Samir Manzur llegó ese día al frente de la casa de la señora Emilia, más temprano que de costumbre y extrañamente sin su maleta vieja de cuero, en esa ocasión venía acompañado por un joven delgado, alto y blanco.
Tan pronto la señora le abrió la puerta, Samir se apresuró a hablarle, mientras colocaba sus manos con los dedos abiertos al frente, como para evitar una mañanera molestia ante esa visita imprevista. Marchante Millita, quédese tranquila que no vine a cobrar, aquí estoy para que conozca a mi hijo, él se llama Abdel Saade y va a quedarse de turquito en mi lugar, dentro de un mes.
La señora Emilia y su hija Nery, se referían a Samir como el turquito, un señor, quien, es sus cuarenta y tres años, aparentaba mucha más edad, probablemente por el uso de un sombrero y anchos pantalones, lentes de aumento, un bigote espeso y gris y su piel acartonada por los efectos del sol.
¿No puede ser, turquito y eso por qué razón? Con esa pregunta, la señora Emilia le interrumpió y sin esperar por la respuesta, le ofreció algo de tomar a Abdel, quien, estaba muy incómodo por su nivel precario del español y por la presencia de la guapa Nery, quien estaba húmeda y con el cabello mojado tras tomar una ducha. El solo entendió la palabra café y movió su cabeza de arriba a abajo, en señal de aprobación. El nuevo turquito se terminó la tasa de café con dos grandes sorbos y recuperó su aliento y la serenidad, como pudo manejar el idioma y creyendo que Nery sudaba por el intenso calor que se sentía, le ofreció un ventilador de pie, a buen precio y a crédito con moderadas cuotas.
Abdel, en ese año de 1968, sería el tercer miembro generacional de una familia libanesa cristiana, emigrando hacia países de Latinoamérica, con el único propósito de prosperar económicamente con actividades del comercio desde las propias calles, con las ventas directas a los clientes en sus mismas casas.
Su abuelo, también de nombre Abdel, fue el primer migrante de ellos, viajando en el año 1911, para escapar del sometimiento y maltrato de gobernantes musulmanes del Imperio Otomano en su natal Beirut.
Al arribar a Puerto Colombia, en el caribe colombiano, con la mira puesta en Barranquilla, el funcionario de migración, le tomó equivocadamente su segundo nombre de Manzur como si fuera su primer apellido, dejándole el Saade de segundo apellido. El abuelo retornó al Líbano en el año 1925 y se encontró con un país bajo la protección de Siria.
El turquito Samir, migró a inicios de los años 1950, desde un Líbano en libertad y autónomo como país desde 1943. El seleccionó como huésped a Maicao, justo en la frontera de Colombia con Venezuela. Al arribar en Colombia, mostró algunos documentos de su padre y por eso quedó registrado como Samir Manzur. Desde Maicao pasó a Maracaibo al inicio de los sesentas, en donde se vivía una mejor economía por la actividad petrolera y estando allí ya asentado, motivó a su hijo para que tomara su negocio en relevo.
Esos libaneses, mal llamados turcos, debido a que los primeros utilizaban unos pasaportes provistos por el imperio otomano, salían a la calle con una cesta llena de baratijas colgando del brazo, unos veinte cortes de telas envueltos en plástico montado sobre el hombro y con una maleta de cuero, rayada y manchada por el uso, a vender directamente en las casas, tal cual unos propios agentes viajeros. Con el grito de promoción de “compre cortes baratos, marchante”, vendían la mercancía a crédito por cuotas.
Algunos que prosperaban más que otros, pedían créditos a los bancos y abrían tiendas que sobrecargaban con mercancía de telas, ropa manufacturada, zapatos, muebles y electrodomésticos. Trabajaban hasta en los días feriados e invitaban a los transeúntes a entrar a sus tiendas que abrían desde el amanecer para atraer a quienes iban al mercado.
Muy pronto se hacían ricos ante la sorpresa de los pobladores locales, quienes, estaban inclinados a tomar la vida con más calma y por supuesto a pedir fiados.
Antonio Jimenez.
Sr. Jiménez
Como siempre, excelente relato de realidad en la Venezuela de antaño. Donde el buen vivir era etiqueta del día, y los migrantes Libaneses lograron prosperidad, asentándose como respetados ciudadanos.
Las ventas a domicilio y pagos a cuotas, fue un figura de comercio usada por libaneses hace más de un siglo. El uso de catálogos y la venta de la mercancía con la calidad y la entrega a tiempo, se antepuso a las grandes firmas que en la actualidad se apoyan en la facilidad del internet y del delivery tercerizado.