Varios alumnos de educación primaria, conversaban animadamente antes de entrar a los salones de clases, en un patio interior del colegio Santa María. Simultáneamente se miraban a sí mismo, revisando que su camisa blanca de mangas cortas estuviese bien metida dentro del pantalón y que sus zapatos negros no tuvieran polvo.
Pero no todo era seriedad entre ellos ya que se mofaban unos con otros y se molestaban con las críticas a los uniformes y del aseo personal.
Algunos más atrevidos, les daba por revisar el área del cuello y de las axilas de las camisas de otros y si hallaban manchas amarillosas por efecto del sudor, le hacían pasar vergüenzas a quienes las vestían. En ese caso, era mejor confrontar al inquisidor, ya que el alejarse era peor, puesto que gritaban a los cuatro vientos, que las madres debían tratar esas manchas con el uso de bicarbonato y vinagre.
El acusado pasaba por un mal día, escondiendo las huellas del delito y alimentando la causa para una molestia en la cervical o para el mal olor por falta de aire debajo de los brazos.
Volviendo a la cordura, el grupo comentaba algunas noticias de lo ocurrido en los días anteriores y al sonar un timbre, se formaban en filas y le hacían los honores al himno nacional.
En una mañana del mes de mayo de 1965 y justo antes de entrar al salón de clases, el Cheito Castro, uno de esos alumnos, extrajo de un bolsillo de su pantalón, un pedazo de papel periódico, doblado y arrugado. Ese papel, fue arrancado de una página del diario Panorama y mostraba una noticia con la imagen de una figura imponente de un boxeador.
Ellos leyeron que Muhammad Ali, había vencido por segunda ocasión al mastodonte de Sony Liston, con un nocaut producto del impacto de un golpe fantasma en el primer round, reteniendo su título mundial del peso pesado.
El nombre de Muhammad Ali, les costaba pronunciarlo a todos y no por la dificultad del idioma, sino por la molestia del grupo con él boxeador, al desechar su anterior nombre de Cassius Clay. Resulta que ese Cassius se había convertido al islam y como musulmán debía tener un nombre acorde a esa religión.
Tratándose de que era un día jueves, la rutina pre clases en ese colegio, era más extensa, porque ese día se agregaba el rezo católico de un rosario. El rezo lo lideraba una maestra desde la oficina de la dirección de la escuela y lo transmitía a todos los alumnos en los salones de clases, a través de parlantes. Con ese rezo, se conmemoraban algunos misterios de la vida de Jesucristo y de la Virgen María, recitando después de anunciar cada uno de ellos, un padre nuestro, diez avemarías y una gloria al Padre.
Muchos alumnos no se sentían muy a gusto, pero cumplían fielmente con el rezo, evitando poner mala cara, ante la mirada furtiva y hasta acusadora de las maestras.
A Cheito, mientras rezaba el rosario, le asalto la curiosidad de como serían los rituales del islam y de las obligaciones de los musulmanes. A él, no le agradaba ni su nombre oficial de Eliseo Rafael ni el diminutivo cariñoso de Cheito y por eso, pensó que, si se convertía también al islam, siguiendo la misma acción de su ídolo Muhammad Ali, elegiría el nombre de Ibrahim, en honor a un turco bueno que le fiaba a su madre.
Tan pronto Cheito llegó a su casa, le consultó a su padre, también educador, de sus recientes pensamientos sobre las religiones. El señor Castro, le comentó que, para un musulmán, la oración es el deber más importante de su vida religiosa, pues es mediante ella como le da gracias a Alá, por su existencia y por todo lo que posee. Para eso, practicaban dos tipos de oración, la privada, que se realizaba en cualquier momento y la pública, que tenía lugar 5 veces al día, la primera al despuntar el día, y las otras 4, al mediodía, a media tarde, tras la puesta de sol y a la primera hora de la noche.
Después de escuchar a su padre, para Cheito no existía ninguna posibilidad de convertirse al islam y de ser un musulmán, ya que se le quintuplicaría las exigencias para orar. Con ese razonamiento, desechó el renombre a Ibrahim y sigue siendo el mismo Cheito y muy querido amigo de siempre.
Antonio Jimenez.
Tony: El caso de Cheíto Castro, con respecto a que le hubiese gustado llevar el nombre de Ibrahim, no creo que fuera tanto por esa razón. sino que ese tipo de comerciantes, a quienes les pusimos el apelativo de Turcos, independientemente de que fuera una buena persona y, quien además le vendía mercancía a crédito a su mamá, no era nada de lo anterior lo que realmente le atraía a Cheíto. Por el contrario, lo que en realidad le atraía al chamo de Ibrshim era imitarlo haciendo el mismo trabajo para poder ganar prontamente dinero, sin tener que someterse a la disciplina del Coiegio.
Eso enseña la psicologìa del adolescente .
En el sentido más simple, la religión es la relación de los seres humanos con lo que ellos consideran como santo, sagrado, espiritual o divino y está acompañada de prácticas que fomentan una comunidad de personas que comparten la misma fe.