Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia.
Aldous Huxley (1894-1963) Novelista, ensayista y poeta inglés.
Primera parte: las definiciones
Un cómplice, en Derecho Penal, es una persona que es responsable penal de un delito o falta, pero no por haber sido el autor directo del mismo, sino por haber cooperado a la ejecución del hecho con actos anteriores o simultáneos. Existen matices con respecto a distintas formas de complicidad. Es posible distinguir entre un cooperador necesario para la ejecución del delito con un acto sin el cual no se habría efectuado y el cómplice propiamente dicho que es aquel que coopera en la ejecución del delito, aunque sin su cooperación el delito podría haberse llevado a cabo, en cualquier caso. La pena para el cooperador necesario es igual a la del autor del delito, mientras que el cómplice suele tener una pena atenuada.
La modalidad que tiene una persona para comportarse en diversos ámbitos de su vida se conoce como la conducta. Se refiere a las acciones que desarrolla un sujeto frente a los estímulos que recibe y a los vínculos que establece con su entorno. Una conducta agresiva la tienen aquellas personas que se caracterizan por tratar de satisfacer sus necesidades, que disfrutan del sentimiento de poder, que les gusta tener la razón, que tienen la capacidad de humillar a los demás y que suelen ser enérgicas. Una conducta pasiva la tiene quienes se caracterizan por ser personas tímidas, que ocultan sus sentimientos, que tienen sensación de inseguridad y de inferioridad, que no saben aceptar cumplidos, que no cuentan con mucha energía para hacer nada y que los demás se aprovechan de ellos con mucha facilidad. La conducta asertiva es el tercer tipo citado. Las personas que la poseen tienen entre sus principales señas de identidad el que siempre cumplen sus promesas, que reconocen tanto sus defectos como sus virtudes, se sienten bien consigo mismos y hacen sentir también bien a los demás, respetan al resto y siempre acaban consiguiendo sus metas.
Una persona con un estilo inhibido o sumiso, por miedo a ofender, enfadar, molestar, hacer el ridículo o generar conflicto, no se atreve a defender sus objetivos o necesidades. No da su opinión ni expresa sus emociones. No es capaz de pedir ayuda. Respeta a los demás, pero no se respeta a sí mismo. A corto plazo consigue no generar conflictos, pero a largo plazo su autoestima se ve dañada y resulta poco atractivo a los demás. Hace sentir a los otros culpables o superiores.
Segunda parte: El Exterminio
Los alemanes crearon una serie de instalaciones de detención para encarcelar y eliminar a los enemigos del estado. La mayoría de los prisioneros en los primeros campos de concentración era comunistas alemanes, socialistas, social demócratas, gitanos, testigos de Jehová, homosexuales, clérigos cristianos, y personas acusadas de comportamiento asocial o anormal.
Después de la anexión de Austria en marzo de 1938, los nazis arrestaron judíos alemanes y austriacos y los encarcelaron en los campos de Dachau, Buchenwald, y Sachsenhausen, en Alemania. Después de los pogroms de Kristallnacht en noviembre de 1938 (asalto a las juderías con matanza de sus habitantes), los nazis llevaron a cabo arrestos masivos de hombres judíos y los encarcelaron en campos por periodos breves.
Equipos especiales de las SS llamados “Unidades de la calavera” (Totenkopfverbände) vigilaban los campos, y competían unos con otros en crueldad. Durante la Segunda Guerra Mundial, médicos nazis hicieron experimentos sobre los prisioneros de algunos campos. Bajo el impacto de la guerra, el sistema de campos nazis creció rápidamente. Después de la invasión alemana de Polonia en septiembre de 1939, los nazis abrieron campos de trabajos forzados donde miles de prisioneros murieron de agotamiento y hambre.
Después de la invasión alemana de la Unión Soviética en junio 1941, los nazis aumentaron el número de campos de prisioneros de guerra. Algunos de los campos fueron construidos dentro de campos de concentración ya existentes, como en Auschwitz en la Polonia ocupada.
El campo de Lublin, luego conocido como Majdanek, fue creado en el otoño de 1941 como un campo de prisioneros de guerra y fue convertido en campo de concentración en 1943. Miles de prisioneros de guerra soviéticos fueron fusilados o gaseados ahí.
Para facilitar la “Solución Final” (el genocidio de los judíos), los nazis abrieron campos de exterminio en Polonia. Chelmno, el primer campo de exterminio, abrió en diciembre de 1941. Ahí los judíos y gitanos fueron gaseados en camiones. En 1942, los nazis abrieron Belzec, Sobibor, y Treblinka para asesinar sistemáticamente a los judíos del Gobierno General (el territorio en el interior de la Polonia ocupada).
Los nazis construyeron cámaras de gas para aumentar la eficiencia del proceso y para hacerlo más impersonal para los verdugos. En Auschwitz, el campo de exterminio de Birkenau tenía cuatro cámaras de gas. Al culminar las deportaciones, hasta ocho mil judíos fueron gaseados cada día.
Los judíos en los territorios ocupados por los nazis eran a menudo primero deportados a campos provisionales, como Westerbork en Holanda, o Drancy en Francia. Los campos provisionales eran usualmente la última parada antes de un campo de exterminio.
Bajo la dirección de las SS, los alemanes mataron más de tres millones de judíos en los campos de exterminio de la Polonia ocupada.
