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Relatos cortos (33): contraste social.

Writer's picture: Sr JimenezSr Jimenez

Las áreas operacionales de la industria petrolera en Venezuela fueron creadas en su gran mayoría en la primera mitad del siglo XX, por empresas concesionarias extranjeras, preferencialmente de origen americanas y también algunas europeas. Las empresas tenían en esas áreas unas divisiones operativas que administraban las propiedades, las plantas y los equipos para la extracción del petróleo y también se encargaban del manejo de los oleoductos para el transporte del crudo hasta las refinerías en el país o hasta los puertos de embarques para su exportación.


Esas áreas en los primeros años de su creación no estaban muy accesibles desde los principales centros poblados que todavía eran ciudades incipientes como Maracaibo en el occidente y Maturín en el oriente. La creación de los campos residenciales como soluciones habitacionales se convertía en una necesidad prioritaria para disponer de una mano de obra cautiva que respondiera inmediatamente en los diferentes procesos extractivos.


En Lagunillas, en la costa oriental del lago de Maracaibo, se crearon los campos residenciales conocidos como Zulima, Delicias, Carabobo, Terminal y Las Palmas con viviendas para ser ocupadas por el personal staff/profesional y los campos conocidos como Mio, Rojo, Pichincha, Bella Vista, El Milagro, Campo Grande, Puerto Nuevo y Alegría con viviendas para empleados y obreros.



Los servicios para las viviendas de esos campos residenciales estaban subsidiados, incluyendo sus mantenimientos, hasta en lo más mínimo, como podría considerarse el reemplazo de bombillos quemados de las viviendas. Todo lo concerniente a la salud de los trabajadores y sus familias se atendían tanto en las consultas externas como en las hospitalizaciones en las clínicas propias de la empresa. La educación de los hijos con un buen nivel de enseñanza se impartía en los planteles de la empresa y los alimentos en abundante cantidades y bajos precios se adquirían en los recordados comisariatos. Sin lugar a dudas, los beneficios extra laborales para los trabajadores hacia posible que ahorrasen gran parte de su salario. Los comisariatos dejaron de ser parte de los beneficios para la nomina profesional en los primeros años de los 1980, en tanto que para la nómina de empleados y obreros continuó por otros 20 años adicionales. En la actualidad para los trabajadores que aun se resisten en permanecer en los despojos de la industria petrolera de Venezuela, estos beneficios han quedado reducidos a su mínima expresión o no existen del todo.



El número de trabajadores de la industria petrolera no era tan amplio como se cree. En la época de la no incumbencia política en los destinos de esta industria, era de un tamaño muy reducido como para ser considerado que podría jalonar el bienestar laboral de todo el país.


Solo en los proyectos de construcción o remodelación de grandes plantas, se contrataban algunos miles de trabajadores en un boom de reclutamiento, pero por un periodo limitado de tiempo.


En la Pdvsa de gran expansión operacional de los años 1990, la nómina propia de la empresa estuvo siempre por debajo de los 50 mil trabajadores, una cifra que podría ampliarse dos o tres veces con los tercerizados directos e indirectos. Considerando al núcleo familiar y asumiendo que todos estuvieran en edad para trabajar, alcanzaría no más del 5 % de la población activa de Venezuela. El sector laboral de la industria del petróleo en Venezuela era de gente preparada para acometer eficientemente un negocio muy rentable fuera de las fronteras del país, era gente empeñada en captar y mantener la preferencia hacia nosotros de parte de los clientes internacionales en un ambiente altamente competitivo. Un personal escaso para una tarea muy importante, que en una acertada justicia debía estar bien remunerada y con suficiencia de beneficios extralaborales como los que se mencionaron anteriormente. Cualquier país del mundo desearía haber tenido los recursos de Venezuela y generar una considerable riqueza para entregar al estado, quien sería el responsable de su distribución equitativa abarcando todo el tejido social. Hay ejemplos de países que han podido obtener un buen nivel de desarrollo económico y social con la riqueza generada del petróleo, algo que falló en forma por demás miserable en Venezuela.


En esos campos operacionales y residenciales existían muchas tareas o actividades colaterales como trasteos, jardinería, cafeterías, limpiezas en general y servicios domésticos, por mencionar solo algunas, que eran efectuadas y beneficiaban a los habitantes de la periferia de los campos. Esas actividades remuneradas se constituían en parte de la subsistencia de una población que hizo posible la creación o la continuidad de localidades, asentamientos, caseríos o poblados, ubicadas en un cinturón de muchas necesidades y con menor calidad de vida, que habitualmente se conoce como un cinturón de miseria.


