En julio de 1992 fui transferido desde Caracas hasta Lagunillas, al oeste de Venezuela, en donde estaría encargado de las operaciones de subsuelo lago. En esa posición sería el responsable de las operaciones en miles de pozos de la empresa ubicados en el lago de Maracaibo, estando o no en condición activa de producción. Estas operaciones incluían múltiples trabajos con unidades de guaya (slick line) que servían para bajar herramientas al pozo, trabajos con gabarras para limpiezas química, con gabarras de tuberías enrolladas y de alta presión. Unos trabajos muy interesantes con resultados que comprobaban la eficiencia de los programas en un tiempo relativamente corto.
Cada día era una vorágine, las mañanas se iniciaban muy temprano con la revisión de los reportes de las actividades ejecutadas en el día anterior, tanto para aquellos trabajos que habían finalizados como para aquellos que estaban en progreso y luego se entraba en las discusiones para definir el programa de los nuevos trabajos. Por las tardes el tiempo se ocupaba en asignar la tarea a los contratistas, la gestión presupuestaria y la revisión de los procesos. En esa época, la empresa estaba en una revisión gerencial de su eficiencia empresarial a través del mantenimiento continuo o de la calidad de gestión. Con esa política de actuación empresarial, en las operaciones de subsuelo lago se logró bajar la incidencia de trabajos fallidos, los tiempos de ejecución y la ocurrencia de perdidas de herramientas en los pozos por roturas de la guaya.
Para lograr esos resultados fue muy importante concurrir a la sede de las contratistas y revisar cada una de las herramientas y la condición de la guaya a la tensión permitida de fábrica. Precisamente en una visita de inspección a la sede de una de esas contratistas, acompañando al técnico encargado de esta actividad, observé el estilo muy peculiar de este profesional, que con mucha autoridad se mostraba para descartar las herramientas que visualmente consideraba de que no estaban aptas para el trabajo en pozos. Su manera de hacerlo, incluía sus piernas y los pies como si ejecutara una danza sobre una alfombra de plástico en donde estaban colocadas todas las herramientas. Aquellas herramientas que en su opinión estaba en mal estado, eran señaladas y golpeadas con sus pies hasta dejarlas fuera de la alfombra mientras gritaba “pa fuera” o “no va”. Esa especie de ritual era todo un espectáculo.
Las herramientas estaban codificadas y la lista de las descartadas se distribuían entre los supervisores de la empresa para asegurar que no se utilizaran. La prueba de la integridad del rollo de guaya era costosa porque en uno de ellos, se alcanzaba la tensión de rotura en varias secciones a lo largo de la longitud total, es decir, se picaba en pedacitos, para así determinar la tensión máxima del uso de otros rollos con la misma manufactura.
El mejoramiento de los indicadores de eficiencia de los trabajos fue considerable y con ello la reducción del desperdicio de tiempo y costo.
Para esta posición también fue necesario utilizar un maletín negro, del tipo de piloto de aviación, muy de moda en esa época por los ingenieros encargados de análisis de alto nivel técnico, los más parecidos a unos científicos. Quien me veía con ese maletín, de seguro pensaba que estaba en esa misma onda de ciencia, pero no, en ese maletín por lo voluminoso, podía llevar semanalmente a mi casa los cientos de facturas de los trabajos ejecutados para mi autorización a pago. Nunca le comenté a nadie sobre el contenido del maletín, para no dar pie a que se me comparara con el personaje cómico de Joselo del Dr. Chimbin, un abogado poco competente, en cuyo maletín llevaba solo la revista hípica y un rollo de papel toilet.
Apenas dure algo menos de un año en esa posición y rápido volví a Ingeniería de Petróleo que fue la gerencia por donde me inicie en la industria petrolera en Maraven. Mi corta estadía en operaciones de subsuelo lago la recuerdo con mucha deferencia, disfrute mucho de mi equipo de trabajo, la mayoría de ellos técnicos e ingenieros con ganada experiencia y conocimientos hacia la excelencia y de trato muy cortes y de respeto. Fue una de las posiciones que mas disfrute en la industria.
La vorágine laboral también se extendió a lo personal y familiar. En un principio nos hospedamos en una suite del Hotel Cabimas Hilton, en la ciudad de Cabimas y a una hora de trayecto hasta Lagunillas. Afortunadamente, se presentó la disponibilidad de una suite de dos cuartos en el Hotel América en Ciudad Ojeda, más cerca de Lagunillas. En un par de meses como mucho, nos mudamos a una vivienda del campo Terminal, justo en frente de la sede del Club Carabobo Sur que era como vivir en un resort.
El hotel Cabimas Hilton presentó un reclamo sobre un daño de la alfombra de la habitación y efectivamente así sucedió, era una mancha oscure producida por algo caliente que estuvo en contacto con la alfombra a un lado de la cama. Luego me entere de que fue causado por una cafetera eléctrica tipo italiana que incluía una resistencia para hervir el agua en su interior. Al final la empresa alcanzo un acuerdo con el hotel y aporté parte del pago por el daño.
Estas actividades formaban parte del modo de vida del trabajador profesional en la empresa estatal del petróleo en Venezuela, un trabajo conducido bajo una política de búsqueda de la excelencia empresarial que se complementaba con solidos nexos familiares con la educación, salud y buenos ejemplos. En un abierto contraste con estas actividades de bien y estando en la vivienda del Campo Terminal, el 27 de noviembre de 1992, tuvimos la estocada mortal para el futuro próspero de Venezuela con la segunda intentona de golpe militar, apenas nueve meses después del intento fallido de Chávez en febrero. En el segundo intento de golpe participaron civiles y militares con un falso objetivo de capturar al presidente y establecer una junta cívico-militar como gobierno de transición. Detrás de ese manifiesto, se escondía el verdadero propósito de la intentona, que era la repotenciación de Chávez con las armas mediáticas que desacreditaran al gobierno y al presidente y resaltaran la figura mesiánica salvadora de todos los males con Chávez.
En esta ocasión se efectuó la toma de la sede de la televisora pública Venezolana de Televisión, así como las antenas repetidoras de los canales de televisión privados de RCTV y Venevisión con el liderazgo de Jesse Chacón, quien con los años fue una figura relevante en los altos mandos de Chávez. Con esta toma se hizo posible la transmisión de un vídeo grabado previamente por Chávez, que apareció de la nada hasta para la sorpresa de los cabecillas. Este videíto costó 171 muertos y de ellos 29 militares. Los golpistas se rindieron muy temprano en la tarde y parte de ellos escaparon al Perú, donde fueron recibidos en calidad de perseguidos políticos por el presidente Alberto Fujimori. En la noche, aunque la situación se encontraba controlada en el plano militar, se reportaron enfrentamientos entre la policía y el supuesto pueblo en rebelión en las parroquias caraqueñas de Caricuao y del 23 de Enero, zonas caracterizadas por parte de su población que actuaba en los planos delincuenciales y de rebeldía al orden.
Solamente 196 personas, entre civiles y militares, fueron llevadas a un tribunal militar, incluyendo a las que huyeron a Perú, a los que se le abrió un proceso en ausencia. De estos, 97 fueron condenados, y el resto fueron absueltos. No obstante, unas semanas después la Corte suprema de Justicia anuló los juicios, y dentro del período de un año, todos los implicados ya habían sido liberados por los gobiernos de Ramon J. Velásquez y Rafael Caldera.
La conspiración seguía en marcha con el aporte de los malos y de los buenos manipulados.
Antonio Jimenez.
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