Al final de la década de los años 1960, los hermanos Sarita, Silverio y Samuel, vivían en la calle Santa Elena del sector Veritas, muy cerca del Loco Lindo, una taguara que se constituyó en el famoso sitio de reunión de los gaiteros de Maracaibo. Allí libaban licor hasta bien entrada la madrugada y escuchaban música, seleccionando un disco contenido en una rocola. En la muerte trágica del monumental de la gaita, Ricardo Aguirre, en noviembre del año 1969, se informó que ocurrió al salir de ese sitio y que estuvo relacionada con esa costumbre.
Sarita era una confiable y reconocida costurera, el perfil de Silverio era muy apropiado para cocinar y Samuel era un todero, quien, se le medía a varios oficios manuales. Ellos tres, eligieron a un hospital público como su empleador y allí lidiaron principalmente con una clientela con manifiestas dificultades o indiferencias, para generarles un feedback sobre la calidad de su labor.
Muy temprano en una mañana decembrina, Sarita recibió un plan de trabajo que la incluía a ella y otras dos costureras. Debian cortar y coser 50 fundas de almohadas y 25 batas de talla extragrande para unos médicos obesos. Sarita se dirigió al depósito de las telas y seleccionó una de poliéster para las fundas, por ser altamente resistente y muy eficiente contra las manchas y una de mezcla de poliéster y algodón para las batas.
Tan pronto iniciaron el corte para la confección de las piezas, Sarita cantó la Gaita del 65, del mismísimo Aguirre: “Esta es la gaita del día del año sesenta y cinco, tanto el pobre como el rico la cantan con alegría. Y a cantar y a gozar esta gaita sandunguera, música maracaibera que todos quieren corear, con alegría sincera para las pascuas gozar”.
A su lado, una de las costureras con sus manos y con la mesa de trabajo, reproducía el sonido de una tambora, coordinando los golpes de la parte interior de las muñecas con las articulaciones interfalangianas proximal, en donde ya se le notaban unos callos por hacerlo muy a menudo. La otra costurera reproducía el sonido de una charrasca usando una tijera cerrada y una botella de Orange Crush y así las tres consumían un tiempo muy ameno efectuando muy bien su tarea de costura.
Silverio, era muy introvertido a diferencia de Sarita, siendo uno de los responsables de la preparación de los alimentos para el cuidado nutricional de los pacientes, lo cual era algo fundamental en el tratamiento de la enfermedad. Él era callado y muy susceptible a las críticas. Afortunadamente para él, los pacientes siempre reconocían como beneficiosa a la dieta en sí y se dedicaban con más ahínco a valorar la presentación, el tamaño de porción, la atención del personal y hasta la vajilla donde servían los alimentos.
Samuel trabajaba en la lavandería, otro servicio también integrado y que procesaba solo la ropa de ese hospital. A diferencia de la sala de costura y de la cocina, que eran amplios y ventilados, la lavandería y la zona de planchado, estaban ubicadas en un espacio inadecuado, insalubre, con escasa luz y ventilación insuficiente.
Los tres hermanos, formaban parte del contingente de trabajadores considerados como los no medulares, los encargados de los servicios complementarios a los medulares o misionales del hospital. Por muy eficientes que fueran en su labor, formaban parte de unas organizaciones que serían tercerizadas y de hecho el outsourcing arribó muy pronto en el sector salud.
Sarita no aceptó la propuesta para ser transferida a la nueva empresa y solicitó su desvinculación del hospital, con el pago de las obligaciones laborales.
Ella reconocía y estaba muy agradecida por la atención médica a su padre, como paciente de ese hospital, en un largo tiempo convaleciente por problemas cardiacos. En ese tiempo conoció de la labor humana de médicos y enfermeras, y de la vocación de servicios del personal de apoyo. Comprendió y compartió los sentimientos de los demás, y vio las cosas desde la perspectiva del otro y no la de ella. Eso fue algo que la sedujo y la motivó para formar parte de sus trabajadores. La empatía se volvió una base para la solidaridad y resultó en una reacción espontanea para emulación. Con sus nuevos patrones no tendría la motivación principal que le asistía para trabajar en el hospital, ya que, de sus valores personales, el de más peso y decisivo era el de la empatía con el empleador.
Silverio y Samuel si continuaron con las nuevas empresas por conveniencias con sus formas de ser. Silverio de muy bajo perfil y sumiso, prefería tener poca exposición a las críticas de sus comensales y en el hospital tendría uno de los pocos sitios con esas características. Samuel, adoraba estar en un ambiente laboral de baja calidad, para no parar de vociferar sobre maltratos, clamando por la pronta llegada de un mesías, quien, si se encargaría de darle a ellos los sufridos, toda la atención y reconocimiento que se merecían.
Antonio Jimenez.
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