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Cuentos de siempre (25): confinamiento.

Writer's picture: Sr JimenezSr Jimenez

Una pareja de la tercera edad, tomó un vuelo comercial a Bogotá, en Colombia, y estando a bordo, notaron que varios pasajeros que ingresaban al avión, también en edad avanzada, usaban unos tapabocas y se mostraban nerviosos. Ambos comentaron esas observaciones entre sí y se preocuparon por un futuro cercano para nada grato para el país.  


Pasado un par de días desde ese vuelo, en el mes de marzo del 2020, el covid 19, también aterrizó en la capital Bogotá y desde ese día, fueron aumentando los contagios y fallecidos por ese virus mortal, por lo que se decretó un confinamiento que se prolongaría por otros 5 meses.



En ese lapso de tiempo, se implantó un conjunto de medidas sanitarias con fuertes restricciones a la movilidad y en especial para la de los adultos mayores. Las restricciones fueron más flexibles con el manejo y la disminución de la crisis, mientras que la rutina diaria en el ámbito social cambió drásticamente.


Con el encierro forzoso, se requirió de terceras personas para la adquisición de víveres y otros productos de limpieza y desinfección, comidas preparadas, peluquería y hasta para tomas de muestras para laboratorio.



Al estar en el confinamiento y para aquellas personas que estaban retiradas de lo que fue su principal ocupación laboral por décadas, sobraba el tiempo en el hogar, para escuchar o leer el evangelio del día, rezar, caminar en una maquina trotadora y conversar con familiares para dar y recibir informes actualizados de la condición de salud. Los contactos con los ex compañeros de trabajo pasaron a ser virtuales y también abundó el “ad honorem” para consultorías. Algunos de ellos, escribían sobre temas de actualidad y hasta se atrevieron a publicarlos en las redes y el resto del tiempo, que todavía quedaba, se lo dedicaban a la observación de unos asuntos de terceros que le eran ajenos, o sea, les averiguaron la vida a otros.


Con el inicio de la cuarentena se interrumpió las actividades de la construcción en la ciudad y esa medida tomó desprevenido, al inicio de un proyecto para levantar un edificio de apartamentos en la cercanía al de un vecino mayor. Allí quedó al descubierto, una excavación que llegaría a formar parte del sótano para estacionamiento de vehículos. A esa excavación confluyó aguas subterráneas y de lluvias, para convertirse en una piscina de un inmenso criadero de insectos voladores. Afortunadamente, el corona virus no se transmitía por picadas de mosquitos, como ocurre con el dengue, porque nadie en sus alrededores quedaría a salvo de ese enjambre de mosquitos.



En la soledad de las calles, se escuchaba solo el canto de los pájaros y por horas competía con los mariachis y con el infaltable vendedor de aguacates. Los vecinos aprovechaban esos shows callejeros para entablar amistad entre ellos, muchos de las cuales no se hubieran dado bajo una situación normal de convivencias. Entre esos vecinos se destacaba un señor, quien, tenía un servicio de lavandería a domicilio y diariamente lavaba unas camisas de hombre, en un espacio muy reducido, lo cual lo obligaba a tenderlas con ganchos sobre el tejado, procurando que recibieran un calor extra, al de un sol que habitualmente se escondía detrás de nubes.


Otro vecino contrató a un mariachi e invitó a los vecinos para presenciar el show en plena calle y a la esposa cumpleañera desde la terraza de su apartamento.



El día del terror les llegó a los vecinos, al momento de que una ambulancia dio unas vueltas y se estacionó, en una maniobra que parecía ser, para la recogida de un contagiado. Los vecinos sanos sintieron como si el virus acechaba y le estaba tocando su puerta. Por eso aumentaron la cautela y desde ese día, decidieron que todos los productos, que afortunadamente recibían sin ver a ningún humano, debían ser desinfectados con un líquido de ácido hipocloroso y dejados a la intemperie por horas, antes de quitarle cualquier residuo del desinfectante utilizando alcohol y agua. Eso era un proceso de seguridad que llegaba al fastidio, pero se creía que era muy necesario, al no haber confianza en que el virus no se alojaba en alimentos crudos y empaquetados.



Durante el confinamiento, esos adultos mayores agregaron una competencia genérica a su portafolio personal, con el uso de plataformas digitales para reuniones y para la solicitud, pago y delivery de productos en supermercados, farmacias, restaurantes y muchas otras más.


Antonio Jimenez.

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1 Comment


Sr Jimenez
Sr Jimenez
Jun 24, 2024

A raíz de la pandemia por el COVID 19, se impuso un aislamiento obligatorio a la población, para evitar la propagación del virus extremadamente mortal.

Las restricciones a la movilidad, cambió drásticamente la rutina diaria en el ámbito social.



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