El año de 1993 será recordado por muchos por el efecto del agua, pero no por aquella que escasea, sino por la que es abundante, agresiva e intrusa y que trae dolor por su poder destructivo.
La gran inundación de 1993 ocurrió en los Estados Unidos y ha sido considerada como el mayor desastre hidrológico, después de las catastróficas inundaciones de la década de 1930. Esta inundación la causó el desbordamiento del río Misisipi, un evento que se sucede de tres a cuatro veces por siglo. Cientos de diques a lo largo de los ríos Mississippi y Missouri fallaron, matando a 50 personas y causando daños por más de 15 mil millones de dólares. Uno de los aspectos más notables de la inundación de 1993 fue su larga duración entre mayo y septiembre, 50 mil casas fueron destruidas o dañadas y 75 pueblos quedaron bajo las aguas.
Otro evento a menor escala con el agua como protagonista, ocurrió el miércoles, 26 de mayo de 1993, cuando los habitantes de Lagunillas en la costa oriental del lago de Maracaibo en Venezuela, nos despertamos con una fuerte lluvia que presagiaba que algo diferente podría ocurrir. Mi amada y recordada madre y dos de mis hijos, eran mi compañía ese día, en una vivienda del campo Terminal en Lagunillas. Mi hija Gabriela y mi esposa Neida, afortunadamente estaban ausentes, ya que hicieron juntas un viaje a Puerto Rico, siendo este viaje una parte de nuestros regalos por los quince años que Gabriela cumpliría el 30 de dicho mes, es decir en cuatro días adelante.
Una depresión tropical formada en la costa del caribe colombiano en frente de Barranquilla, originó unos cúmulos de nubes que posteriormente descargaron todo su contenido de agua en la costa oriental del lago, pero preferencialmente en Lagunillas.
La torrencial lluvia me impidió cumplir con mis obligaciones diarias que consistían en servir de transporte escolar para mis hijos y en asistir a mi oficina ubicada en el módulo de producción lago, conocido como el Módulo I. Algunos compañeros de trabajo que si estaban presentes en el referido modulo, me comentaron muy temprano en la mañana, que el mismo se estaba inundando y que el agua ya alcanzaba como medio metro de altura. Mis hijos ni se enteraron de lo que estaba ocurriendo y en su interior adormilado más bien festejaron de que no los había llamado a prepararse para asistir al colegio.
La lluvia con una fuerza pareja todo el tiempo, se prolongó hasta entradas horas de la mañana y en el momento que el agua dejo de saturar el suelo, empezó a dar señales de querer entrar a mi casa por la puerta que daba al patio. Allí existía un área abierta de unos 16 metros cuadrados, con techo y piso, estando este último a mayor altura que la del piso interior de la vivienda, lo cual le confería algo de la protección de un muro para evitar que las aguas inundaran el interior de la vivienda. Si bien esto retardaba la entrada del agua, no se constituía en una protección infalible. El solo ver como avanzaba el agua, me dio el valor para salir y con una escoba la empujaba al césped. Afortunadamente, dejo de llover y no llego a irrumpir en cantidad apreciable dentro de la casa. Los registros pluviométricos indicaron que en solo ese día se precipito tanta agua como la que normalmente se acumula en un año en esa área.
En ese momento en que termino de llover, la ansiada y rutinaria normalidad se quedó en una mera ilusión. El peligro acechaba con daños que no podíamos presagiar y lo más grave ocurriría en unas horas más tarde. Mientras eso ocurría, preparé carne asada y arepas en base a carbón, ante la ausencia de electricidad que impedía utilizar la cocina. El corte de electricidad es una acción que se ejecuta con tormentas e inundaciones, como una medida de contingencia para evitar electrocutamientos.
Toda el área de Lagunillas se encuentra en subsidencia desde hace más de 90 años, es decir, está activo un proceso en el cual las capas superiores de la corteza se hunden respondiendo a la compactación de las capas infrayacentes. La compactación en dichas capas inferiores se produce al no poder soportar el peso de toda la columna de rocas hasta la superficie, que estripa los espacios libres que quedan al desalojar los líquidos, principalmente el petróleo.
