“El olor reside la misma esencia del alma, lo impregna todo de una forma pertinaz y tiene la capacidad de abrir las puertas del inconsciente, desde las que se cuelan las escenas más amables y las más dolorosas.” Mercedes Pinto Maldonado, escritora española.
Los sentidos son el mecanismo fisiológico de la sensación, y permiten obtener información de lo que está a nuestro alrededor así como determinados estados internos del organismo.
Los seres humanos cuentan con cinco sentidos:
El sentido de la vista es la capacidad de detectar las ondas electromagnéticas dentro de la luz visible por el ojo e interpretar por el cerebro la imagen como vista. El sentido del tacto es la percepción de la presión, generalmente en la piel. El sentido del oído o de la audición: es el sentido de la percepción de vibraciones del medio que oscilan entre 20 y 20000 Hz. El sentido del gusto o de sabor es uno de los dos sentidos químicos del cuerpo, los cuatro receptores bien conocidos detectaron el dulce, el salado, el amargo, y el ácido, aunque los receptores para dulce y amargo no se han identificado definitivamente. El sentido del olfato o del olor: es el otro sentido químico. Es diferente del gusto, en que hay centenares de receptores olfativos, cada uno se une a una molécula de característica particular, según la teoría actual. En el cerebro, el olfato es procesado por el sistema olfativo. Las neuronas olfativas del receptor en la nariz se diferencian de la mayoría de las otras neuronas en que mueren y regeneran sobre una base regular. Esto último es una buena noticia para quienes pierden temporalmente el sentido del olfato por la acción del Covid-19.
Los colores, los sonidos, los olores y los sabores son construcciones mentales creadas en el cerebro por el procesamiento sensorial. No existen como tales fuera del cerebro. Nuestro cerebro crea el mundo en el que vivimos, y son la sensación y luego la percepción los procesos encargados de absorber información del mundo externo, y también del interno para dar significado a las cosas a través del pensamiento.
El procesamiento sensorial o la sensación, es la recepción de estímulos mediante los órganos sensoriales. El estímulo se presenta en el medio y los sentidos, dependiendo su modalidad, están adaptados para responder a tal estímulo, que podemos llamar estímulo distal. Los sentidos poseen neuronas especializadas que se encargan de activarse frente a un tipo de energía en especial. Estas neuronas receptivas toman información del estímulo y reproducen su esencia, esto es, elaboran un estímulo proximal que describe las cualidades del estímulo real y envían esa información a otras neuronas a modo de impulsos electroquímicos.
En el instante en que la transmisión del estímulo pasa al sistema nervioso central para ser integrado, se puede determinar la diferencia entre el proceso sensorial y el proceso perceptivo, puesto que el primero se limita a una recepción de estímulos físicos aislados simples del ambiente mientras que la percepción es una interpretación, dación de significado y posterior organización en la mente, de esa información brindada por el proceso sensorial. Es decir, sentimos enrarecimientos del aire (ondas), pero percibimos sonidos; sentimos acciones mecánicas, pero percibimos caricias o golpes; sentimos gases volátiles, pero percibimos la fragancia de un perfume o el aroma del desayuno. De modo que nuestras percepciones no son registros directos del mundo que nos rodea, sino convenciones culturales que se construyen internamente siguiendo reglas innatas y constricciones impuestas por las capacidades del sistema nervioso.
Sentidos como el gusto o la vista tienen establecida una escala sistemática multidimensional que ayuda comprender la percepción.
En el caso del olfato se han concretado unas diez categorías mínimas en las que se pueden describir los olores en fragancia floral, leñosa o resinosa, frutal no cítrico, olor químico, mentolado o refrescante, dulce, quemado o ahumado, cítricos, y dos tipos de hedores nauseabundos: descompuesto y rancio. Las categorías son aproximadas, pero lo importante es la magnitud y que las cualidades de cada olor son independientes.
