En el año 1986, el precio de venta de un apartamento usado, con 3 habitaciones y situado en el este de la ciudad de Caracas, estaba en 800 mil bolívares, lo que equivalía a 40 mil dólares. En el año 1988, los precios por un apartamento similar habían subido a más de 3 millones de bolívares, pero equivalentes a 80 mil dólares. El aumento del precio siguió la burbuja inmobiliaria de los países industrializados occidentales, principalmente de España y de los Estados Unidos. El efecto en Caracas, no tenía los argumentos válidos en los países del primer mundo, realimentada al alza por el abundante crédito hipotecario auspiciado por políticas monetarias expansivas.
Tan pronto regresé al país en agosto de 1988, me dedique a visitar algunos apartamentos usados en venta y particularmente recuerdo a uno en especial, ya que me aportó en esa época, la clave para descartar la compra de segundas manos y solo considerar a los recién construidos como única opción. El edificio que visité estaba excelentemente ubicado en la Avenida Principal del Cafetal, muy cerca de la entrada de la Urbanización Santa Sofia, en donde existía un centro comercial con variadas tiendas de alimentos y servicios.
Lo ideal para ir caminando, sin tener que movilizar un vehículo en una ciudad tan congestionada en su tráfico a cualquier hora del día. Para esa visita me acompaño Hugo Villasmil, un compañero de trabajo y a quien considero un ser extraordinario, por su inteligencia y por la forma tan jocosa como se expresa, pero con el acertado significado en sus palabras.
El edificio estaría construido como 15 años atrás y en ese entonces el precio estaría muy accesible para la capacidad económica de mucha gente. Pude notar que, en el área del estacionamiento para la visita, estaba en funcionamiento un taller mecánico de algún propietario, era pequeño como para ocuparlo con no más de dos vehículos, pero igual se notaba el piso con manchas de aceite, grasas y combustible. Al edificio también se le notaba un deterioro en la pintura y en el mantenimiento de exteriores. Mi amigo Hugo, me sugirió que negociara el precio y tratara de descontarle 100 mil bolívares del monto total y que ese dinero lo utilizara para pintar todo el edificio antes de mudarme. Muy rápido me di cuenta de que con los años puede darse situaciones de que no todo el condominio sea capaz de aportar las cuotas de administración, tanto para las actividades ordinarias como para las extraordinarias. Este tipo de problemas se minimizan en los proyectos de compra de apartamentos de un edificio en construcción.
Afortunadamente, pude adquirir en compra un apartamento en una de las tres torres de las Residencias Los Parques, en Santa Fe Norte, el número 41 de la Torre Guatopo. Para eso apliqué y me otorgaron un plan de adquisición de viviendas de la empresa Maraven, y en complemento con mis ahorros y un pequeño préstamo hipotecario pude adquirir dicho apartamento.
Estas torres daban en uno de sus fachadas hacia la autopista de Prado del Este, como era conocida una arteria vial muy importante que salía desde la autopista Francisco Fajardo hacia el pueblo de Baruta. El apartamento estaba en el cuarto piso, pero existían cuatros pisos de estacionamientos y luego una distancia similar de una formación rocosa que daba al nivel de la autopista. En términos prácticos, era similar a que estuviera en un piso 12, por lo que el humo y el ruido de los vehículos que transitaban por la vía, no molestaban en realidad demasiado.
Entre la firma de la compra del inmueble y la de su ocupación, pasaron unos meses, lo que me dio la oportunidad de construir la cocina amoblada y adquirir las camas y otros muebles.
La selección y los pagos para reservar las compras, no me evitaron los problemas de retardos de los despachos. Estuve afectado por una estafa de un encargado de una tienda, pero afortunadamente el dueño se hizo responsable y respondió favorablemente a mis intereses.
De los servicios públicos, recuerdo que la telefonía con la operadora estatal y el agua eran los más problemáticos. El edifico tenía un gran tanque cilíndrico para reservas cuantiosas de agua que estaba ubicado en el medio de una vía en caracol que bajaba los cuatro pisos del estacionamiento. Por este motivo era una de las edificaciones privilegiadas de la zona y en donde se racionaba menos el aporte de agua a los apartamentos, pero esto no pasaba por ser infalible y había momentos en que no llegaba. Por este motivo le instale un pequeño tanque rectangular en el área del baño de la habitación para el servicio doméstico. Este tanque, según más tarde me enteré, estaba fabricado con fibra de vidrio y asbesto, un material cancerígeno muy peligroso para la salud.
La lucha por tener un servicio confiable de telefonía nunca lo pude resolver, en algunas ocasiones se lograba a través de contactos y de técnicos a quienes se propinaba en la calle para que tuviéramos el servicio por unos días, pero luego era otro vecino el beneficiado con la descontinuación del mío.
En una ocasión, en un domingo muy temprano en la mañana, entre a saludar a mi hija Gabriela en su cuarto y para mi sorpresa, en la esquina de su cama observé la presencia de un objeto metálico de unos dos centímetros a lo sumo. El objeto resultó ser un plomo de una bala, el cual había golpeado una varilla de seguridad o protección de su ventana y fracturado el vidrio, hasta caer en la esquina del colchón de la cama en donde la encontré.
En ese entonces y ahora que lo reseño, le doy gracias al señor por haber evitado que le hiciera daño a mi hija.
En el edificio vivía un coronel de la guardia nacional de nombre Frank Tomassi, quien había participado y fue un superviviente de la tragedia de Tacoa. Frank tenía en sus brazos unas cicatrices de una quemadura por radiación del calor al momento de explotar los tanques. Era experto en seguridad y me dio una respuesta a mi inquietud sobre el origen del disparo, descartando por su trayectoria, que hubiera sido desde algún cuarto en la torre vecina, que era lo que más me preocupaba. Fue un disparo al aire desde algún vehículo en marcha por la autopista.
Frank también participo en el levantamiento de los cadáveres de unos vecinos que eran compañeros de trabajo en Maraven. Un crimen y un suicidio por motivo pasional que resulto un shock que rompió la tranquilidad del edificio y de la empresa. Siendo amigo de esta pareja, nunca pensé que eso fuera posible y menos en personas tan preparadas y equilibradas.
En un apartamento de una torre vecina, vivía Igor Decan, el segundo hijo del famoso narrador de carreras de caballos Ali Khan. Igor murió de un paro respiratorio a los 36 años de edad y vivía con una morena caribeña que resaltaba por lo atractiva. Estaba en su cima de popularidad como comentarista hípico al lado se papa y su muerte resulto muy sentida en el medio y mucho más por su padre. Sobre las causas de su muerte se mantuvo mucha reserva periodística, pero de Igor informalmente existían continuos comentarios sobre su adicción a las drogas.
En la madrugada del 4 de febrero de 1992, estando en nuestro apartamento, nos despertamos con un ruido de hélices y de pronto nos transportamos mentalmente a la guerra de Vietnam, con el vuelo rasante de helicópteros por sobre la autopista del este.
Hasta ese momento, no estábamos enterado del golpe de estado fallido de Chávez, pero sabíamos que algo estaba ocurriendo con los militares. El propio presidente Pérez aclaro más adelante lo del golpe y de la rendición de sus comandantes.
Ese día fue el comienzo del fin del país.
Antonio Jimenez.
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