Agus, como es conocido por su familia y clientes, es un vendedor ambulante que encontró un buen lugar en el andén del Edificio Torre 100 en Bogotá.
En su carrito ofrece botellitas de agua, algunas gaseosas en latas, golosinas diversas y otros artículos no comestibles, como los esferos Bic, los plásticos protectores para la cedula y tarjetas y las fundas para los pasaportes.
Agus es muy talentoso para atender a los compradores y siempre logra que se retiren complacidos por el trato y por la compra. Pero el mejor de los talentos de Agus, es la escucha muy solidaria de los desahogos emocionales de las personas, quienes, transitaron por una complicación para obtener el pasaporte colombiano en esa sede de la cancillería.
Esos comentarios cargados de emociones, les son útiles a Agus, para surtir su carrito con una mercancía, que luego resultaría bien demandada por su clientela, como ocurrió con los calmantes de libre venta.
A mediados de agosto del año 2023, Agus escuchó algunas advertencias sobre futuros problemas en la entrega de los pasaportes, por la interrupción con la declaración de desierto, del proceso de licitación para la escogencia del nuevo proveedor.
Esa situación le era indiferente a Agus, quien, no necesitaba de ese documento de identidad, pero no le era ajena para mejorar sus ventas y utilidad. La presencia de las personas en ese sitio, se fue incrementado paulatinamente y llegó a cantidades inimaginable.
Mucha gente hizo largas filas, durante todo el día y mostraban su impaciencia para obtener un turno del trámite del pasaporte, ante la imposibilidad por la vía normal con la página web colapsada.
Agus diseñó y ejecutó un plan de justo a tiempo con sus proveedores y con la ejecución de esas acciones, logró un pico de ventas que multiplicaba por 20, a la mayor cantidad jamás vendida.
Eso que ocurrió en Colombia, es un evento que ha estado presente en la historia de desaciertos y desmanes del trámite para adquirir un pasaporte en Venezuela. La historia, aunque antecede a la llegada del presidente socialista que inició su mandato en febrero de 1999, se volvió con este y con quien le siguió, un caldo de cultivo a la ignominia.
Jesús, un ingeniero de petróleo venezolano, efectuó un viaje aéreo por varios países europeos a mediados del año 1981. Aprovechando que la empresa estatal de petróleo en Venezuela, lo envió a cursos de desarrollo profesional en Inglaterra y Holanda, visitó a otros países por turismo y siempre se moría de la vergüenza, cada vez que le tocaba mostrar su pasaporte en los cubículos de migración de sus aeropuertos.
A Jesús le otorgaron un pasaporte provisional en Venezuela, hace más de 40 años, precisamente por la escasez en ese entonces. El pasaporte provisional estaba constituido por una hoja amarilla tipo oficio, de un papel un poco más grueso que lo normal, en donde colocaban cual ventanas independientes, la información oficial del portador del pasaporte con su fotografía y las diferentes visas de entrada de los países que las requiriesen. El resto vacío de la hoja, por delante y por detrás, era para colocar los sellos de entrada y salida.
La vergüenza de Jesús, se transformó en un odio visceral hacia un funcionario, quien, no soltó el pasaporte al momento que él lo tomó y lo haló, resultando en una rotura de la hoja por todo el medio, siguiendo a una línea de doblaje que, por facilidad de manejo, se le hacía para asemejar a la libreta del pasaporte. Con el empleo de cinta plástica y de conversaciones más extensas con los funcionarios, logró terminar su viaje y regresar al país.
Los pasaportes que se han emitido en los pasados 20 años en Venezuela, tienen cubiertas blanda de diferentes colores; identifican al país, incluyendo el cambio a la República Bolivariana y hacen mención de la Comunidad Andina y del Mercosur; dos organismos de integración y cooperación entre países suramericanos, que resultan etéreo para la gran mayoría de los portadores de los pasaportes.
El proceso de obtención del pasaporte en esas décadas estuvo manipulado inconstitucionalmente, afectando a los solicitantes, de manera que no tenían acceso a la página o esperaban por un tiempo interminables de gestión y hasta para algunos de ellos, a quienes, se los anulaban para prohibición de salida del país.
En situaciones de extrema necesidad del documento, se podía acceder a él, con un pago extorsivo a tramitadores y funcionarios, que podría alcanzar a varios miles de dólares. Esa práctica deshonesta, hacía sentir satisfechos y hasta ganadores, a quienes, les correspondían pagos por debajo de esas increíbles tarifas. Todas esas perversidades precisamente emergieron de la manipulación de los procesos de contratación a los proveedores.
En esos días agitados de agosto, Agus escuchó a uno de sus clientes, muy distinguido, quien, le dio su opinión sobre la crisis de los pasaportes en Colombia. Él le comentó a voz baja, casi imperceptible: “Agus, los árbitros nunca deben cambiar las reglas con un juego andando; esa indebida imposición desde el poder, demuestra su incapacidad, levanta sospechas en su integridad y siempre va a resultar en el detrimento de la población”.
Antonio Jimenez.
Tony ese relato me parece inverosímil , pero se que es cierto, que complicación para obtener un documento que es un derecho ciudadano. Es sabido que de todas esas dificultades surge “ el matraqueo” y la obtención de dinero de eventos que son impensables en otro lugar del mundo.
Yo me quedaré de por vida sin pasaporte
venezolano, en realidad no lo necesito solo si tengo que ir a Venezuela y por lo pronto como que no.
El señor Agus tiene su estrategia de negocio bien estudiada.
Me fue muy informativo tu escrito. Buen relato.
Se inicia una nueva serie con temas de actualidad y personajes ficticios en la trama.
La ruta en la obtención de los pasaportes, puede ser tan intrincada como los gobiernos lo deseen.