Hay olores que nos transportan inmediatamente a lugares y momentos que parecían olvidados. Con un salto volvemos a la infancia o a unas vacaciones en un país lejano. El aroma de un libro recién impreso, el del polvo de talco del que abusaba la madre o la abuela, el olor del cambur que se podría en el bulto del colegio, la fragancia de la hierba recién cortada o el olor a lluvia en verano.
Según los antropólogos, nuestros antepasados establecieron una relación fuerte y positiva con el olor de la lluvia, ya que les indicaba el fin de la estación seca, lo que aumentaba las posibilidades de supervivencia. La llegada de las tormentas marcaba el despertar de la naturaleza y, hoy en día, a través del olor de la lluvia seguimos percibiendo algo muy parecido al verdadero olor de la vida.
Los aromas activan una conexión cerebral casi instantánea con las emociones. Nuestro bulbo olfativo está conectado directamente al sistema límbico y a la amígdala, las áreas del cerebro asociadas con el desarrollo y la modulación de los estados emocionales. Los perfumes que reconocemos (tanto si nos despiertan recuerdos positivos como negativos) activan de inmediato las estructuras más antiguas de nuestro cerebro.
El perfume que permanece suspendido en el aire después de la lluvia, es el resultado de la combinación de tres aromas diferentes, mezclados tras varias reacciones químicas y físicas: el ozono si hay actividad eléctrica y cuyo olor puede recordar el del cloro, la geosmina, más intensa y parecida a un vapor de moho, que procede de las plantas y del suelo húmedo, y el petricor, que es fresco, dulce y suave, emitido principalmente por las rocas.
El ozono se origina a partir de la descomposición de las moléculas de nitrógeno y oxígeno, algunas de estas moléculas se recombinan con el monóxido de nitrógeno, que a su vez reacciona con otros componentes atmosféricos para formar el ozono. Éste es empujado hacia abajo por las corrientes que se forman en las nubes, esparciendo a bajas alturas su característico olor a limpio. Muchas personas advierten el olor de la lluvia incluso antes de que llegue, porque el ozono puede ser transportado por el viento a grandes distancias y preceder la llegada de la tormenta. La palabra ozono proviene del verbo griego ozein, que significa enviar olor.
La geosmina, que se traduce literalmente como aroma de la tierra, es una molécula producida por bacterias del género Streptomyces. En tiempos de sequía esta bacteria libera sus esporas para sobrevivir, al llegar la lluvia las esporas se propagan en el aire y permanecen suspendidas en el ambiente, dando lugar al penetrante olor a tierra mojada.
El nombre Petricor está dado a un olor que se produce al caer la lluvia en los suelos secos, equivalente al popular tierra mojada o simplemente olor a lluvia. Se define como el distintivo aroma que acompaña a la primera lluvia tras un largo período de sequía. Es una palabra griega formada de piedra (petra) y de la esencia que corre por las venas de los dioses en lugar de sangre (icor). En 1964, dos geólogos australianos, usaron el término y lo describieron como el olor que deriva de un aceite exudado por ciertas plantas durante periodos de sequía. Estos aceites aromáticos retardan la germinación de las semillas y el crecimiento de las plantas. Esto podría indicar que las plantas exudan estos aceites con la finalidad de proteger a las semillas, evitando que germinen en épocas de sequía. Después de periodos de sequía en zonas desérticas, el olor es mucho más perceptible y penetrante cuando llega el periodo de lluvias. Por su compleja composición (más de cincuenta sustancias), el petricor no ha podido ser sintetizado.
Este aceite queda absorbido en la superficie de las rocas, principalmente las sedimentarias, como las arcillosas, y al entrar en contacto con la lluvia es liberado en el aire junto con la geosmina.
En comparación con el ozono, la nariz humana es sumamente más sensible a la presencia de geosmina, por esta razón el olor a tierra a menudo cubre el frescor causado por el ozono, especialmente en las áreas poco urbanizadas.
