Cuentos de siempre (23): casas agonizando.

Ramón, un goajiro bajo de estatura y tan obeso, que dejaba sin abotonar parte de su camisa, era un vecino en una urbanización en Maracaibo, en donde invirtió en una carnicería construida en un anexo de la casa. Para la refrigeración y preservación de las carnes, Ramon solo contaba con un par de cavas eléctricas, por lo que el volumen de las ventas era muy limitado.

Ramón casi quiebra con una pérdida a raíz del apagón general del 2019 en Venezuela, pero no desistió en recuperar su negocio. El goajiro compró una planta portátil de generación eléctrica empleando gasolina, para tener un respaldo ante los cortes eléctricos, que continuaron siendo abundantes y por varias horas. Esa planta, muy pronto disminuyó su disponibilidad operativa, por el encarecimiento y la escasez de la gasolina.

En esa misma urbanización, vivía Wicho, un vecino, a quien la gente conocía por su adicción a la mariguana y otras drogas. Wicho se ocupaba de reparar las conexiones a la red de baja tensión y ese adicto era muy solicitado por los vecinos para ese trabajo, ante la larga espera de la respuesta de la empresa encargada del servicio eléctrico.

Como el “Wicho Corpoelec”, conocían a ese personaje, quien, había ganado su fama, reparando la caída de una fase del flujo eléctrico, permitiendo la operación de los aires acondicionados. El problema con el empleo del Wicho, estaba, en que manipulaba los cables, trepado en los postes, mientras transcurría el tiempo del corte eléctrico y eso era de alto riesgo para la pérdida de su vida por electrocutamiento, si por casualidad el servicio era restablecido.

No solo la electricidad era un servicio deficiente, ya que en esa urbanización no había continuidad con el servicio del agua por tubería y los vecinos obligatoriamente y sin otro remedio, concurrieron a proveerse de agua con camiones cisternas, a mayores costos.

Una clínica ubicada en la periferia de esa urbanización, decidió perforar un pozo profundo para proveerse de agua potable. El pozo aportó un gran caudal de agua, con la instalación de una bomba electrosumergible, por lo que el pozo funcionaba intermitentemente, en las horas con el servicio eléctrico y por eso almacenaban agua en tanques para las horas en que no estaba disponible. La clínica en su política de responsabilidad social, colocó una larga manguera hasta un sitio, en donde se servían los vecinos, llenando y acarreando a sus hogares, variados recipientes, desde grandes pipas hasta ollas.

Con ese ejemplo de la clínica, unos vecinos se dieron a la tarea de perforar en espacios de sus propias casas, unos pozos artesanales con pico y pala, hasta los 3 o 4 metros de profundidad. En los casos en donde ubicaron la fuente de agua, esta se agotó muy rápido.

La ausencia de gas doméstico por tubería, también obligó a los vecinos de la urbanización a plegarse al empleo de gas en bombonas, colaborando también, a la obtención de un lucro indebido de los propios responsables del mal funcionamiento del servicio. Otra tragedia más que aumentó el costo de vida y sometió a los vecinos a interminables colas acarreando pesos indebidos y nuevos riesgos.

Aunque no habían muerto todavía, las casas de esa urbanización en Maracaibo estaban en periodo agónico, al cercenarle los elementos de vida, como son la electricidad, el agua y el gas.

Esas casas no aplicaban como viviendas familiares y esa situación había llevado a que muchos de los vecinos decidieron su venta para emigrar a otros países, gastando en pocos días en pagos a coyotes, lo que recibieron por sus aspiraciones y sueños de una vivienda propia.

Antonio Jimenez.