Para mi asistencia a la ceremonia y la fiesta de la boda del chairman de Pacific, efectuada con gran afluencia de invitados en el Centro de Convenciones de Cartagena, acudí a una tienda especializada en Bogotá para alquilar un smoking.
La mercancía para el alquiler en esas tiendas, pasa por usos repetidos y algunas veces hasta huelen a Varsol. Los pantalones de las tallas grandes, tienen unas cintas elásticas para ajustar en la cintura y se toman los ruedos a lo largo, pero no se hace ningún ajuste para el ancho de las piernas.
Por el tiempo que estuve presente en la boda y en especial en la pista de baile, noté que mi traje se desdibujaba, ya que continuamente debía acomodarme la camisa, el cuello, el corbatín, el chaleco, el fajín y ajustarme el pantalón a la cintura. Un martirio que desafortunadamente se convirtió en un malestar, no solo para mí, sino también para mi esposa, quien, si tenía claro que, para esas ocasiones, no se debería tomar el riesgo de quedar mal parado, ante la marcada influencia en tu vida laboral de parte de los demás.
Al siguiente año que fue el 2013, se me presentó la ocasión para redimirme y eso ocurriría para el día en que cumpliría los 60 años de vida.
Muy pocas cosas en mi vida me han resultado tan agradable, como la compra de un par de smokings, el del saco negro y el del saco blanco, hechos a la medida, bajo la experta mano del sastre elegido, quien, además, era un asesor de moda de mucho prestigio en Bogotá.
La sastrería es un arte, una técnica y una organización enfocada al diseño, como base fundamental para la creación de una pieza estética como es un traje a la medida, que otorgue elegancia, prestancia y glamour.
El trabajo del sastre involucró el uso de patrones, cortar la tela y coserla a mano y a máquina. Dicho así de simple, desmeritaría las visitas y conversaciones que mantuve con ese artista, sobre la escogencia de los paños, la toma de las medidas, el prototipo y la verificación del diseño, la selección de los accesorios y hasta los whiskies.
El 30 de diciembre del año 2013, el día de mi cumpleaños 60, coincidió con un lunes laboral, pero eso no sería un impedimento para la celebración en Bogotá, en la sala de fiestas de la urbanización Antigua.
Al llegar a ese día, me pareció que la vida transcurrió en un momento, sucedió tan rápido que me resultó increíble y aunque en mi interior seguía siendo un joven, pasé de la adolescencia a las puertas de la vejez en tan solo una noche. Tener los 60, son dos veces 30 años; es entonces reconocer la densidad y la riqueza del ayer y lo frágil y precario del mañana, lo cual es suficiente razón para no posponer los sueños y hacerlos realidad en la medida de lo posible.
En eso nos ayudaría la sabiduría, que es un proceso activo de desarrollo que dura toda la vida y del que podemos disfrutar siempre, si estamos dispuestos a ello.
La sabiduría permite dialogar con el cuerpo, conocer los caprichos de la digestión, los ritmos del corazón, la capacidad de los pulmones, la susceptibilidad de las articulaciones en tiempos de lluvia y el potencial de creación que llevamos adentro.
Tener 60 años es mucha juventud acumulada y ese día le di la bienvenida por todo lo alto, con mi smoking tailor made, a mis recién inaugurados sixties.
Antonio Jimenez.
Buenos días, ya está publicado en mi blog, el post " Relatos cortos(76): los 60". Con este relato de naturaleza muy personal, se cierra el año 2022. Espero que sea de su agrado.