Debido al hundimiento en esa área costera, se necesita de la protección de un muro o dique para evitar la entrada del agua del lago. La construcción de este dique se inició en el año 1929 y de su mantenimiento depende la vida de la población en esta costa a lo largo de sus 47 kms de longitud.
En zonas ampliamente explotadas por la extracción del petróleo, como lo es en Lagunillas, el hundimiento está en 11 metros. Si el volumen de agua que cae de las lluvias es considerable, después de saturar el suelo, empieza a aumentar en altura y corre en favor de la pendiente que da precisamente hacia ese muro. De seguida, se hace necesario enviar estas aguas al lago para evitar inundaciones y para ello se utilizan bombas y tuberías para sobrepasar la altura del muro. Si las bombas no llegan a operar por algún motivo, esas aguas inundan irremediablemente las oficinas y las viviendas y precisamente eso fue lo que ocurrió en ese día de mayo.
Las aguas de lluvias de la región en las zonas alejadas al muro, se colectan a través de los caños y arroyos naturales y fluyen a los canales principales construidos por el hombre, en un sistema de drenaje más complejo. Los canales principales en ese día estaban colapsados por la falta de bombeo del agua al lago y acumularon tanta agua que se salió del cauce e inundó.
A eso de las 4 de la tarde, en un recorrido a pie por las calles del campo Terminal, noté que el agua salía por las rejillas de los canales de recolección de las aguas de lluvia habiendo pasado horas desde que el aguacero había finalizado. Esta observación sobre un contraflujo anormal, fue un motivo de preocupación y angustia y por eso decidí de inmediato trasladarme a la ciudad de Maracaibo con mis hijos y mi madre. Pero antes, solicité la colaboración de algunos compañeros de trabajo e izamos a cierta altura sobre el piso, los artefactos eléctricos como la cocina, nevera, lavadora, etc. así como también los muebles de la sala, camas y colchones, en fin, todo lo que era susceptible de dañarse si se mojaban.
Tras dejar algunos sacos de arenas protegiendo las puertas de entrada de la vivienda, salimos a Maracaibo, sin dejar de preocuparnos por que la ruta elegida estuviera entre las ya inundadas.
Al siguiente día regresé al campo y pude contactar que el agua alcanzó a inundar los jardines de la casa, y que fueron contenidas por los sacos de arenas. Las viviendas del campo Alegría, vecino al campo Terminal, si resultaron completamente inundadas.
Algunos de los habitantes de este campo, se enviaron a refugios y casas de familiares o amigos solidarios y ese día el campo solo era transitable en botes en las zonas más afectadas.
El Gerente General decidió apersonarse al campo para llevar un mensaje de solidaridad a la gente con algunos ofrecimientos de ayudas monetarias para compensar en parte las pérdidas económicas. Estuve presente y soy testigo de momentos de tensión entre los asistentes, ya que entre ellos se manejaba una información de negligencia operacional como causa de la inundación. La gente mantuvo su buen comportamiento y no paso de algunos gritos y empujones, pero nada de violencia.
El plan de ayudas incluía una visita previa a las casas, a mí me tocaron 5 viviendas y pude contactar los daños en bienes muebles e inmuebles. La humedad y los olores combinados del diésel como material fumigante y de la materia en descomposición, eran insoportables.
Algunos residentes se reciclaban entre ellos los colchones dañados ya que para la visita se había exigido algo así como una auditoria con pruebas testimoniales de lo dañado.
La buena capacidad de respuesta de la empresa solventado los problemas acaecidos en los procesos operacionales en ambientes naturales de alta exigencia fueron comprobada una vez más, de allí que la normalidad operativa y la convivencia en los campos residenciales retornaron casi inmediatamente, tanto, que siempre fue posible efectuar el festejo en casa, de los 15 años de edad de mi hija tal y como se había programado.
Antonio Jimenez.
Comentários