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Cuentos de ficción (14): de la misma sangre.

Writer's picture: Sr JimenezSr Jimenez

La Universidad Simón Bolívar en Caracas abrió sus aulas en 1970 y se convirtió muy rápidamente en el anhelo de superación de los estudiantes aventajados, en los liceos de secundaria del interior del país. Pero esa perspectiva del futuro en la mente de los bachilleres, colisionaba de frente con el visto bueno de los padres, en parte por la ausencia de los hijos y más, por la carga económica adicional en su manutención.


En eso años, la mayoría de los estudiantes estaban muy arraigados al seno familiar y no tenían ninguna holgura económica, por lo que ni siquiera intentaron probar su valía en un mejor aprendizaje y otros, simplemente no se le median al exigente examen de admisión.


En la sede de la universidad, en el valle de Sartenejas en la periferia de Caracas, durante una mañana lluviosa de junio de 1971, yo estaba en un tropel de jóvenes buscando sus respectivos nombres en listas, para conocer del salón y del número asignado del pupitre, en donde por un par de horas, nos entregamos a la prueba de admisión.


Unos días después, recibí una carta con mi aceptación de ingreso y cuando se lo comenté a mi madre, no aparentaba estar ni sorprendida, ni contrariada, ni triste y la recuerdo con una solidaria entereza, tolerando el tema, como aportándome ánimos en seguir adelante.


Es que mi madre si tenía una experiencia de vida a ese respecto, con una decisión que resultó en su ausencia de la familia, hacía ya 27 años. A mediados del año 1944, mi madre de solo 17 años de edad, acompañada de una tía paterna, viajaron en autobús desde Maracaibo hasta Caracas y se residenciaron en esa última ciudad por seis meses. Era algo muy similar a lo que ahora repetiría su hijo y ella estaba en el otro bando. Sin dudas, estábamos unidos por la misma sangre, tomando a la sangre como la imagen fundamental de la vida y el vehículo de lo vital.


En 1944, se cumplía el quinto año de un mundo convulsionado con las guerras en Europa y en el Pacifico. Para los países no participantes en el conflicto, como en Venezuela, reinaba la carestía, la escasez y no había oportunidades de empleo. Precisamente en 1944, la gente dejó el ostracismo y salió a ver que se hacía. La liberación de Roma, el desembarco aliado en Francia y el repunte en el Pacífico, olían a las derrotas nazi y nipona y en Venezuela se inició un plan de obras públicas con reactivación del empleo, pero con casi todas las actividades en la ciudad capital y en otras ciudades del centro del país.


Las viajeras llevaron consigo siete valijas de cuero, de las cuales, en seis de ellas, mi tía llevaba un cargamento de cortes de tela y de zapatos para regalar a su hermana viuda y a sus otras siete sobrinas.



Eso era sin dudas, un tesoro tan apreciado, que la hacía lucir como una leona ante las autoridades que inspeccionaban la carga por el camino.


El viaje se inició temprano una mañana, saliendo del terminal de autobuses en Maracaibo, que quedaba justo en el frente a un cementerio y en donde con solo al ver las tumbas y mausoleos, se reducía la confianza de los pasajeros por el viaje.


De allí se dirigieron al terminal de los ferrys de La Ciega, abriéndose paso entre una bandada de buchones que exigían su cuota de desperdicios y de los comerciantes informales con otras exigencias similares.



Abordaron el ferry Catatumbo y subieron al segundo puente, apresurándose a usar la instalación sanitaria antes de que colapsara por la cantidad de los pasajeros. Partieron y arribaron en menos de una hora al muelle de Palmarejo, en la costa oriental del lago de Maracaibo.



En ese momento empezó una especie de vía crucis, con diferentes etapas que, en la dirección a Caracas, irían aumentando el arrepentimiento por haber tomado ese viaje. De Palmarejo a Motatan, habían 220 kms de carreteras negras que eran de tierra y asfalto caliente, muy moldeables al paso y al peso del vehículo. Se seguía con 429 kms de carreteras de tierra de Motatan a Taborda y otros 209 kms de carretera de macadán de Taborda hasta Caracas.



Ese trayecto total de 858 kilómetros, podía efectuarse sin inconvenientes en 3 días, pero se hizo en 7, motivado a las fallas mecánicas del autobús, el mal estado de las carreteras por lluvias y las esperas por los vadeo a los ríos y quebradas.


En el viaje se producía como una muerte lenta de los pasajeros, que estaban en la encrucijada entre la asfixia directa con el polvo o por sofocación, si se cerraban las ventanas. Mi madre llegó a Caracas con su pelo tan tieso, como si fuera una roca que le cubriera su cabeza.


En Caracas, ella se ubicó como aprendiz de labores manuales, haciendo las populares bellotas, como se conocían los lazos y flores de tela para adornar los vestidos femeninos de la época y también aprendió a hacer permanentes, para rizos inspirados en Hollywood, esculpidos y ligeros y en todas las melenas, largas, medias o cortas. Con esas permanentes, se volvió famosa y tenía una buena clientela femenina en los años 60.


Antonio Jimenez.

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2 Comments


Gerardo Molero
Gerardo Molero
May 08, 2023

Tony: Escribí mi comentario, con algo q se me ocurrió complementar como lo fue el viaje de José Gregorio Hernández cuando siendo un chamo salió de Isnotú a Caracas para estudiar su bachillerato. Le di publicar y lamentablemente no se publicó. No sé si será porque desde el pasado jueves tengo un nuevo teléfono. Veremos si se publica este comentario.

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Sr Jimenez
Sr Jimenez
May 08, 2023

Buenos días, la consanguinidad es el parentesco natural de una persona con otra u otras que descienden de los mismos antepasados. Ellos tienden a tener características similares, definidas por la herencia genética, que se transmite de los padres a los hijos.

La herencia genética también influye sobre los hábitos y las características de la personalidad.

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