Los gritos de la señora Pilar o de Pily, como ella prefería que la identificaran sus amigas, se escuchaban muy fuerte a varias decenas de metros. Ella repetía una sola palabra a altos decibeles: agárrenlos, agárrenlos, agárrenlos.
La señora Pilar era una inmigrante española, vecina de la torre A, la primera de tres, situadas en la mitad del trayecto de la Avenida Principal de la Urbanización Urdaneta en Maracaibo.
Su apartamento estaba al extremo lateral del edificio, en el piso más alto y al momento de proferir sus gritos, se encontraba en la terraza y se mostraba de pies a cabeza, tal como era ella, muy elegante y altiva.
Pilar vivía con su esposo, Miguel, quien, trabajaba en la distribución del diario Panorama a minoristas en sus puestos de venta, manejando una camioneta pick up con su cajón cerrado.
Miguel y Pilar, llegaron a Venezuela al final de los años cincuenta, una vez que finalizó el aislamiento internacional de la dictadura de Franco, al momento de que España se convirtió en un importante aliado de los Estados Unidos, en el bando anticomunista de la guerra fría, en contra de la Unión Soviética.
En sus primeros años en Venezuela, en los inicios de los años 1960, esa pareja española, vivió la época cuando las acciones del partido comunista del país, se orientaron hacia la lucha armada con la formación de guerrillas, para emular la experiencia cubana. En contraposición, el gobierno venezolano sometió a la ley y a la cárcel, a los promotores de la lucha armada y consideró ilegales a las agrupaciones políticas comunistas.
El secuestro del futbolista argentino Di Stefano y el asalto al tren del Encanto en meses seguidos del año 1963, arreció las represalias en contra los partidos de izquierda.
Antes del fin de ese mismo año, se eligió un nuevo presidente en Venezuela y su gobierno continuó con la misma política de medidas policivas fuertes, en contra de los dirigentes comunistas.
Fue en los días previos a esas elecciones, cuando se dieron los gritos de la señora Pilar y mientras repetía esa misma palabra de agárrenlos, señalaba con sus manos, lo que ella pretendía que fuera capturado.
Eran tres jóvenes, quienes, en sus veinte años de edad, portaban propaganda política impresa en cuantiosas hojas de papel. Al verse descubiertos, botaron toda la carga a un lado y corrieron despavoridos, desapareciendo de la vista de la señora Pilar, quien, continuó señalándolos y justo antes de dejar de verlos, le agrego otra palabra al monosílabo, ahora gritaba: comunistas, agárrenlos.
Unos años después, para finales de esa década de los años 60, el partido comunista y otros partidos de izquierda fueron legalizados y en nuestra Urbanización, vivían libremente unas familias identificadas con esa ideología. Esos vecinos eran personas instruidas, serias, muy reservados en el trato, pero se relacionaban con casi todos y hasta se podría afirmar que tenían buen porte, tanto masculino como femenino.
La modernidad con todos sus factores, a favor y en contra, los atrapó como a cualquier familia y así entre ellos, emergieron artistas plásticos, peluqueros, hipies, faranduleros, mariguaneros, guapetones, un empleado estrella de Sears, en donde le reconocieron sus méritos al otorgarle el premio de jefe por nueve días y así como esas, también se destacaron en otras actividades y comportamientos personales, de hechura exclusiva muy capitalista.
Antonio Jimenez.
Un decreto de ilegalidad de grupos políticos, le dio rienda suelta a otros civiles por colaborar en la captura de activistas y simpatizantes de esos partidos prohibidos.