Iginio vive en La Otra Banda, un pueblo con un extraño nombre, ubicado en una región centro-occidental de Venezuela, pero, aunque raro y todo, ya ese mismo nombre había sido elegido para pueblos de México, Colombia y Chile.
Iginio mostró aptitud para la música desde muy temprana edad y participó en competencias públicas, con niños de poblaciones vecinas, todos improvisando y cantando los versos, con prontitud y articulación.
La Otra Banda en Venezuela, es un peladero de chivos en la propia extensión de la palabra, puesto que adicional a lo desértico con la falta de pasto alrededor de las casas, allí los residentes se dedican a la cría y venta de carne de ese caprino. En las inmediaciones del pueblo, se han desarrollado unos viñedos y siembras de cebolla, siendo preciso esos ingredientes para preparar un chivo al tarkari.
La principal diversión de los habitantes de La Otra Banda son las peleas de gallo, un espectáculo que se quedó atrapado en el tiempo y que cada domingo después de la misa, se repetía con la misma secuencia de acciones; pesar y medir el gallo, colocarlo en un casillero y, por último, la riña de los gallos, los gritos y las riñas de los dueños. A la mitad del tiempo transcurrido, les bajaban un poco a las tensiones de los apostadores y para eso, amenizaban con música en vivo, con la actuación de cantantes reconocidos y galardonados. En uno de esos shows, Iginio compartió la tarima con esos cantantes, quienes, se identificaban con nombres compuestos con la palabra gabán seguida de la región de donde procedían. De esa manera, desfilaron y cantaron el gabán de la caimana, el gabán de sicarigua, el gabán tórrense, el gabán de la represa y el gabán caroreño.
Al locutor en tarima, le pareció acertado que, en equidad y justicia, Iginio debería conocerse como el gaban de La otra Banda y así quedó identificado para siempre.
La palabra “gabán” en Venezuela se utiliza comúnmente, para nombrar a una especie de las aves zancudas y a unos intérpretes de la música venezolana.
El gabán soldado, el gabán peonio y el gabán huesito, en ese orden según su tamaño, son las aves zancudas conocidas como cigüeña en otras partes del mundo. Sus patas son bastante alargadas, para que el ave pueda incursionar dentro de los ríos, lagos y esteros y eso significa que el agua debe estar presente en su hábitat de vida.
Todos los gabanes cantantes, a diferencia de las aves zancudas, vivían en tierras muy áridas, incluyendo a La otra Banda, todas muy necesitadas del agua. Ese pueblo fue incluido en el año 2005, como beneficiario de un proyecto para la consolidación de un sistema de riego, transportando el agua desde el rio Tocuyo. Para ese proyecto se construyó un tanque para almacenar 500 millones de litros de agua, unos canales de trasvase y una galería filtrante del agua. Todas esas obras fueron abandonadas; el tanque que nunca recibió agua, se agrietó y quedó para que unos dañados consumieran drogas, a los canales y a la galería filtrante, los tapó la maleza, resultando muy difícil recuperarlos. La inversión malversada alcanzó los 360 millones de dólares.
Las ilusiones del ciudadano Iginio, por el desarrollo industrial en las cercanías de su pueblo, que incluía al tercer central azucarero del municipio, quedó en la nada. Aun así, ese gabán siguió componiendo sus canciones, con temas de homenajes a los gobernantes, en especial al fallecido ex presidente Chávez.
En una presentación, conjuntamente con otro compañero gabán, quien, a su vez era psicólogo, conversaron sobre su preferencia musical. Iginio le manifestó sobre su idolatría política al punto de que se estaba convirtiendo prácticamente en su esclavo. Él se sentía bien bajando su cabeza ante su imagen, conociendo de que cometía errores trascendentales; también temía mucho que el circulo vicioso de esa idolatría, lo conduciría irremediablemente a ser un cómplice pasivo de corrupción.
El gabán psicólogo le aclaró que nadie podía prestarse a la manipulación perversa de un falso ídolo, quien, se aprovechaba malsanamente de ese fanatismo. La idolatría política creaba a un gigante ídolo, dueño de todo, hasta de las voluntades y al final los dejaba a todos muy indefensos y abusados.
Antonio Jimenez.
De una idolatría política desmedida al esclavismo, hay solo un paso. El bajar la cabeza ante la imagen de un político inútil, que incumple con sus metas por faltas a la etica, convierte a quien lo idolatra en su cómplice pasivo.