Entre dichas localidades de Lagunillas, se encontraban Turiacas, Tasajeras, Altagracia, Párate Ahí, Cabeza de Toro y las Coreas. En muchos de estos lugares el estado no atendía eficientemente los servicios públicos, por lo que lamentablemente se adquirían de manera ilegal. No tenían una buena vialidad y el transporte público funcionaba a medias ya que los carros por puesto se negaban a entrar a los sectores porque las vías estaban intransitables y carecían de alumbrado.


Mi primera relación con la fuerza laboral de las áreas aledañas, fue a través de la contratación de una lavandera en un servicio que ella efectuaba en su domicilio en el sector de Párate Ahí. En esa época estaba residenciado en un cuarto del hotel Lagunillas y recién había nacido mi hija Gabriela. Dia tras día, le llevaba y recogía una carga de pañales de tela para el uso de mi hija recién nacida. Un servicio impecable, efectuado a cabalidad en una vivienda muy humilde.


La localidad de Turiacas se encontraba a orillas del lago de Maracaibo, surgida como una expansión del pueblo de Lagunillas de Tierra. Las medidas de seguridad para evitar una catástrofe por una probable falla del dique, incluyeron la reubicación de los habitantes de Turiacas en zonas más seguras. Sus últimos habitantes no reubicados, permanecieron entre las ruinas de casas abandonadas y que reclamó la vegetación.



En los años 1990, en el área de Turiacas existían varios restaurantes y bares muy concurridos. Los negocios se creaban con varias ofertas de servicios. Al mediodía eran restaurantes con expendio de comidas preparadas para llevar, ya en horas de la tarde/noche se transformaban en expendio de licores y en bares con la atención de mujeres como meseras. La terraza Cañaveral, era uno de esos multinegocios, tenía una tarima levantada a un metro de altura sobre el nivel de una pista de baile, en donde también se colocaban las mesas. En el local también funcionó una banca hípica para efectuar apuestas de las carreras de caballos. Las apuestas podían hacerse con una llamada telefónica con pagos y cobros diferidos. Un emprendimiento muy creativo para la época, con lo que se lograba que los clientes de la petrolera dejaran parte del dinero recibido en salarios.


El nombre de la localidad de Tasajeras proviene de tasajear, que se refiere la acción de cortar. En este caso y en ese lugar se beneficiaba y se procesaban los cortes de la carne del ganado de haciendas cercanas. Tasajeras también fue conocida por sus fiestas y por su puerto. Con la construcción del muro de contención, se secaron las lagunas naturales, dejando los palafitos en seco y se cerró el puerto, por lo que hoy es un grupo de casas rodeado de salinas secas.



Uno de los límites de Tasajera lo constituye el caño “La O”, un antiguo cauce que conectaba una ciénaga con las aguas del lago.



En ese caño todavía se mantiene un volumen de aguas servidas estancadas con medio metro de altura, que impregna con su olor a quien transita por la Intercomunal. Al lado del caño, existía un expendio de comida conocido como el Pescadon, que después de un auge con el servicio de comidas del mar, quedo reducido a solo la venta de empanadas. Al lado del caño existía una vía pavimentada que iba de frente a un cementerio. La vista de la entrada al cementerio intimidaba e impedía atender cualquier iniciativa para conocer una amplia zona habitada ubicada detrás del cementerio. A mí en lo personal se me presento la oportunidad de conocer dicha localidad, en una ocasión en la que participé en un operativo por la explosión y posterior incendio de un tramo de un oleoducto. Recuerdo haber notado la existencia de casas con buena construcción, parceladas y con vías divisorias pavimentadas y también la existencia de un buen centro de salud al que me dirigí para prevenirlos de atención a probables heridos por el incendio. Pero también recuerdo que existía una zona muy deprimida de casas construidas con material muy deficiente, que estaba más próxima a la zona del desastre. Una zona que parecía el producto de una invasión por gente mucho más necesitada y que al final fue la más afectada por el siniestro.


El contraste social en Lagunillas era evidente, pero no exclusivo. En cualquier país, se pueden presentar diferencias apreciables en la calidad de vida en zonas vecinas. Por un lado, el área privilegiada la constituye una gente activa en un sector de la economía, que participa en la generación, materialización y repotenciación de una riqueza y en el otro lado y con igual respeto y consideración humana, está constituida por la gente que están en las periferias para ofrecer servicios colaterales. Esas diferencias podrían ser menores, si desde la conducción del estado se lograra hacer una mejor distribución de las riquezas.


Hoy en día en Venezuela lamentablemente se han nivelado los dos sectores, pero injustamente hacia la baja.


Antonio Jimenez, con la colaboración de Alberto Narváez, Roberto Pérez, Rene Faria, Armando González, Maurilio González y Ricardo Piña.

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