En el año 2015, científicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) utilizaron cámaras de alta velocidad para mostrar cómo este olor se introduce en el aire. Para esto filmaron gotas de lluvia cayendo en dieciséis superficies diferentes, variando la intensidad y altura de la caída. Descubrieron que, al golpear una superficie porosa, se crean pequeñas burbujas dentro de la gota. Estas aumentan de tamaño y flotan hacia arriba. Al alcanzar la superficie, se rompen y liberan una efervescencia de aerosoles en el aire, los cuales transportan el aroma.
Como siempre, la naturaleza no hace nada sin motivo. El petricor, disuelto en agua, actúa como una señal de vía libre, avisando a los peces de agua dulce de que ha llegado el momento adecuado para poner sus huevos. Para los camellos, en cambio, la geosmina actuaría como pista olfativa para ayudar a los animales sedientos a alcanzar el oasis más cercano en el desierto.
Si las fragancias inolvidables que se respiraban en casa de la abuela ya no volverán, o si el olor de la hierba ya no es el mismo, por vivir en ciudades cubiertas de cemento, podemos consolarnos con el olor a lluvia que, según parece, no nos abandonará.
El olor a viejo es fácilmente reconocible, aunque es difícil de describir. Este aroma parece desprenderse de los ancianos independientemente de su cuidada higiene personal y no es solamente una cuestión de percepción. Los científicos ya han encontrado el origen de dicho olor que, para sorpresa de muchos jóvenes, no es exclusivo de los ancianos. Este olor surge sobre los 30 años, cuando la piel empieza a descomponerse y a agotar sus reservas naturales. La culpa no está en una higiene deficiente, sino en la molécula 2-nonenal que provoca la oxidación de los ácidos grasos de la piel.
Con la madurez se producen cambios hormonales que provocan el aumento de la producción de lípidos en la piel. Simultáneamente, con la edad el cuerpo pierde parte de su capacidad antioxidante natural. A medida que el cuerpo reduce su capacidad para evitar la oxidación de los lípidos, estos aumentan su presencia en la piel. Esto explica por qué el olor tiende a ser más marcado cuanto más madura es la persona. Los baños perfumados o fragancias caras no tienen cualquier efecto sobre el olor a viejo. Este aroma rancio está impregnado en la piel y no puede ser removido como si fuera culpa de impurezas. Por todo esto, no es fácil eliminar este olor, pero hay formas de amenizarlo.
La deterioración de los lípidos de la piel es causada por la incapacidad antioxidante del cuerpo provocada por la madurez. Aumentar la ingesta de alimentos ricos en antioxidantes puede, así, ser un apoyo para incrementar la presencia de antioxidantes en el organismo desde una fuente externa. Este aumento no logrará prevenir el olor a viejo con el tiempo, pero puede por lo menos retrasarlo. En Japón, el olor a viejo es considerado como una invasión del espacio común. Por eso no sorprende que sean los nipones los que están en la vanguardia en cuanto a este tema. Actualmente, se está desarrollando en este país jabones y desodorantes con propiedades antioxidantes, pensados específicamente para actuar sobre la descomposición causada por la molécula 2-nonenal.
A medida que envejecemos, vamos perdiendo capacidad olfativa y es más difícil advertir de que nuestro cuerpo empieza a exudar 2-nonenal. A partir de los 70 la pérdida es tan notable que casi somos inmunes al mal olor, lo cual los científicos lo explican por la pérdida de fibras olfativas y la muerte de las neuronas encargadas de procesar las fragancias. El 62,5% de las personas mayores de 80 años padecen algún tipo de merma en sus capacidades para detectar los aromas.
Recopilación de la Información y Restructuración por Antonio Jimenez.
Enlaces:
https://www.muyinteresante.es/ciencia/articulo/el-nuevo-atlas-de-los-die-olores-basicos-131379589927
Nunca hubiese asociado las capacidades que conozco de ti, con estos hermosos, poéticos y humanos escritos. Saludos, Tony