La desertización es el proceso evolutivo natural de una región hacia unas condiciones climáticas y ambientales conocidas como desierto.
Los factores que causan la desertización son de diversa índole; factores astronómicos (como las variaciones orbitales o ciclos de Milankovic), geomorfológicos (orogenia, distribución de las masas continentales) y dinámicos (relacionados con la actividad geológica y biológica de la Tierra).
Uno de los ejemplos más recientes de desertización es el desierto del Sahara, hace unos miles de años era una sabana con su fauna y flora características (hipopótamos, elefantes, jirafas, entre otros.), como lo demuestran las pinturas rupestres de Tassili n'Ajjer, en las que se retratan a grupos cazadores persiguiendo la abundante fauna, mientras que la actual aridificación del clima local lo ha transformado en el desierto que es el la hoy en dia.
La desertización es un fenómeno que se produce sin la intervención humana, a diferencia de la desertificación.
La desertificación es un proceso de degradación ecológica en el que el suelo fértil y productivo pierde total o parcialmente el potencial de producción. Esto sucede como resultado de la deforestación y destrucción de la cubierta vegetal, la subsiguiente erosión de los suelos, la sobreexplotación de acuíferos, la sobre irrigación y consecuente salinización de las tierras o la falta de agua; con frecuencia el ser humano favorece e incrementa este proceso como consecuencia de actividades como el cultivo y el pastoreo excesivos o la deforestación.
El gran responsable, aunque no el único, de la extendida erosión en los suelos es el clima. Las tierras secas, áridas o semiáridas, reciben pocas precipitaciones al año, pero cuando cae la lluvia lo hace, frecuentemente, de forma torrencial, habitualmente en otoño, con una fuerza capaz de erosionar fácilmente los terrenos.
La falta de agua provoca, también, que la vegetación sea escasa y que aporte poca materia orgánica al suelo y le proporcione una débil protección.
Junto a la escasez de vegetación otras características de estas zonas es el ser frecuentemente montañosas, con laderas de fuertes pendientes, formadas por rocas relativamente blandas. Todos este conjunto de factores facilita que las aguas corran con fuerza arrastrando con facilidad el suelo y formando cárcavas y barrancos.
La intervención humana ha agravado el problema. Las talas excesivas, los incendios, el pastoreo abusivo, las prácticas agrícolas inadecuadas y la construcción descuidada de pistas, carreteras y otras obras públicas aumentan la facilidad de erosión del suelo.
Desnudan el terreno y originan focos en los que se inicia el arrastre de materiales. Un sistema de las características climáticas del que estamos comentando se mantiene en un delicado equilibrio que se puede alterar de forma importante y con gran facilidad, con cualquier actuación poco estudiada. Se calcula que el 73% de la remoción de suelo se produce en los cultivos que aprovechan la irrigación de las lluvias (viñedo, almendro, olivar, cereal, girasol, entre otros).
Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el 35 % de la superficie de los continentes puede considerarse como áreas desérticas. Dentro de estos territorios sobreviven millones de personas en condiciones de persistente sequía y escasez de alimentos. Entre muchos otros factores, se considera que la expansión de estos desiertos se debe a acciones humanas.
Madagascar es el país más erosionado del mundo, el 93 % del bosque tropical y el 66 % de su selva lluviosa han sido talados.
En el África, en países muy poblados y con pocos recursos, como los de la franja subsahariana, se observa un incremento de las zonas desérticas, naciones que durante siglos habían sostenido sociedades prósperas, se encuentran ahora en el límite de la subsistencia.
España es el país de la Unión Europea con un máximo índice de desertificación.
En Italia en la quinta parte de la superficie se está en riesgo de desertificación.
En Argentina, la región de la Patagonia se halla muy afectada por este fenómeno en su parte central y en menor medida en su parte costera, debido al sobrepastoreo, el aprovechamiento incorrecto de los recursos hídricos y lacustres, y del espacio empleado para la agricultura, así como también influye la explotación petrolera.
En Túnez, más de la mitad del país está cubierto por tierras desérticas, con el Sáhara al sur, que avanzan hacia el norte.
La desertificación puede ser causa o efecto del proceso de aridización. Originalmente esto pasa en las zonas que son fértiles, donde se practica la agricultura secuencial. El aumento de la población obliga a una explotación intensiva del terreno hasta que se produzca su agotamiento. La segunda etapa comienza cuando el suelo deja de ser fértil y se encuentra despojada de su cubierta vegetal, el agua y el viento lo erosionan más rápido hasta llegar a la roca.
En la mayor parte de las zonas de cultivo el suelo se erosiona mucho más deprisa de lo que demora en formarse. Podrían necesitar décadas o siglos para que el paisaje volviera a cubrirse de verde.
El Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía fue establecido el 17 de junio de 1994 por la Asamblea General de las Naciones Unidas para fomentar la conciencia pública sobre el tema. El organismo aseguró que “debido a la sequía y a la desertificación se pierden cada año 12 millones de hectáreas (23 hectáreas por minuto), dónde se podrían haber producido 20 millones de toneladas de cereales”.
Esta cifra confirma que “la pérdida de tierra cultivable es 30 o 35 veces superior a la tasa histórica” y que afecta a 1.500 millones de personas.
Sin una solución a largo plazo, la desertificación y la degradación de las tierras no solo afectarán el suministro de alimentos, también propiciarán un aumento de las migraciones y pondrán en peligro la estabilidad de muchas naciones y regiones.
En 1996 entró en vigor la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación constituyendo el primer y único marco legalmente vinculante a escala internacional que ha sido creado para hacer frente al problema de la desertificación. La Convención se fundamenta en los principios de participación, colaboración y descentralización, y ha sido suscrito por 195 países.
A mediados del siglo XIX, las reseñas sobre las virtudes geográficas de una isla en el Mar Caribe estaban cargadas de frases muy halagadoras.
“He recorrido prácticamente todo el globo, y puedo decir que no existe ninguna otra isla tan hermosa como Santo Domingo. Ningún país posee una fuerza de producción mayor, en ningún país hay tanta diversidad del suelo, de climas y de productos, ningún país goza de una situación geográfica tan admirable. En ninguna otra parte las laderas de las montañas ofrecen tanta variedad y tantas vistas maravillosas, en las que se erigen las residencias más cautivadoras y saludables”.
Cuando un explorador del planeta como fue el británico St. John Spencer se expresa de la manera anterior, hace un gran esfuerzo para abreviar en pocas palabras toda la belleza que por sus ojos pasó en su tarea por auscultar cada rincón del planeta donde cumplió misión diplomática, tal como lo hizo en 1844 en la Isla La Española, en el país que ahora conocemos como Haití.
Las primeras expresiones de asombro ante la belleza de la isla no fueron pronunciadas por el señor Spencer, sino por el propio Almirante Colon. Desde los años de la llegada a la isla de los españoles, la conservación boscosa y de la fauna era de una riqueza fuera de lo común, narrada también por los Cronistas de Indias.
El jueves 6 de diciembre de 1492, en su Diario del primer viaje, Cristóbal Colón escribió: “Aquella isla grande parecía altísima tierra, no cerrada con montes, sino rasa como hermosas campiñas, y parece toda labrada o grande parte de ella, y parecían las sementeras como trigo en el mes de mayo en la campiña de Córdoba...”
En uno de los trabajos más enjundiosos que se ha hecho, “La isla de Haití”, (así se denominaba la isla entonces), publicado por la Academia Dominicana de la Historia, Louis Gentil Tippenhauer, cita a diversos autores sobre el encanto que les produjo la belleza del territorio de La Hispaniola por la profusión de sus bosques, ríos, montañas y, en sentido general, por su riqueza natural.
Sobre Haití hace dos siglos, Bryan Edwards, referido por Tippenhauer, afirmaba que “las posesiones francesas en esta espléndida isla se consideran los jardines de las Indias Occidentales...” Traducida del alemán al español, la obra de Tippenhauer hace un abordaje detallado del caudal de riqueza en los dos lados de la isla en los siglos posteriores a la llegada de los españoles.
Haití ha venido de más a menos en ese renglón, lo que deriva en hacinamiento y empeoramiento en las condiciones de vida de su gente. Muy avanzado el siglo XlX, en 1874, se emprendieron esfuerzos reales para la conservación de los bosques. Tanto en Haití como en República Dominicana la explotación forestal apenas existía, aunque sí el trazado de caminos forestales, según pudo establecer Tippenhauer en su estudio. En octubre de ese año se decretó en Santo Domingo la protección de la floresta, obligando a los agricultores a dejar un 5 por ciento del suelo cultivado con árboles, prohibiendo la tala de manantiales con una multa de hasta 50 pesos por tarea.
Poco antes de la Revolución Haitiana, en 1791, las exportaciones de madera de ese país fueron de 1 millón y medio de libras de madera; en 1820, 2 millones; en 1840, unos 20 millones; en 1860, casi 104 millones y en 1880 hasta 322 millones de libras, entre Campeche, palo amarillo, zángano y caoba, entre otros tipos de madera.
