Rumania es un país ubicado en la intersección de Europa Central y del Sureste, en la frontera con el mar Negro. Limita con Hungría y Serbia al oeste, Ucrania y Moldavia al noreste y al este, y Bulgaria al sur.
Con 238 mil km2, Rumania es el noveno país más grande de la Unión Europea por área, y cuenta con la séptima mayor población de la Unión Europea con más de 19 millones de habitantes. Su capital y ciudad más poblada es Bucarest, la décima ciudad más grande de la Unión Europea.
Al final de la segunda guerra, algunos territorios del noreste anteriormente de Rumania fueron ocupados temporalmente por la Unión Soviética; con unidades del Ejército Rojo estacionadas en territorio rumano, el país acabó convirtiéndose en la República Socialista de Rumania y miembro del Pacto de Varsovia.
Con la caída del bloque socialista europeo y la llamada Revolución rumana de 1989, Rumania inició su transición hacia la democracia representativa occidental y una economía de mercado capitalista. Después de una década de problemas por las privatizaciones masivas y la llamada revolución post económica, así como el deterioro de los estándares de vida que provocó una masiva emigración hacia los países del entorno, se llevaron a cabo amplias reformas que impulsaron la recuperación económica.
Desde 2010, Rumania es un país de ingresos relativamente altos, con un alto índice de desarrollo humano. Rumania se unió a la OTAN el 29 de marzo de 2004, y a la Unión Europea el 1 de enero de 2007.
Volviendo a ese pasado comunista rumano, en 1965 asumió la presidencia Nicolae Ceaușescu quien con su desviación hacia una política personalista y autárquica dictatorial, le granjeó al principio la amistad de gobiernos occidentales por promover la disolución del Pacto de Varsovia y criticar las intervenciones soviéticas de Checoslovaquia y Afganistán en 1968 y 1979, respectivamente.
Además, el nivel de vida en el país era bueno, y contaba con pleno empleo. Ceausescu promovió unas polémicas políticas dirigidas a revertir las bajas tasas de natalidad del país.
Dichas medidas buscaban evitar lo que era una tendencia en el país tras la Segunda Guerra Mundial de que su población estaba disminuyendo. Por tal motivo a las parejas se les animaba a tener tantos hijos como pudieran para repotenciar la economía nacional.
Al principio de su mandato, Ceausescu implementó un decreto que restringía el aborto y el acceso a anticonceptivos. "Quien evita tener hijos es un desertor que abandona las leyes de continuidad nacional", dijo entonces el líder en un discurso.
Los documentos históricos indican que el decreto estableció un control absoluto de la vida reproductiva femenina. Las autoridades, que se conocieron como la "policía menstrual", sometían a las mujeres a pruebas ginecológicas obligatorias en sus lugares de trabajo y monitoreaban sus embarazos. Las parejas que no podían reproducirse tenían que pagar impuestos adicionales.
Ceausescu quería aumentar la población por encima del 50% en una sola década, la tasa de natalidad rumana creció rápidamente, pero con efectos secundarios graves tales como un aumento en las tasas de mortalidad materna e infantil y también, en el número de niños que fue abandonado por miles en los orfanatos estatales. Se amplió la población de huérfanos con la esperanza de crear un segmento de jóvenes que, no teniendo padres, respondiera principalmente al Estado y a él, su líder supremo.
Los niños que nacieron en los últimos 20 años del comunismo fueron conocidos así, como los "Niños del Decreto".
Junto a esa política de fomento de la natalidad, el dictador auspicio una política que tenía como objetivo acabar con la deuda externa. El método fue la denominada "racionalización" (una reducción drástica) de artículos de primera necesidad como carne, leche, huevos, agua corriente y luz eléctrica, dejando a la mayoría de las familias en la pobreza y el hambre e incapaces de mantener a los hijos que daban a luz.
Por lo tanto, miles de padres y madres dejaron a sus bebés en orfanatos gubernamentales. Se calcula que,en 1989, existían en Rumanía unos 700 orfanatos estatales que alojaban a unos 170 mil niños. En la mayoría de los centros, los huérfanos recibían suficiente comida y tenían condiciones higiénicas y cuidados médicos adecuados, pero a medida que el régimen de Ceausescu se deterioraba, las condiciones en estos refugios también empeoraron, los niños eran maltratados físicamente, no recibían alimentación adecuadamente y sus condiciones higiénicas eran lamentables.
Según contaron algunos sobrevivientes, fueron tratados como animales salvajes que necesitaban ser enjaulados. Había tres o cuatro bebés acostados en una cama y el reducido personal disponible no les prestaba atención. No había medicinas ni instalaciones para el aseo y tanto el abuso físico como sexual eran una constante. Además, pasaban los días sin ninguna interacción con los adultos, sin jugar ni hablar, mirando a las paredes o acostados solos en sus cunas. Se estima que unos 20 mil niños habían muerto a la caída de Ceaușescu.
