Cuentos de ficción (30): los Monster.

Los Monster fue una telecomedia americana muy famosa, transmitida entre los años 1964 y 1966. En sus únicos 70 capítulos, mostró la vida hogareña de una familia de monstruos benignos, constituida por Herman, quien, a semejanza del monstruo de Frankenstein, era el jefe de la familia y se desempeñaba como un trabajador asalariado; por la esposa Lilly y el suegro, el abuelo, quienes, eran vampiros, por el único hijo, quien, se convertía en un hombre lobo y por una sobrina, normal y muy bonita.

Así como cada región tiene su nombre, también cada región tiene a sus Monster, viviendo normalmente entre sus habitantes, ya que, al ser considerados como benignos, son fácilmente aceptados por la gran mayoría.

Muy cerca de la casa de mi abuela, en la Urbanización Urdaneta en Maracaibo, vivía una típica familia Monster, con un jefe de familia, alto y corpulento, quien, se desempeñaba como un conductor de autobús, utilizado para el transporte de los empleados de un puesto de Sanidad.

Con él, vivían su esposa y su suegra, quienes, eran descendientes de árabes y se dedicaban a leer las cartas del tarot y a la santería y una hija menor de edad.

El Herman de la Urbanización, era quien, garantizaba el suministro de los clientes que buscaban una respuesta mágica, para la solución de sus problemas emocionales y de salud. Este Herman, no solo tenía el acceso directo a los empleados del puesto de Sanidad, sino también a los pacientes, algunos de los cuales incursionaban para la remediación de sus penas, en un contexto diferente al de la medicina.

Durante las noches y con la excusa de evadir el calor, se vestía de franela y pantalón corto y se sentaba en una silla de extensión, dando rienda suelta a su conducta exhibicionista, exponiendo sus partes íntimas. Muchos vecinos lo habían descubierto en su malsana práctica y se mantenían a salvo de ese espectáculo e inclusive apartaban por protección, a los menores de edad y especialmente a las niñas.

El personaje del abuelo en la serie, era la abuela de la Urbanización, una señora muy descuidada en su físico, con un cabello muy largo, canoso, mal cortado y crespo. Ella vestía de faldas anchas a media pierna y se notaba desaseada. Tenía un consultorio para lecturas de las cartas del tarot y de prácticas de brujería o de santería, utilizando hasta a una imagen de José Gregorio Hernández.

Con los naipes, según una tradición esotérica, había desarrollado la práctica de la adivinación, aunque en eso, también manipulaba a la clientela, ya que recibía previamente una información de parte de su yerno. Ella comúnmente efectuaba unos procesos de limpiezas, para desviar e impedir las energías y vibraciones negativas, para los cuales utilizaba el cuerno de ciervo y los ramazos con ruda.

La Lilly de la Urbanización, era una mujer muy agradable a la vista de todos y a diferencia de su madre, era la mejor representante del aseo y del arreglo. Parecía la más bellas de las odaliscas, viviendo en un harén para el uso exclusivo de un sultán.

Una noche acompañe a mi tía, quien, la visitó en su propia habitación, en donde existía un ambiente fresco muy agradable con un aire acondicionado, muy escasos para esa época y ella tal cual una reina, estaba sentada en frente de un tocador, colocándose polvo y colonia en su cuello y parte superior de su pecho.

Estaba usando una pijama de seda, con pantalón largo, blusa y bata exterior. La Lilly de la Urbanización, no se asomaba al jardín de la casa durante las horas del día, le rehuía al sol y al riesgo de adquirir manchas en su rostro. Se preciaba de ser muy hermosa, llegando a la conducta o manía típica de una persona narcisista, con un sentido exagerado de egocentrismo.

Ella estaba enamorada de sí misma, cuidando demasiado su compostura y con una autoestima que no toleraba las críticas y los comentarios negativos sobre su persona. No quería ni pensar en envejecer, ni dejar de sentirse admirada de manera exagerada.

Ese trastorno la llevó a cometer suicidio unos años después.

Antonio Jimenez.