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Cuentos de ficción (34): Sabaneta Anatomy.

Writer's picture: Sr JimenezSr Jimenez

En una época, mi madre Gloria, se arreglaba muy bonita por las tardes y salía de la casa para visitar a unos vecinos. Por el corto camino de un par de cuadras que separaba a ambas casas, se detenía para saludar al doctor Medina, un moreno que recién llegaba de Argentina con un postgrado en ginecología y con una atractiva rubia de esposa. Él se entretenía regando el jardín de su casa, conversando con su hermana Eva, una enfermera graduada, que salía al trabajo, vestida con su uniforme blanco, su cofia y con la capita azul en sus hombros, que la distinguía de las auxiliares. Al pasar dos casas, vivía una hermana de ellos, también enfermera, llamada Juanita, a quien no lograba saludar, porque dormía a esa hora, luego de cumplir con su extenuante horario en el Seguro Social de Sabaneta.


Al llegar con los vecinos a quienes visitaba, todos se tomaban un café guayoyo a la sombra de un árbol de níspero. Ese ambiente en el jardín era muy pulcro y aunque adolecía de césped, su tierra estaba compactada por el riego, por lo que no se generaba ninguna aversión por la arena. El señor Márquez y la señora Mélida, esos vecinos, arribaron de tierras andinas y formaron una familia, eran muy tratables y de talante rígido en la crianza de sus tres hijos, con un alto estándar en el cuido de su salud.



Ellos conversaban de variados temas y así, mi madre daba tiempo para que el señor Márquez se fumara un cigarrillo. En su afán por acertar la lotería, esperaba a que se marcara una imagen parecida a un número en el filtro del cigarrillo, tras el paso del humo del tabaco prendido y su nicotina. Esa imagen por difusa que fuera, a los ojos de unos clientes cautivos del juego de azar, se convertía en un terminal y ese era el elegido para el sorteo de esa noche.



En uno de esos encuentros, a los tres los distrajo una tos atronadora de una señora vecina, de nombre Asmarada, quien, también tenía ese hábito de fumar, pero más acentuado. A mi madre le impactó esa tos y siempre creativa como era y al momento de escucharnos toser por cualquier motivo, nos decía en voz alta, que teníamos el pecho como Asmarada. A partir de esa advertencia, vendría un cargamento de averiguaciones y cercioramientos sobre nuestra salud.


Las señoras Mélida y Asmarada, tuvieron unos desacuerdos en sus respectivas opiniones, sobre la eficiencia de los servicios primarios de salud que existían en nuestra Urbanización.


En favor de esos servicios, estaban el rápido acceso y la pronta atención y esas características hacía que se valoraran mejor sobre servicios médicos similares, en otro lado de la ciudad.


En la medicina general, estaban los doctores Vinicio y Vitelio, quienes, eran concuñados, por estar casados con dos hermanas. El Dr. Vinicio, siempre estaba bien vestido con camisa blanca, corbata y una límpida bata blanca. En su consultorio mostraba enmarcado y colocado en una pared, su título revalidado de medico obtenido en el Ecuador. En ocasiones se presionaba sus sienes con las manos, al escuchar lo que sentían los pacientes y por eso, la gente opinaba que tenía una habilidad para la percepción extrasensorial y así adquiría la información para diagnosticar la enfermedad y decidir el tratamiento. Algunos vecinos asociaban esa rutina, con prácticas de brujería y por eso preferían ser pacientes de su concuñado, a quien, otros también, les atribuían esas mismas prácticas y poderes sobrenaturales.


El Dr. Vinicio, fue quien nos trató a todos en mi familia, en las ocasiones de estar infectados con los virus de sarampión, rubeola y hepatitis y todos fuimos curados.


Graciliano, no era un médico graduado, sino de los conocidos como Practicantes y tenía un consultorio en donde atendía a mucha gente con sus padecimientos. Graciliano también ejercía de dentista, con un servicio especial de extracción de piezas para los alérgicos a la anestesia. Graciliano dejó una amplia prole, que, según la creencia vecinal, alcanzo a los 44 hijos, todos llamados Graciliano, pero con fisionomía diferente, había Gracilianos rubios, muy blancos, trigueños, negros, achinados, orejones, cabezones, gordos y flacos.


La Puericultura, era una dependencia de la Salud Publica, en donde se llevaba el control de los embarazos y de los niños hasta la edad de la pubertad, especialmente con la aplicación de las vacunas en contra de las enfermedades, que, en los años de la década de 1960, todavía eran de alto impacto en Venezuela. En ese centro de atención, nos recibían siendo niños, con un paquete de galletas María, acompañada de un vaso con leche o en su defecto, un alimento liquido multivitamínico de colores vivos, todos como un paliativo para la aplicación de las vacunas.


En la Urbanización, también operaba una legión de ampolleteros, hombres y mujeres, quienes, iban a domicilio y portaban una caja cuadrada de acero quirúrgico, con las jeringas esterilizadas.



Manteniendo las distancias en cuanto a los servicios de salud, nuestra Urbanización se parecía a un hospital americano con su equipo de médicos residentes, de esos de las famosas series de televisión, en donde la concurrencia de los pacientes y su atención, se mezclaba con los dimes y diretes sobre las prácticas profesionales y las personales.


Nosotros teníamos nuestra Sabaneta Anatomy.


Antonio Jimenez.

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1 comentário


Sr Jimenez
Sr Jimenez
25 de set. de 2023

Un desarrollo urbanístico de mediados del siglo 20 en Maracaibo, contaba con proveedores confiables de servicios, incluyendo los de salud, con lo cual la población estaba cautiva y satisfecha.

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