, que venían en producción continua desde 1974, con lo cual representaba la carrera de producción más larga de cualquier avión turbohélice civil de su clase. En este caso en particular, el avión sucumbió al aire, producto de un error humano de sus dos pilotos militares inexpertos, en el aprovisionamiento del combustible necesario para el vuelo desde Maiquetía hasta Barinas. Los pasajeros pertenecientes en su totalidad a la organización de PDVSA Servicios, tenían reuniones programadas en el Distrito Sur, era un grupo de profesionales muy competentes y dedicados a su trabajo, que afortunadamente resultaron ilesos a la caída del avión. A uno de ellos, Luis Andrés Rojas, le dedico un especial reconocimiento por su valía profesional, ya que la vida nos permitió estar laboralmente juntos, hasta en fechas recientes. En el grupo también venia un ángel de la guarda, el piloto retirado Capitán Duplat, quien, con mucha experiencia, se hizo cargo de mantener la calma en todos y en especial la de los pilotos, para que cumplieran con el exigente protocolo para planear y aterrizar un avión bajo esas circunstancias. El avión planeando logró aterrizar en una pista irregular en un sembradío de arroz, un terreno plano, pero con diques de arcilla, inundado y con la vegetación débil que caracteriza a este cereal.


La colisión del avión con los diques de arcilla le hizo mucho daño a la nariz y a las alas del avión y aunque todos los pasajeros sobrevivieron, en algunos de ellos quedaron secuelas importantes en la salud.



Había otra línea aérea que ofrecía un vuelo en la ruta Maiquetía-Barinas con escala en Acarigua, la capital de Portuguesa. Esa línea era conocida como LAI–Línea Aérea IAACA.


Esta empresa tenía una flota de aviones ATR-42, propulsado por dos motores turbohélice, con una capacidad entre 40 y 52 pasajeros. La línea era muy irregular en cuanto al cumplimiento de sus vuelos ya que generalmente eran cancelados por motivos de fallas mecánicas en sus aviones. Generalmente, el propio mecánico de la aeronave viajaba como un sobrecargo más y su presencia intimidaba a los pasajeros, incluyéndome a mí en las pocas ocasiones en que los utilicé. Muchas veces de reojo notaba, que observaba fijamente las hélices y si por casualidad se levantaba y visitaba la cabina de pilotos, nos convertía en un manojo de nervios. Yo prefería la seguridad sobre la comodidad, así que viajaba preferencialmente en el tubo de Avior. Estas dos líneas aéreas tenían sus mostradores en el pasillo izquierdo del aeropuerto de Maiquetía y la sala de despacho estaba en la planta baja en el centro del aeropuerto nacional, de donde se tomaba un autobús para llegar al avión estacionado en la pista y así abordarlos.



Para completar la oferta de vuelos desde Barinas, se utilizó a la línea aérea Rutaca, que había sido contratada por Pdvsa para el transporte del personal en el roundtrip de Barinas a Guasdualito, la sede operacional de la explotación petrolera en el Estado Apure. Esta empresa para cumplir el referido contrato, operaba con un avión Cessna monomotor, con 12 plazas (10 pasajeros, piloto y copiloto).



Los asientos para nada ergonómicos, eran de lo más parecido a los de una buseta para el transporte público en la ciudad.


Con este mismo avión, la empresa atendía un vuelo privado Barinas- Maracaibo- Barinas, saliendo desde Barinas, los viernes en la tarde, tan pronto cumplía con el retorno de los trabajadores desde Guasdualito y el regreso lo efectuaba en el domingo por la tarde. Este vuelo lo hice un par de veces, siendo el último en marzo del 2003, una vez que había sido despedido e informado a través de una lista publicada en la prensa de Barinas.


Este vuelo era de alto riesgo por tener un paso trasandino. Para poder cruzar los Andes, el avión Cessna salía del aeropuerto de Barinas en sentido contrario a los Andes y se alejaba del aeropuerto como unos 15 minutos, luego volvía ascendiendo para colocarse a una altura suficiente para cruzar las montañas, pero su capacidad de elevación solo le permitía pasar por una especie de una zona deprimida entre dos picos. Aun así la altura del avión sobre ese valle, no era tanto, lo que permitía divisar los frailejones y hasta bromear comentando que si sacaba el brazo del avión se podía tomar uno de ellos. En ese trayecto sobre la montaña podía verse la ciudad de Boconó hacia el norte.


Luego de pasar los Andes, el avión descendia a unas centenas de metros sobre el nivel del mar cerca de Menegrande en el Estado Zulia, y el resto del vuelo ya era muy seguro en la costa oriental del lago hasta la ciudad de Cabimas y en el cruce del lago para llegar al aeropuerto de Maracaibo



La oferta aérea en Barinas mejoró un poco con la incorporación de un Embraer 140 en la empresa Avior, un avión más grande con 3 asientos por fila y con sala sanitaria. La empresa Aeropostal abrió y cerro en poco tiempo un vuelo Maiquetía- Barinas- Maiquetía, con un avión Fokker 100, afortunadamente en un tiempo corto, que sirvió para mantener sana la capacidad auditiva de los barinenses, amenazada por el ruido de los dos motores Rolls Royce de esta nave.


Antonio Jimenez.

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