Mucha gente acudía diariamente a la plaza Bolívar de Maracaibo, para enterarse de los acontecimientos políticos, en los días finales de diciembre del año 1908. La plaza había sido rescatada, como un espacio paisajístico en el ajetreado corazón cívico de Maracaibo, acompañando a la estatua ecuestre del Libertador. Ese rescate pasó por pulverizar una loza pétrea gigantesca y en su lugar colocaron tierra abonada. En esa afanosa labor, trabajaron de primero unos albañiles que desistieron de la tarea y fueron reemplazados con prisioneros, a quienes convencieron con una rebaja de sus penas de cárcel. De la salida de los albañiles, emergió la expresión popular “sacar la piedra” como un sinónimo de perder la paciencia ante algo o alguien.
Entre esa gente, ya faltando seis días por transcurrir del año 1908, se ubicaron dos grupos muy cerca uno de otro, en uno de ellos, dos aspirantes a estudiantes universitarios, conversaban del tema del momento, mientras que los tres jóvenes del otro grupo, solo los escuchaban sin opinar, mientras pelaban unas naranjas.
“Entérese usted, su merced, de que el bagre Gómez tumbó al cabito Castro; se aprovechó del viaje de un moribundo Castro a Europa y el muy tramoyero le dio con un palo cochinero. Nunca más, va a regresar al país, ni vivo ni muerto……Así es, mi querido amigo, aquí en frente del Libertador, imploro porque las luces vuelvan a estar acompañando a la moral, como las primeras necesidades de su famosa frase inspiradora”.
Los estudiantes venían ociosos desde el cierre de la Universidad del Zulia, por orden de Castro desde el año 1904 y por eso, pensaban en una reapertura con la llegada de Gómez. Los otros jóvenes asintieron que a Venezuela le podría ir mejor con Gómez, tanto, que les llegó a simpatizar y fue por eso, que en un par de horas más tarde, formaron parte de una riña violenta en contra de unos manifestantes a favor de Castro, quienes les habían sacado la piedra.
Un catire alemán, hizo uso de un arma de fuego que portaba para su protección personal y efectuó unos disparos de advertencia al aire, para ahuyentar a sus agresores, con la mala fortuna de que un plomo cayó e impactó a una niña, que estaba acompañada de su madre y falleció.
Luego de ese evento, tanto el alemán como sus dos acompañantes, obedecieron a unas personas mayores, empleadores y allegados, y salieron del país, evitando a la acción de la justicia. Esa misma tarde, tomaron un bote de alquiler en un muelle céntrico de la ciudad, que los llevó a un buque pequeño de vapor, de unas 200 toneladas, que esperaba anclado en el lago, mientras completaban con su carga y con el arribo de los pasajeros, para viajar a la isla de Curazao.
El buque estaba sobrecargado de pasajeros y con escasos camarotes, lo que obligó a la mayoría de los viajeros, a dormir en la cubierta y entre ellos, uno de los tres jóvenes quien era mi abuelo, miraba desconsolado como la ciudad se desvanecía a lo lejos. Su pensamiento lo interrumpió el bamboleo del vapor, que hacía que el agua salpicara con fuerza a la cubierta en donde estaba sentado al lado de su hermano mayor, el segundo de los jóvenes en la riña. La travesía desde Maracaibo hasta Curazao duraba toda la noche en ese pequeño vapor y solamente el catire alemán Gustav Neumann, el tercero de los jóvenes y propietario del revolver, contaba con un camarote.
En el puerto de Curazao, por última vez lograron ver a Gustav, quien, impecablemente aseado y vestido, volvería a su natal Hamburgo, ya convertido en un buen representante de la casa de comercio, la cual, como un castigo a su comportamiento en Maracaibo, lo envió a Kenia, en el África, en donde estaban empezando con una producción de café, acompañando al marfil y la ganadería, considerados todos ellos, buenos productos para la exportación a Europa.
Mi abuelo y su hermano lograron ubicar y entrar como pasajeros en un buque de vapor que iría a Puerto Colombia, en el caribe colombiano, muy cerca de la ciudad de Barranquilla. Ellos pagaron sus pasajes, cumpliendo con tareas físicas muy exigentes, tanto como aquella de sacar la piedra de la plaza Bolívar.
Antonio Jimenez.
Muy buena descripción del costumbrismo de la época. Te felicito!!!
Excelente anécdota Tony. Muchas cosas de aquella época están en el baúl de los recuerdos.
Buenos días, en el post "Cuentos de ficción (6): sacar la piedra", se describen unos sucesos cotidianos acaecidos durante el cambio de poder, entre dictadores en Venezuela, en el inicio del siglo XX.