Mi tío Adolfo, a quien, la gente lo conocía mejor como Opo, era un alcohólico y con esa enfermedad crónica, tenía frecuentes e incontrolables deseos por emborracharse. Nuestra familia siempre estuvo a su lado y aunque lo ayudamos con vehemencia, para que lograra superar su adicción, eso nunca ocurrió. Desde el espacio de lo negativo, mi tío sirvió de ejemplo, para que no se repitiera ese comportamiento, en otro miembro de la gran familia.
Entre las bebidas preferidas de mi tío Opo, estaban las más baratas del mercado, como la caña clara de la marca Doble U o el ron Santa Teresa Popular, ambas contenidas en el envase de vidrio que recibía el nombre de “carterita”. Con ese envase, se lograba un tamaño apropiado, para guardarlo en un bolsillo posterior del pantalón y ocultarlo de la atención de la gente.
El tío Opo tenía otra gran adicción y esa provenía de su fanatismo por el boxeo. El veía por la televisión, casi todos los combates importantes de ese deporte y se apasionaba hasta el delirio, en cualquiera de sus estados de conciencia, ya sea, estando sobrio o borracho.
Esa pasión se la mostraba a otros, convirtiéndose frecuentemente en un seudo entrenador, que adiestraba sobre la guardia del boxeador con las posturas de brazos y piernas, tanto en la posición ofensiva como en la defensiva, así como los diferentes tipos de golpes, como los jabs, los rectos, los ganchos y los uppercuts.
De todos los boxeadores a quienes seguía con interés, el que más lo impactó fue Arguello, tal cual él lo nombraba, para distinguirse de esos, que preferían mencionar el nombre completo de Alexis Arguello, o con el apodo de El flaco explosivo.
Mi tío Opo tenía toda la razón en idolatrar a ese boxeador que, de 90 peleas profesionales, obtuvo 82 victorias y de ellas 65 por nocaut, quien, fue tres veces campeón mundial y quien, nunca perdió sus títulos en el ring, sino cediéndolos al cambiar de categoría. Toda esa carrera deportiva de Arguello, quedo empañada al incorporarse a la política en su país Nicaragua y estando en gestión como el alcalde de la capital Managua, se suicidó de un disparo en el corazón, a los 57 años de edad.
Una vez, mi tío y yo, tuvimos una fuerte discusión por nuestros apoyos y pronósticos, que diferían sobre quien vencería, en una pelea valida por el primer título mundial en poder de Arguello. Esa pelea fue efectuada en Caracas y se enfrentó a Leonel Hernández, quien luego, sería considerado como el mejor estilista del boxeo venezolano.
La pelea se realizó en El Poliedro de Caracas el 15 de marzo de 1975 y esa noche, Arguello desató todo su arsenal contra el venezolano e impuso su reciedumbre, hasta que la pelea fue detenida con un nocaut técnico, en el octavo round. Al concluir el combate, Arguello comentó que al venezolano le había faltado corazón.
Leonel peleó otras cuatro veces más por títulos mundiales, sin lograr ningún triunfo y en su último combate comentó en una entrevista, de que el, no había nacido para ser campeón del mundo.
Lo interesante de la carrera de Leonel, fue que se enfrentó a los mejores púgiles de su división, entre ellos a Arguello y el hecho de no haber conquistado un campeonato mundial, no desdice de su gran trayectoria como peleador.
Conociendo la resiliencia, como una capacidad para afrontar la adversidad y a las personas más resilientes, a aquellas que tienen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés, soportando mejor la presión, podría asumirse que Arguello y mi tío no eran resilientes y en cambio Leonel si lo era.
La resiliencia es la entereza más allá de la resistencia, un proceso dinámico que tiene como resultado la adaptación positiva en un contexto de gran adversidad.
Antonio Jimenez.
La resiliencia es la capacidad de doblarse, sin llegar a romperse, ante las circunstancias de adversidad, saliendo reforzados de ellas.