Sobrecogido de un terror sagrado, ¿cómo, ¡oh Tiempo! -respondí- no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamientos del Destino.
Extracto de “Mi delirio sobre el Chimborazo”. Simón Bolívar.
La hora del lobo es el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere, cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos..."
Ingmar Bergman, La hora del lobo.
La reciente película “The Wolf Hour”, aportó el estímulo para este escrito. El tema de la película está centrado en la vivencia de una escritora muy reconocida una década atrás y que terminó viviendo sola y aislada del mundo exterior en un apartamento de su abuela en el sur del Bronx en New York.
Es el famoso verano de 1977, con récord de altas temperatura como complemento a la actuación delictiva de David Berkowitz, el asesino en serie estadounidense, conocido como “El hijo de Sam” y del apagón de electricidad que afectó a la ciudad en julio de 1977 y que resultó en numerosos desórdenes públicos, saqueos y pillaje.
La paranoia y el miedo se adueñan de la escritora hasta el punto de que no podía colocar un pie fuera de su apartamento, en primer lugar para evitar crear un daño a la humanidad por un trastorno delirante y luego por el miedo a arriesgarse a formar parte de las estadísticas de víctimas de la delincuencia. La escritora llega a recuperarse del trauma y rehace su vida.
El término paranoia ha sido utilizado previamente en psiquiatría para denominar lo que ahora se conoce como 'trastorno delirante'. El trastorno delirante o psicosis paranoica es un trastorno psicótico caracterizado por ideas delirantes no extrañas en ausencia de cualquier otra psicopatología significativa. En particular, la persona con este trastorno no ha cumplido nunca los criterios para la esquizofrenia y no tiene alucinaciones notorias, aunque pueden estar presentes alucinaciones auditivas, táctiles u olfativas, si estas están relacionadas con el tema del delirio.
Una persona con trastorno delirante puede ser bastante funcional y no tiende a mostrar un comportamiento extraño excepto como resultado directo de la idea delirante. Sin embargo, con el tiempo la vida del paciente puede verse más y más abrumada por el efecto dominante de las creencias anormales.
En psicopatología, se define delirio como una creencia que se vive con una profunda convicción a pesar de que la evidencia demuestra lo contrario. No debe confundirse con confabulación, dogma, ilusión, alucinación y otros efectos de percepción alterada. Por ejemplo, un sujeto puede afirmar que es portador de una verdad que debe propagar por el mundo, dado que escuchó su nombre en la televisión. El delirio no se diagnostica por la convicción de ser portador de una verdad que revelar (muchas personas podrían decir algo parecido), sino por la forma extravagante por la que llega a esa convicción (haber escuchado su nombre por la televisión).
Generalmente, ante la argumentación de que eso no tiene lógica, el sujeto persiste en su convicción. Dado que no es una convicción habitual, habría que verificar si acaso pertenece a algún grupo religioso que sostenga convicciones similares; sin embargo, incluso en este caso, los propios miembros de su grupo podrían haber detectado una alteración de la lógica del pensamiento que consideran extraña. En ese caso, la idea se considera delirante.
La psicopatología clásica los clasifica como:
Delirios impositivos: el mecanismo de defensa que se activa lo hace por exaltación, y con su conducta la persona manifiesta la necesidad de comunicar, compartir y buscar adeptos a su sistema de creencias.
Delirios defensivos: el mecanismo de defensa que se activa lo hace por depreciación, y con su conducta la persona manifiesta la necesidad de alejarse de los otros, busca protección y ocultarse.
Los factores desencadenantes del trastorno delirante se encuentran muy activos en individuos que presentan un acusado narcisismo y que se han visto expuestos a serias frustraciones, hallándose consecuentemente dotados de una baja autoestima. Esto provoca que se dispare en los mismos el mecanismo natural de Proyección, muy estudiado por la psicología, en virtud del cual tendemos a atribuir a otros aquellos impulsos, fantasías, frustraciones y tensiones que nos resultan inexplicables, inaceptables e insoportables en nosotros mismos.
El pensamiento paranoide es rígido e incorregible: no tiene en cuenta las razones contrarias, sólo recoge datos o signos que le confirmen el prejuicio, para convertirlo en convicción.
El cuadro clínico puede referirse a un tipo de sensaciones angustiantes, como la de estar siendo perseguido por fuerzas incontrolables (manía persecutoria), o ser el elegido para una alta misión, como la de salvar al mundo, aquellas creencias que están fuera de la realidad reconocida por las ciencias (creer que es posible robar el pensamiento, resucitar a personas fallecidas), delirio de grandeza o grandiosidad, atribuido por algunos estudiosos a determinadas personalidades dictatoriales y gobiernos.
