Con dedicación especial a mi amigo Ricardo Piña.
Por varias semanas entre julio y agosto de 1955, el joven Elpidio estuvo sin compañía, al cuido de un hato de playa en Concepción, la capital del Distrito Urdaneta, ubicado a 25 kilómetros al sur oeste de Maracaibo. Ese hato pertenecía a su padrastro, Antulio, quien, estaba unido en matrimonio con la madre de Elpidio, luego de que ella enviudara de su verdadero padre.
Antulio y la madre de Elpidio, eran educadores con cargos administrativos en el Ministerio de Educación y en ese año en curso, desarrollaban un proyecto para un aumento de la oferta educacional, considerando en el plan, a un nuevo plantel que estaría ubicado en Concepción. Ellos se ausentaron en esos días, combinando su luna de miel con funciones de trabajo, en la ciudad capital de Caracas, en donde también se incorporaron al desfile final de la semana de la patria, la exagerada fiesta cívico militar del dictador Pérez Jimenez.
El joven Elpidio conocía de la pesca con mallas y se destacaba con el empleo del cuchillo, extrayéndole las vísceras a su botín. Aprovechó esos días, integrándose a un grupo de pescadores de la comunidad, para mejorar sus habilidades de pesca. Todos los integrantes de ese grupo, eran muy supersticiosos y él, que fue muy crítico en un principio, luego se dejó influenciar y actuaba igual.
El grupo se dejaban llevar por una creencia irracional para salir de pesca, ya que la decisión dependía de la forma de la pupila de un gato. Si la pupila estaba redonda, habría marea alta, y no salían y si, por el contrario, la pupila era una rayita, la marea estaría baja, habría abundancia de peces y salían.
En esos días, Elpidio sufrió de la erisipela, una enfermedad infecciosa bacteriana que le afectó la piel de sus piernas, con la aparición de unas placas rojizas. Él se dejó revisar por el grupo, quienes, lo convencieron con una cura, utilizando un sapo vivo. Entre dos agarraron al sapo por las patas y le restregaron su barriga por las piernas de Elpidio, en donde se ubicaba la lesión. Luego colgaron al sapo de una rama de un árbol hasta esperar por su muerte, tiempo en que Elpidio se curaría.
Estando solo en ese hato y con esa afición por lo mágico o sobrenatural, al joven Elpidio se le condicionó la mente, para una mala interpretación de unos sucesos que se dieron esa noche en seguidillas. El estado del tiempo pasó muy rápido de despejado a una depresión atmosférica.
En un tiempo de descanso y reflexión, sentado en la orilla de la playa, justo en el fondo del hato, podía observar los relámpagos del Catatumbo, siendo una de esas noches que los relámpagos duraban varias horas, apareciendo y desapareciendo de forma constante en el cielo.
Con ese espectáculo maravilloso a sus ojos, en un intervalo de oscuridad, logró ver el rastro de un meteorito, detectado por su halo de luz, y le pareció que estaba cercano a su casa. Al mismo tiempo, escuchó un zumbido persistente de baja frecuencia y muy perturbador. Las vibraciones las captó en su cuerpo y sintió dolor de cabeza y náuseas.
A Elpidio se le pareció mucho a una nave espacial y por eso, corrió como despavorido y se encerró en su casa, dejando abierta solo una rendija de las ventanas, para estar enterado y prevenido de lo que ocurría a su alrededor. Tan nervioso y sugestionado estaba, que no notó que en ese momento transitaba por las aguas del lago un buque tanque con destino al puerto de La Salina, el cual podía ser el causante de su zumbido auricular.
El estado del tiempo empeoró y se desato una tenaz lluvia con fuertes vientos, afectando la visibilidad. Elpidio logró distinguir a través de la rendija, unas figuras feas, de color verdoso, con ojos rojizos grandes y con una especie de cachos, que caminaban hacia la ventana. En su mente casi desquiciada se imaginó que eran marcianos.
Elpidio pasó por unas horas de muerte lenta, hasta que unos vecinos llegaron y le comentaron que en la noche habían ocurrido dos situaciones de cuidado. En primer lugar, le hablaron de unos búhos que habían atacado a unas personas, quienes, los describieron con el iris anaranjado y muy altos para su especie, como casi de un metro. La otra noticia se trataba de la formación de unas mangueras de agua, que habían dejado sin techos a unas casas de La Ensenada, como a 5 kilómetros de su casa y que habían declarado a un par de personas como desaparecidas, pero que muy posiblemente habrían salido de pesca y había que esperarlos.
Al pasar un par de días, ya Elpidio estaba convencido de que sus supuestos marcianos podían haber sido los búhos y que había confundido el rastro del meteorito con una nave espacial. El problema que seguía vigente era el misterio de los todavía desaparecidos, se habrían escapado de sus casas, se habrían ahogados o fueron raptados por los marcianos.
Elpidio, se curó de las placas rojizas de sus piernas, pero el cuerpo del sapo no estaba en donde había sido colgado. Todo eso lo atormentó demás y así dejo sin cuido a la casa de sus padres y volvió a Maracaibo, en donde residía.
Antonio Jimenez.
La superstición y la sugestión van de la mano en este cuento.