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Cuentos de siempre (15): las revoluciones del hambre.

Writer's picture: Sr JimenezSr Jimenez

En el pleno centro de la ciudad de la Habana, se encontraba turisteando Luis Augusto y de pronto por su mente pasó un pensamiento, que le oscureció como una misma nube negra, la claridad de ese día caluroso.


De su cuello enrojecido por el estrago de los rayos solares, permanecía guindada una cámara Nikon F50 con un lente gran angular, que, había sido del interés visual de otros en la calle y eso lo molestó, por tener que dedicarle un tiempo a la prevención de un supuesto robo, restándolo de su atención a la cultura de ese pueblo.



Luis Augusto era un venezolano que pasaba fácilmente por ser un lord inglés, tanto en lo físico como en su comportamiento. Él era delgado, alto, de buenos modales, con excelente educación y con un humor con sátira de lo absurdo de la vida cotidiana, que hacía molestar a quien lo escuchaba.


Unos minutos más tarde, a Luis Augusto se le dio por estornudar varias veces, justo al pasar por un mercadillo de libros de segunda mano. La alergia al polvo se constituyó en la segunda nube negra y eso presagiaba una tormenta de incomodidades, reclamándose en privado el haber aceptado ese tour a Cuba. Para colmo de males, el refugio elegido para protegerse del sol y de las alergias, era un hotel de cinco estrellas con tendencia a tres, el Santa Isabel, tan viejo que ya tenía siglo y medio en la misma edificación, aunque había sido retocado un par de años atrás.



Otro huésped venezolano en ese hotel, le recomendó un paseo por la calle Obispo y a media tarde sin tanto sol, la caminó para encontrarse con el bar “Ampárame Señor”, un nombre muy extraño que no le cuadró para lo mundano, por el significado de la frase, siempre utilizada para implorar por el favorecimiento y la protección de un ser supremo.


Una vez dentro del bar, Luis Augusto continuó machacando con su tema y eso motivó a que un mesero le comentara sobre la suspensión de la brutal represión del régimen comunista en contra de la iglesia católica, lo que daba motivo para usar ese nombre, buscando apoyos de los oprimidos para un sitio considerado antagónico como una cantina. Tan pronto el mesero captó la atención de Luis Augusto, continuó con una anécdota, que estimó podría gustarle a ese turista de tan notable presencia:  


Luis Andrés, mi amigo de hace unos años, se aventuró de balsero y se estableció en un pueblo del estado de la Florida; allí trabajó y en cuanto pudo, invirtió en la construcción de un bar cubano. La iglesia cristiana local se opuso y protestó para detener su apertura con ruegos y oraciones. La construcción avanzó y estando casi lista, en una noche de tormenta, un relámpago cayó y la quemó completamente. Los miembros de la iglesia se sintieron complacidos, hasta que Luis Andrés demandó a la iglesia, señalando que ellos eran los responsables de la destrucción de su local, por medios directos o indirectos.


En su defensa ante la corte, la iglesia negó firmemente toda responsabilidad por la destrucción del local y mientras el caso progresaba, el juez comentó estar muy confundido y titubeo sobre su sentencia. A el juez le pareció que se presentaban al juicio, Luis Andrés el demandante, quien, creía en el poder de la oración y la demandada iglesia católica, que no creía en ella.


A Luis Augusto le gustó mucho la anécdota, ya que la ubicó entre los absurdos de la vida cotidiana, muy apropiada para su característico humor. Allí en ese bar, continuó bebiéndose una cerveza Cristal, sentado en frente de una mesa desprovista de su mantel pero adornada de un servilletero vacío y de un cenicero con costras de alquitrán, a los cuales miraba con desdén.



El bar era en general, un sitio muy precario, acorde con la deteriorada situación económica de la isla y la atracción de la noche era el show de una morena con amplias caderas y derrier, al estilo de las soneras cubanas.



La sonera inició a cantar al momento que un cliente comentó sobre la llegada y la venta de carne de cerdo por particulares en la calle y por ese anuncio, todos en el bar salieron y la dejaron prácticamente sola en el escenario.


Eso que ocurrió le recordaba a Luis Augusto, un sketch cómico sobre la negrita Catanare, transmitido en Venezuela, varios años atrás. Ese sketch logró alta audiencia televisiva y en ese tiempo, nadie la tomó como una señal premonitoria, de lo que ocurriría en Venezuela, con la llegada de los chavistas.


La revolución cubana y la bolivariana, al final resultaron en lo mismo, se constituyeron en las revoluciones del hambre.


Antonio Jimenez.

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1 Comment


Sr Jimenez
Sr Jimenez
Apr 15, 2024

Las acciones de un régimen autoritario, en la defensa de la soberanía politica de los pueblos, deja de tener sentido, si se afectan las condiciones económicas de la población, hasta el nivel de no poder garantizar la supervivencia y mucho menos el progreso.

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