En los alrededores de la población rural de El Junquito, a 20 kilómetros desde la ciudad de Caracas, en Venezuela, existían unas fincas agropecuarias que venían siendo parceladas para ventas, en el año 1990.
En una de esas fincas, en donde existían unas instalaciones apropiadas, se efectuó un curso dirigido sobre el liderazgo y los procesos productivos. En el curso se enfatizaba en acciones individuales y de trabajo en equipo, para la supervivencia bajo situaciones de alto estrés.
Al curso asistieron todos los participantes de un programa avanzado de gerencia, el profesor, algunos asistentes e instructores invitados, formando un contingente muy numeroso.
Entre esos participantes del programa de gerencia, estaban tres militares activos de las fuerzas armadas venezolanas, a saber, un mayor de la naval, un teniente coronel y un coronel del ejército. Ellos, mostraron estar muy dispuestos al aprendizaje, actuando con seriedad, respeto al sector civil, discreción y reserva, al punto, de que nunca coincidieron dos de ellos, en un mismo grupo, de aquellos formados temporalmente para investigar y preparar trabajos, en los temas asignados en las diferentes materias del programa.
De esos militares, el de grado teniente coronel, ufanaba de ser un guerrero, integrando grupos de elite en la lucha armada. Estaba muy orgulloso de su participación como asesor en El Salvador y a veces para demostrar su competencia en el arte de la guerra y de la lucha cuerpo a cuerpo, manejaba con destreza un cuchillo filoso, que abría y cerraba en su mano como una navaja y hacia movimientos rápidos, simulando ataques punzo penetrantes y cortantes.
El teniente coronel estuvo en la actividad de la finca y con tres participantes civiles, compartieron una habitación, en la cual, tan pronto llegó, instaló una tienda de campaña, cubriendo la cama individual que le había sido asignada.
En las pruebas de campo, el teniente coronel, con su skill y experiencia, logró destacarse sobre los demás. En ese curso y en el resto del programa, los militares demostraron sus competencias gerenciales con buen nivel de dominio.
La participación de esos militares en el golpe de estado del año 1992 es incierta y lo más seguro es que no acompañaran al grupo sublevado; ellos se comportaban muy diferente a los militares de la era del chavismo, quienes, han ganado notable poder, por su fidelidad al gobierno, expandiendo su área de influencia más allá de la defensa de la integridad territorial venezolana.
En ese cometido de dominio del sector militar, el gobierno aumentó el establecimiento de generales y almirantes hasta un cupo de dos mil oficiales, una cifra incomprensible, al resultar en más del doble de lo que existe en los Estados Unidos con 900. A esos mandos, también se le colocó en puestos clave del sector político y económico, controlando 12 de los 34 ministerios y gerenciando 44 empresas estatales. La inconformidad en muchos militares expresando su disentimiento a la sumisión corrupta de las fuerzas a favor del régimen, los ha llevado a ser acusados de traición a la patria.
Aunque el alto mando militar de la actualidad, ratificó su absoluta lealtad al presidente actual, reelecto con fraude para el próximo período presidencial, no se descarta que sigan existiendo militares, con las características de los asistentes al programa gerencial del año 1990, que apoyen y cooperen con la transición democrática, como fue decidida por la mayoría del pueblo.
Antonio Jimenez.
La función básica de un militar es la de defender la integridad, la independencia y la soberanía de la nación.
Los valores militares de integridad, patriotismo, espíritu de cuerpo, disciplina, lealtad, honor, valor, abnegación y profesionalismo− son la principal fortaleza de la profesión militar y esencia de la identidad organizacional.
La integridad se marchita ante los mandos civiles corruptos.