Un migrante venezolano viviendo en Orlando, Florida, se lamentaba de que esa noche, habían sido muy pocos los repartos de comida a domicilios. Mientras descansaba con su vehículo estacionado y estando pendiente de la aplicación de delivery, le entró una llamada a su celular, desde la ciudad de Maracaibo, en Venezuela, de parte de su madre, quien siempre, procuraba acompañarlo en su jornada de repartición.
“Mami, bendición, como estás; aquí dando vueltas sin encargos y no sé por qué motivos, pero creo que esta noche, muy pocos estarán fumando mariguana. Hace como dos días, que me fue muy bien, sentía ese olor a hierba en donde entregaba la comida, y en una casa, hasta una morena gorda mariguaneada, me salió desnuda para recibir el pedido”.
La madre le respondió con risas, festejando esa ocurrencia del hijo, como si fuera un chiste y siguió la conversación, sin darle ningún crédito a una probable veracidad del tema de la droga.
En ese día, Carlos cumplía cuatro meses como un conductor de pasajeros y de deliveries de alimentos preparados, utilizando su propio vehículo. Siendo un moreno, muy alto y gordo, pasaba por ser un gallo de aquellos gallineros americanos, pero la primera impresión de los clientes sobre su identidad, duraba hasta que Carlos pronunciaba la primera palabra con un inglés machucado.
La conducción de pasajeros dejo de ser una opción agradable para Carlos, tan pronto ocurrió que a un moreno se le ocurrió cortarse las uñas de sus manos y pies en el vehículo.
Ese indeseable pasajero no solicitó ningún permiso previo y con una mirada amenazante procedió con el cortaúñas, dejando un reguero de uñas en el asiento y en las alfombras. Afortunadamente, la empresa aceptó la queja y reconoció un pago de compensación para el lavado del vehículo.
Muchos pasajeros son infractores de la pulcritud de los vehículos, al derramar líquidos y salsas, incluyendo la expulsión del contenido de sus estómagos y las manchas de sangre resultante de heridas, de riñas en el propio vehículo.
Carlos se decidió por la repartición de las comidas preparadas, siendo que el tiempo del contacto con los clientes, era solo para la entrega del producto y para recibir la propina. Sin embargo, no pasó incólume ni con los propios ordenantes ni con terceros relacionados.
Tanto las familias americanas como las foráneas que viven en los Estados Unidos, siguen un mismo protocolo para los pedidos a domicilio. Son muy estrictos en la orden, cuyo despacho se debe ajustar a la calidad y el tiempo solicitado. En muchos casos si no son correspondidos en sus requerimientos, podrían tener reacciones no amigables. Carlos aprendió a no tocar el timbre, a dejar un espacio libre y no conversar con el cliente y también a recibir malas respuestas y tratos por los retardos, incluyendo las tiradas de la comida al piso. Sin embargo, a lo que realmente le temía Carlos, era a los mapaches, a los populares racoons, que, en algunas áreas, parecía que los esperaban, para disputarle el producto a la gente. Los racoons se tornaban agresivos, como se supieran que estaban en protección por las autoridades y que podían actuar con impunidad.
Esa observación de Carlos sobre la relación entre el hambre y la mariguana, tiene su asidero científico en una investigación de la Universidad de Yale. Ellos encontraron que las neuronas del cerebro encargadas de inhibir el apetito, se activan con la mariguana en pro del hambre e inclusive estando saciado. El principal principio activo de la marihuana, que es el THC (tetrahidrocarbocannabirol), interviene en los receptores del lóbulo olfatorio en el cerebro, incrementando significativamente la habilidad para oler alimentos y, por lo tanto, aumentando el apetito.
Tenía razón el repartidor.
Antonio Jimenez.
En el último de los tres escritos, se describe una variedad de situaciones que se presentan en los repartos.