Relatos (34): lecciones de vida.

La tarde oscureció repentinamente y se sumergió bajo una lluvia de mediana intensidad y sin rayos que intentaba refrescar el ambiente caluroso. La tarde, bajo esas condiciones de calma y frescura, seducía al encuentro de un reposo y motivaba a la evocación de gratos momentos vividos. También, de forma repentina, se apareció una distracción, actuando como un villano de película, interrumpiendo los recuerdos, justo al observar una mancha de humedad que afectaba una pared, indicando que el agua de la lluvia había logrado filtrarse a través de la estructura de la casa por algún camino permeable.

La temporada de lluvias que apenas había comenzado ya daba señales de su agresividad, y se debía permanecer muy atento para actuar diligentemente, por si fuera necesario reacondicionar de inmediato cualquier afectación en la casa. La premura en la reacción se confabuló en contra de retomar los recuerdos, colocándolos en espera, mientras se ubicaba a una persona con habilidades para corregir la humedad. Ese trabajador, en efecto, logró hacerlo con unas actividades correctivas que siguieron un procedimiento muy sencillo, que posiblemente no requerían de la contratación de un tercero.

En un siguiente día, también con la presencia de la lluvia, se reflexionó unos minutos sobre las razones detrás de la premura en la corrección inmediata de cualquier problema en la estructura de la casa que, aunque muchos podrían considerar tediosas, era un hábito adquirido desde una temprana edad.

A mediados de los años sesenta, la familia se mudó a una casa adquirida aprovechando la oportunidad de un remate judicial. Esa casa permaneció inhabitada por años y estaba tan deteriorada que no ofrecía ni mínimas condiciones para ocuparla de inmediato, para lo cual se requería de urgentes trabajos de reacondicionamiento, solo para cubrir unas necesidades mínimas de permanencia.

Las obras iniciales de reacondicionamiento de esa casa fueron efectuadas por una pareja de trabajadores desiguales en edad y habilidades para tal fin. Estaba constituida por un tío adulto, quien en sus ratos de sobriedad pasaba por albañil, y un sobrino menor de edad, quien era su ayudante. El tío protegió a su sobrino de los excesos físicos, pero en el menor trascendió el gran esfuerzo para ayudar a cargar y mover sacos de cemento y bloques de arcilla, para batir las mezclas de cemento y para pintar las paredes. Ese trabajo de gran exigencia física resultó agotador, pero aleccionador, para siempre intentar hacer con manos propias cualquier actividad manual.

En los siguientes trabajos de remodelación de esa casa, a mediados de los años setenta, se incluyó una redistribución de todos los espacios, ampliando y agregando dormitorios y baños, y mejorando el ornato con un porche techado de entrada. Otra vez, el aporte laboral de la familia fue importante, tendiendo pisos de acrílicos y construyendo un cielo raso con láminas de cartón de masonite y farquillas de madera. Con esas actividades se completó un menú de lecciones aprendidas para el futuro.

En esos trabajos se construyó una habitación en la misma área en la que anteriormente estaban la cocina y el lavadero, y desafortunadamente, en un trabajo mal efectuado, quedaron algunas grietas en las paredes, comunicándose con el exterior de la casa. Entre esas grietas se establecieron nidos de insectos, principalmente de cucarachas, y al no actuar en contra con la debida prontitud, proliferaron los insectos y se ocasionó un mayor gasto para su control y erradicación con el insecticida y otros trabajos de albañilería para tapar las grietas.

En la reflexión al final de los recuerdos, se concluyó que las lecciones de la vida a temprana edad ayudaron al aprendizaje en general, a desarrollar la resiliencia para enfrentar los desafíos y a comprender totalmente el valor del tiempo y el propósito.

Antonio Jimenez.