El delirio encapsulado se define como la locura razonante porque, salvo por una idea delirante muy específica, el paciente funciona sin dificultades en la mayoría de los aspectos de su vida, y puede llegar a pasar totalmente desapercibido; únicamente hasta que alguien le habla de ese tema el paciente empieza a delirar y a comportarse de forma enajenada.
El miedo o temor es una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta en todos los animales, lo que incluye al ser humano. La máxima expresión del miedo es el terror. Además, el miedo está relacionado con la ansiedad.
Existe miedo real cuando su dimensión está en correspondencia con la dimensión de la amenaza. Existe miedo neurótico cuando la intensidad del ataque de miedo no tiene ninguna relación con el peligro. En la actualidad existen dos conceptos diferentes sobre el miedo, que corresponden a las dos grandes teorías psicológicas que tenemos: el conductismo y la psicología profunda.
Según el concepto conductista el miedo es algo aprendido. El modelo de la psicología profunda es completamente distinto. En este caso, el miedo existente corresponde a un conflicto básico inconsciente y no resuelto, al que hace referencia.
Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo, y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para permitir al individuo responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para su especie.
Desde el punto de vista neurológico es una forma común de organización del cerebro primario de los seres vivos, y esencialmente consiste en la activación de la amígdala, situada en el lóbulo temporal.
Desde el punto de vista psicológico, es un estado afectivo, emocional, necesario para la correcta adaptación del organismo al medio, que provoca angustia y ansiedad en la persona, ya que la persona puede sentir miedo sin que parezca existir un motivo claro.
Desde el punto de vista social y cultural, el miedo puede formar parte del carácter de la persona o de la organización social. Se puede por tanto aprender a temer objetos o contextos, y también se puede aprender a no temerlos, se relaciona de manera compleja con otros sentimientos (miedo al miedo, miedo al amor, miedo a la muerte, miedo al ridículo) y guarda estrecha relación con los distintos elementos de la cultura.
Desde el punto de vista evolutivo el miedo es un complemento y una extensión de la función del dolor. El miedo nos alerta de peligros que no nos han ocasionado algún dolor, sino más bien una amenaza a la salud o a la supervivencia. Del mismo modo en que el dolor aparece cuando algo nocivo ataca nuestro cuerpo el miedo aparece en medio de una situación en la que se corre peligro.
El mecanismo que desata el miedo se encuentra, tanto en personas como en animales, en el cerebro, concretamente en el cerebro reptiliano, que se encarga de regular acciones esenciales para la supervivencia como comer y respirar, y en el sistema límbico, que es el encargado de regular las emociones, la lucha, la huida, la evitación del dolor y en general todas las funciones de conservación del individuo y de la especie. Este sistema revisa de manera constante (incluso durante el sueño) toda la información que se recibe a través de los sentidos, y lo hace mediante la estructura llamada amígdala cerebral, que controla las emociones básicas, como el miedo y el afecto, y se encarga de localizar la fuente del peligro.
Cuando la amígdala se activa se desencadena la sensación de miedo y ansiedad, y su respuesta puede ser la huida, el enfrentamiento o la paralización. Se ha encontrado que la sensación de miedo está mediada por la actuación de la hormona antidiurética (vasopresina) en la amígdala cerebral y que la del afecto lo está por la de la hormona oxitocina, también en la amígdala.
El miedo produce cambios fisiológicos inmediatos: se incrementa el metabolismo celular, aumenta la presión arterial, la glucosa en sangre y la actividad cerebral, así como la coagulación sanguínea. El sistema inmunitario se detiene (al igual que toda función no esencial), la sangre fluye a los músculos mayores (especialmente a las extremidades inferiores, en preparación para la huida) y el corazón bombea sangre a gran velocidad para llevar hormonas a las células (especialmente adrenalina). También se producen importantes modificaciones faciales: agrandamiento de los ojos para mejorar la visión, dilatación de las pupilas para facilitar la admisión de luz, la frente se arruga y los labios se estiran horizontalmente.
Como el sistema límbico fija su atención en el objeto amenazante, los lóbulos frontales (encargados de cambiar la atención consciente de una cosa a otra) se desactivan parcialmente. Durante un ataque de pánico, la atención consciente queda fijada en el peligro, y si los síntomas fisiológicos como el ritmo cardíaco o la presión sanguínea son interpretados por el sujeto como una confirmación de la realidad de la amenaza se produce una retroalimentación del miedo, que impide una ponderación del auténtico riesgo. Esto sucede, especialmente, en el caso de las fobias: la atención del fóbico es incapaz de prestar atención a otra cosa y magnifica el peligro ante la incomprensión de los presentes.
El terror (terror) se refiere a un estado pronunciado de miedo posterior al estado de horror ante un peligro inmediato, y que puede provocar acciones atípicas e irracionales en quien lo siente.
Recopilación de la Información y Restructuración por Antonio Jimenez.
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