La infancia es una etapa intensa de la vida y en la que somos más vulnerables, es un periodo en el que se está aprendiendo y adquiriendo las capacidades y las herramientas necesarias para una vida futura. Pocas situaciones pueden ser tan tristes y desgarradoras como el que un niño se vea separado de sus padres y de un momento a otro se encuentre en un entorno extraño rodeado de gente que no conoce. Cuando un niño es separado de forma brusca de su familia, de sus padres, se genera en él un daño psicológico irreparable.
El miedo es un elemento imprescindible para la indefensión, el miedo bloquea la posibilidad de actuar, coloca al organismo en un estado de alerta donde sólo es posible la huida o el ataque. Un niño no tiene posibilidad alguna de huir ni de atacar, por tanto, se queda en un modo paralizante de absoluta indefensión y donde su conciencia de vulnerabilidad invade su capacidad de reacción. Cuando un niño siente miedo hacia aquellos a quienes también ama y deberían amarle, generaliza esta emoción al resto de ámbitos afectivos de su vida, aprende a amar desde el temor, y desde el temor sólo acabará por escaparse o por atacar, en el plano afectivo.
Un huérfano es un niño cuyo padre, madre o ambos progenitores han fallecido, este es el concepto más aceptado; sin embargo, a los niños abandonados por sus progenitores, de alguna manera podrían ser considerados como huérfanos. Un niño huérfano se encuentra solo en un mundo de adultos. Los huérfanos sufren graves violaciones de la mayoría de sus derechos. Alrededor de 170 millones de niños en el mundo son huérfanos, de ellos, 71 millones viven en Asia, 59 millones en África y casi 9 millones en Latinoamérica y el Caribe.
En la actualidad, más de 400 mil menores migrantes han cruzado la frontera sur de los Estados Unidos sin sus padres desde el año 2003. Y cada vez que llega una nueva ola, sigue la controversia política. Los números están incrementándose de nuevo, con algunos niños que llegan solos de tan solo 6 o 7 años. Los niños huyen de condiciones desesperadas como la terrible circunstancia económica en su país de origen, la persecución, la violencia de las pandillas y otras formas de crimen organizado y no es una decisión que ninguna familia toma a la ligera. En el año 2019, por ejemplo, algunos padres comenzaron a enviar a sus hijos solos, una vez que se dieron cuenta de que el Gobierno de los Estados Unidos devolvía a las familias de regreso a México, pero no a menores que viajaban solos. Más de 12.000 niños migrantes no acompañados se encuentran bajo custodia de la Patrulla Fronteriza. Los menores que cruzan la frontera solos, primero son retenidos bajo la custodia de la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras, luego transferidos a refugios administrados por el Departamento de Salud y Servicios Humanos, donde permanecen hasta que son entregados a parientes o patrocinadores en Estados Unidos.
De los 290 mil niños que cruzaron la frontera sin un pariente desde 2014, solo el 4,3% fueron devueltos a sus países de origen y el 28% recibió protección de los tribunales estadounidenses. Para diciembre del año 2020, el 68% de sus casos seguían sin resolverse, al 16% se le había ordenado irse, pero aún no había sido deportado ni confirmado su salida, y el 52% de sus casos todavía estaba en proceso. Los casos de inmigración de niños pueden demorar mucho más que los casos de adultos, debido a las disposiciones y protecciones especiales vigentes y a un sistema judicial extremadamente atrasado.
Hace 83 años, se inició un proceso de exilio masivo de niños conocido como “Los Niños de Rusia”, 37.500 niños fueron enviados desde España en plena guerra civil a la Unión Soviética, entre los años 1937 y 1938. De dicho total, casi el 50% nunca regresaron. En el año 2005, España reconoció públicamente sus sufrimientos vitalicios y se les concedió una pensión. La mayoría ya habían muerto para entonces.
Con la entrada de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial y la invasión nazi, los niños sufrieron la dureza de la guerra que intentaron evitar con su salida de España. Algunos llegaron a ser repatriados durante la guerra, otros regresaron a España entre 1956 y 1959 y otros se trasladaron a Cuba durante los años sesenta y un importante colectivo ha permanecido en Rusia hasta la actualidad.
En un inicio de este exilio fueron considerados por Rusia como la futura elite en una república socialista española y así recibieron buenos tratos y educación. Con la llegada de la guerra, la situación cambió radicalmente, muchos niños fallecieron o enfermaron y los alistados, participaron con el Ejército Rojo en la defensa de las principales ciudades del país, especialmente en las batallas por la defensa de Moscú, Leningrado y Stalingrado. En la vuelta a España, los niños deportados, fueron considerados por el régimen franquista como un objetivo político a perseguir. El reencuentro por tanto no fue fácil y un número no despreciable decidió finalmente regresar a la Unión Soviética. En Cuba, trabajaron como traductores, profesores, en la construcción o incluso como técnicos para la inteligencia cubana y allí recibieron el apelativo de los hispano-soviéticos.
Hace 225 años (año 1796), la vacuna contra la viruela fue obtenida por el médico inglés Edward Jenner y su llegada a América y Asia desde España, fue considerada como la primera misión humanitaria de la historia, llevada a cabo por el médico español Francisco Balmis entre 1803 y 1806. En el siglo XVIII, la viruela se había convertido en la pandemia más mortífera que azotaba a la humanidad, una enfermedad que no distinguía entre sexos, edades o clase social. Solo en Europa acabó con la vida de 60 millones de personas en ese siglo y sus estragos eran muy evidentes en América, desde su introducción en el continente por parte de los conquistadores españoles. El problema en transportar la vacuna fue el de la conservación de la muestra, que tan solo duraba unos pocos días, un tiempo muy inferior a los meses de duración del viaje por barco. Afortunadamente, la vacuna no requería de un transporte frigorífico como la del Covid-19.
La decisión tomada fue la de transportar el suero dentro de receptáculos vivos y para ello se seleccionaron 22 niños huérfanos españoles. La condición de ser niños garantizaba que no habían sido afectados por la enfermedad. Los niños serian inoculados sucesivamente de brazo a brazo en el curso de la navegación, conservando el fluido vacuno fresco y sin alteración hasta América. La expedición partió de España el 30 de noviembre de 1803 con un programa de inoculación de la viruela a los niños con las pústulas de los vacunados. No solo se les contagiaba de una enfermedad mortal, sino que además se le sometía a un viaje marítimo en el que muchos adultos no sobrevivían. En febrero de 1804, la expedición llegó a Puerto Rico y, al mes siguiente, al territorio de la actual Venezuela, en mayo se dividió en dos grupos, una al sur y uno al norte. El médico volvió a hacerse a la mar, esta vez con rumbo a las islas Filipinas. La travesía por el océano debió de ser aterradora para esa veintena de niños. La misión llegó al archipiélago filipino en abril de 1805, de allí marchó a Macao, entonces posesión portuguesa, y a Cantón y gracias a tres niños que iban con él difundió la vacuna por territorio chino.
No se conoce de algún reconocimiento para estos niños.
Recopilación de la Información y Restructuración por Antonio Jimenez.
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