Durante mucho tiempo, toda la isla “La Española” estuvo bajo el dominio español, hasta que España cedió a Francia el tercio occidental de la isla en 1697. La región recibió el nombre de Saint Domingue, y se convirtió en la colonia francesa más rica. Para diferenciar a ambas colonias, la parte oriental de la isla se llamaba también Santo Domingo Español o Santo Domingo Oriental. Los franceses llevaron a la isla cientos de miles de esclavos africanos para trabajar en la producción de azúcar, café, cacao y algodón. Hasta que en 1791, hubo una revuelta de esclavos y poco después se abolió la esclavitud. Después de una larga y cruenta guerra, la colonia proclamó su independencia en 1804. A partir de entonces, Saint Domingue lleva el nombre de Haití.
Sin embargo, el nuevo país estuvo plagado de problemas. Los latifundios habían sido divididos entre la población, y pronto casi todos los haitianos pasaron a tener tierras, pero muy pocos podían vivir en ellas. Las parcelas eran demasiado pequeñas, y los nuevos propietarios difícilmente se podían poner de acuerdo para una gestión conjunta. Además, la población de Haití nunca fue homogénea. Los esclavos provenían de más de un centenar de grupos étnicos diferentes, y originalmente no tenían nada que ver unos con otros. Durante décadas, vivieron en un régimen de poder legitimado por la fuerza. No es de extrañar entonces que al caos sangriento de la guerra del siglo XIX le sucedieran rebeliones y golpes de estado, monarcas autodenominados y dictadores que eran rápidamente derrocados. Este patrón continúa hasta hoy.
La colonia que posteriormente adquirió el nombre de República Dominicana logró su independencia después de su vecino, Saint Domingue. Sin embargo, el país contaba con una sociedad mucho más homogénea, con personas de origen español y un grupo muy pequeño de esclavos africanos. Gracias a la menor diferencia étnica, la República Dominicana logró, poco después de su independencia, una estabilidad económica y política muy superior a la de Haití.
A pesar de que el país experimentó una guerra civil y varios dictadores, los dominicanos lograron establecer un sistema político democrático razonable en los últimos 50 años. Hoy en día, una de las principales fuentes de ingresos del país es el turismo.
En la época actual, La República de Haití es uno de los trece países que forman la América Insular, Antillas o Islas del mar Caribe, uno de los treinta y cinco de América. Su capital y ciudad más poblada es Puerto Príncipe. Está ubicado en la zona central de las Antillas, en el tercio occidental de la isla La Española. Con 27.750 km2 es el tercer país más extenso de las Antillas, superado por Cuba y su vecino República Dominicana.
La economía de Haití generó en 2018 un Producto Interior Bruto de 9.717 millones de dólares y una renta per cápita de 848 dólares, siendo la más pobre del continente americano y una de las más desfavorecidas del mundo, 80 % de su población vive bajo el umbral de pobreza y dos tercios de ella es dependiente de un sector de la agricultura y pesca, tradicionalmente organizado en pequeñas explotaciones de subsistencia, fragilizadas por la carencia y empobrecimiento del suelo disponible, siendo dependiente de la ayuda exterior.
La sobre-explotación y la erosión del terreno son consecuencia de una intensiva y descontrolada deforestación que ha llevado la superficie arbolada de Haití del 60% en 1923 a menos del 2% en 2006.
Las devastadoras tormentas tropicales que se sucedieron a lo largo de 2008, y el embate del huracán Matthew en octubre de 2016, han afectado las escasas infraestructuras de comunicaciones que, a imagen de los sectores industriales y de servicios, sufren de la carencia de inversiones sostenidas por culpa de la inestabilidad y la violencia. El sector industrial más importante es el textil, que representa más del 75 % del volumen de exportaciones y el 90% del PIB.
Aunque Haití y la República Dominicana comparten una misma isla, se han desarrollado de forma muy diferente. La República Dominicana parece un paraíso a primera vista, con sus palmeras, kilómetros de playas de arena y su mar azul cristalino. Millones de turistas llegan al país anualmente para tomar unas vacaciones. La belleza de la naturaleza y los hoteles de lujo encubren el hecho de que la República Dominicana es uno de los países menos prósperos de América Latina, y que está justo en la frontera con Haití, el país más pobre del mundo occidental. En la República Dominicana existe una red de carreteras razonable, que permite viajar sin mayores problemas de un lugar a otro. En Haití se necesitan muchas horas para recorrer unos pocos kilómetros. Igualmente opuesta es la situación en otros sectores, solamente un 50 por ciento de la población haitiana sabe leer y escribir, mientras que en el país vecino el porcentaje llega a un 90 por ciento.
La tasa de mortalidad infantil en Haití es casi tres veces mayor que en la República Dominicana.