Las primeras manifestaciones anticomunistas en contra de Ceaușescu tuvieron lugar en Brasov, en 1987, siendo reprimidas. Como respuesta a la situación del país, estalló la Revolución Rumana de 1989 en Timișoara y, más tarde, en Bucarest y en todas las ciudades importantes. En diciembre de 1989. Nicolae Ceaușescu había perdido el apoyo del ejército y fue detenido, juzgado y ejecutado junto a su esposa y consejera Elena Ceaușescu, en el día de Navidad.
Tras la muerte del dictador, las fotos que llegaron a los medios occidentales de varios huérfanos compartiendo la misma cuna o niños discapacitados tumbados sobre sus propios excrementos dieron la vuelta al mundo. Cuando se abrieron los orfanatos a la adopción internacional, se hizo muy patente un nuevo problema ya que los niños criados en los orfanatos mostraban habilidades intelectuales gravemente disminuidas. El internamiento temprano en los orfanatos producía profundos déficits y retrasos en los comportamientos cognitivos, incluyendo un grave deterioro en el cociente de inteligencia y socioemocionales, por ejemplo, con menores índices de apego, mayores índices de trastornos psiquiátricos y diferencias en la actividad cerebral. La adversidad temprana tiene un impacto en el cerebro, la estimulación o la interacción son cruciales para la arquitectura del cerebro, los efectos adversos pueden durar toda la vida y ser una gran carga para la sociedad.
Los neurocientíficos sostienen que, desde el primer día de vida, los niños necesitan interacción con sus mayores como una especie de "nutriente" para su cerebro. Es decir, cuando los niños experimentan violencia, problemas socioeconómicos extremos, abuso o son radicalmente descuidados, el estrés tóxico resultante impide que el cerebro establezca conexiones neuronales, lo que puede conducir a dificultades de aprendizaje y de comportamiento.
Dentro del antiguo orfanato, en la habitación donde los bebés estaban alineados en cunas, un profundo silencio era algo muy inusual en un lugar con tantos niños pequeños. Los niños no lloraban, siendo esto el resultado de años de negligencia y ausencia absoluta de estímulos, nunca nadie respondió a los gritos. No hubo una interacción típica entre un cuidador y un niño, entre una madre y un niño. Nadie los atendió cuando lloraban.
La tragedia resultante conduciría a estudios innovadores sobre cómo la negligencia hacia los bebés impacta sus cerebros con secuelas que pueden persistir en la edad adulta.
En estudios publicados en 2003 y 2004, se analizaron electroencefalogramas de niños rumanos todavía en los hospicios y compararon estas pruebas con las de otros que ya vivían con sus familias. Aquellos que habían experimentado las condiciones extremas de los refugios tenían un cerebro diferente al de una infancia tradicional, menor frecuencia cerebral en áreas cruciales e inmadurez del sistema nervioso.
Los niños que fueron adoptados tenían un mejor desarrollo cognitivo que aquellos que no podían abandonar los refugios rumanos. A lo largo de la década de 1990, algunos niños fueron adoptados por familias extranjeras, particularmente de Reino Unido, Canadá y Estados Unidos.
Para los que sobrevivieron, las huellas de su infancia todavía se sienten en su presente y muchos solo esperan que algún día no muy lejano haya justicia para la tragedia que marcó sus vidas.
Con la desaparición de ceaușescu, el sistema de orfanatos fue transformándose como lo hizo el resto de Rumanía. Empezó una nueva etapa para los jóvenes internados, algunos buscaron a sus familias biológicas, otros se esforzaron por conseguir su inserción laboral, otros quedaron al margen de la sociedad, excluidos de todo, mientras que nuevos niños, en menor número, seguían necesitando un futuro y requiriendo los servicios de protección de la infancia.
Han pasado 30 años y algunos de esos niños se han convertido en adultos que arrastran su pasado y que quieren que las autoridades rumanas reconozcan el hambre, el frío, las golpizas, los abusos sexuales y el abandono que sufrieron en varias de esas instituciones.
Nadie ha sido juzgado por los maltratos y muertes en la macabra red de instituciones de internamiento que creó su régimen comunista, aunque la justicia rumana comenzó a investigar a docenas de personas con responsabilidad directa o indirecta en el caso de los "los niños del decreto".
De hecho, de acuerdo con documentos de la época, los peores abusos tuvieron lugar en orfanatos para niños discapacitados, que le eran quitados a sus familias para que el gobierno se hiciera cargo de ellos. A los tres años de edad, los menores discapacitados eran clasificados por comisiones hospitalarias en tres categorías: "curables", "parcialmente curables" e "incurables", que era sometidos a condiciones de vida cada vez más brutales en dependencia del nivel de discapacidad que tuvieran.
Recopilación de la Información y Restructuración por Antonio Jimenez.
Enlaces:
Comments