Las grandes diferencias también tienen un impacto directo en la forma en la que el cambio climático afecta a estos países, así como en la forma en la que estos le hacen frente a las repercusiones del calentamiento global. Por ejemplo, la gran superficie costera de Haití lo hace particularmente vulnerable a los huracanes. Las ciudades más importantes de Haití están asentadas en la costa, por eso las inundaciones suelen tener un impacto mucho más dramático. A esto se añade la infraestructura inadecuada que obstaculiza la ayuda rápida en situaciones de catástrofes naturales. Por ello, el terremoto de principios del 2010 causó la muerte de unas 220.000 personas.
Debido a que ninguna ciudad de Haití tiene un abastecimiento regular de electricidad, para muchos haitianos la fuente principal de energía es la madera. En gran medida, esta es una de las razones por la cual los bosques del país han desaparecido. En consecuencia, las fuertes lluvias provocan deslizamientos por las empinadas montañas ya sin árboles, debilitando así aún más los medios de subsistencia de la población local que, a diferencia de la República Dominicana, está densamente ubicada en las zonas rurales.
Muchos haitianos tratan de encontrar trabajo y refugio en la República Dominicana, debido a las condiciones de vida significativamente mejores que en su país. Si bien el estado vecino no pertenece a los países ricos de América Latina, desde la perspectiva de muchos haitianos, es un paraíso. Si la constante presión a que está sometida la frontera por el paso masivo de inmigrantes ilegales, en unos casos vía soborno y en otros de manera subrepticia burlando la vigilancia militar, constituye un serio problema para el país, mucho más y de mayor gravedad posiblemente lo es la desertificación del territorio vecino.
La necesidad de preservar los bosques y áreas protegidas en la República Dominicana se hace obligatoria sobre todo por la depredación de parte de haitianos y dominicanos asociados para el negocio ilegal de la producción de carbón.
Sin que en modo alguno pueda interpretarse como una expresión de racismo o fobia hacia el vecino, lo cierto es que ambos países son una unidad geográfica y comparten el mismo pedazo insular de territorio. Aunque con dos escenarios físicos bien diferenciados la desertificación de Haití afecta por igual a la República Dominicana y lo torna más vulnerable.
Mientras tanto, el tiempo corre inexorable, y ya con muy pocos árboles que cortar en Haití para hacer carbón, será cada vez mayor el trasiego hacia República Dominicana, para aprovechar la madera con la participación de dominicanos compartiendo el lucrativo negocio, donde la complicidad de autoridades proclives al soborno jugará un papel de gran importancia para garantizar la continuidad del mismo y la impunidad de quienes lo llevan a cabo.
La desertificación y deforestación del suelo haitiano no solo se ha convertido en una amenaza real para sus habitantes, sino para República Dominicana donde esos problemas no son tan profundos como en el suelo vecino, pero que comienzan a sentirse en la frontera, hecho comprobado con la riada ocurrida en el año 2004, producto de fuertes aguaceros registrados en las montañas haitianas vecinas, que desbordaron el río Soliette, con más de 90 años dormido, provocando poco más de 400 muertos en los dos lados de la isla.
La situación actual de Haití y las causas que originaron su deterioro como país, parecen repetirse en Venezuela. La aplicación de la ley de tierras en el 2001, cuyo slogan principal era la de “tierras y hombres libres” se fundamentó en las expropiaciones de tierras productivas y en su posterior seccionamientos en parcelas para la entrega a campesinos, con la instrucción de fundar conucos, para la siembra y cría en volúmenes de subsistencia familiar mas no en volúmenes comerciales. Esta situación no fue del agrado de los campesinos por lo que la mayoría de estas propiedades han sido abandonadas por los adjudicados, quienes han migrado del campo a las ciudades y a otros países, aumentando por un lado la dependencia del Estado a las importaciones de bienes de consumo y por otro lado dejando las tierras propensas a la erosión. Igualmente en Venezuela, el deterioro económico ha generado, por la falta de inversión y programas de mantenimiento apropiados, un colapso de los servicios públicos, como la electricidad, el agua y el gas doméstico, lo cual ha promovido el uso intensivo de la madera como carbón y leña en la preparación de alimentos. También se están efectuando actividades de deforestación masiva de suelos para la explotación del oro en las selvas del oriente del país. De prosperar esta perversa administración del Estado sobre sus recursos, tendrán que cambiar el slogan por “Tierras y Hombres Pobres”, afortunadamente esto no va a ocurrir. El cambio de gobierno viene con toda seguridad y con ello los paliativos para corregir esta situación.
Recopilación de la información y Estructuración por Antonio Jimenez.
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