Tercera parte: la complicidad sumisa
Para los nazis el destino de los judíos no era prioridad ante la situación económica y su reputación ante el mundo. Bajo esta lectura, los alemanes no-nazis asumieron una actitud de indiferencia o de complicidad pasiva ante lo que decidieran hacer los alemanes nazis con los judíos. Los alemanes internalizaron los prejuicios y estereotipos sobre los judíos, difundidos por años por los nazis y prefirieron no cuestionar esas imputaciones contra los judíos, porque en gran medida se habían convencido de ellas. Al apartarse, de esta forma, psicológicamente, de la suerte de los judíos, el pueblo alemán había permitido tácitamente la Solución Final. Una tolerancia tácita del crimen porque se atacaba a quienes se había asumido que no tenían valor o eran una amenaza.
La Segunda Guerra Mundial tiende a interpretarse en formato rápido: los nazis eran el mal a extirpar y el resto del mundo, exceptuando un puñado de aliados, estaba contra ellos. Esta versión, aunque certera, sólo cuenta una parte de la historia. Sí, los nazis cometieron las mayores atrocidades de la historia de la humanidad, pero no lo hicieron solos. Su dominio del continente europeo durante años, y el exterminio de gran parte de su población, sólo se explica si alguien mas les estaba ayudando.
Por descontado, Italia, Bulgaria o Rumanía, como aliados necesarios, pero comparsas de un régimen todopoderoso, colaboraron con la Alemania nazi. No fueron los únicos. La colaboración con los nazis es aún hoy una herida que cruza el continente de punta a punta, porque implicó a grandes masas de población, quebró moralmente a los países invadidos por las tropas de Hitler y porque emborrona el relato posterior a la guerra, aquel en el que hubo un agresor y muchas víctimas.
Entre los colaboradores de los nazis se tienen los siguientes regímenes:
1. El régimen Ustacha de Croacia.
Uno de los regímenes más brutales creado bajo el amparo de los nazis fue el estado títere de Croacia, gobernado con mano de hierro por los nacionalistas fascistas croatas, el movimiento Ustacha dirigido por Ante Pavelic. La Ustacha fue el principal aliado de los nazis en Yugoslavia. Además de la persecución y aniquilación sistemática de judíos, los croatas se emplearon a fondo para terminar con sus enemigos étnicos y políticos dentro del Reino de Yugoslavia.
Entre otros hitos, la Ustacha controlaba el despiadado campo de exterminio de Jasenovac, donde miles y miles de serbios, la etnia dominante del reino durante su corta existencia, fueron represaliados. Cuando la guerra terminó, los croatas fueron asimismo perseguidos por los partisanos comunistas serbios de Tito, acusados de traición a la patria y colaboración con el régimen nazi. Se calcula que alrededor de 100.000 personas fueron asesinadas en el campo de Jasenovac.
2. Los nacionalistas ucranianos.
Ucrania y Polonia vivieron algunos de los episodios más sangrientos de la Segunda Guerra Mundial. En el actual oeste de Ucrania, por aquel entonces aún repartido entre el estado polaco, los soviéticos y parte de la actual Eslovaquia, los nacionalistas fascistas ucranianos colaboraron con los nazis en su lucha contra los soviéticos y contra los polacos del norte del país, además de trabajar mano a mano con las SS en la represión brutal y total de todos los judíos de la región. Los colaboracionistas ucranianos lucharon también contra otros ucranianos que de un modo u otro estaban haciendo lo propio con los soviéticos.
3. Miles de ciudadanos franceses.
Francia fue ocupada en 1940 y dividida en dos: por un lado, un territorio directamente ocupado y gestionado por las tropas nazis. Por otro, el Estado de Vichy, colaboracionista al igual que el eslovaco o la República de Saló italiana. En ambos, miles de ciudadanos franceses colaboraron pasiva o activamente con los nazis. Las cifras son inciertas, pero se calcula que el número de implicados supera ampliamente a los 100 mil sólo en la Francia ocupada.
Los nazis necesitaban gestionar un país inmenso, pero no tenían personal suficiente. Para ello, se valían de profesionales cualificados y ciudadanos que ofrecían su ayuda a cambio de no ser reprimidos o de beneficios en el trato. Cuando Alemania perdió la guerra, muchos de ellos fueron represaliados de forma sumaria por los partisanos de la resistencia: fusilamientos, humillaciones públicas y vejaciones de mujeres que se habían acostado con alemanes.
4. El Gobierno de Hungría.
La relación de Hungría con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial es muy compleja. Por un lado, el país observó con complacencia el ascenso nazi sobre sus vecinos del norte, especialmente Eslovaquia, y sobre los del sur, Yugoslavia. Hungría había perdido mucho territorio tras la Primera Guerra Mundial y, gracias a sus amistosas relaciones con Hitler, lo recuperó en la década de los '40. Sin embargo, una mirada más cercana revela distintos matices.
Al final de la guerra amagó con cambiar de bando, lo que provocó la invasión nazi del país y el ascenso de la Cruz Flechada, un grupo antisemita y fascista, al poder. Eso provocó miles de deportaciones y asesinatos de judíos
El Estado húngaro, dirigido por Miklós Horthy, colaboró en la represión de los judíos dentro de su territorio, pero se mostró más laxo de lo que Alemania deseaba. Hungría participó en varias campañas nazis contra enemigos cercanos.
5. El ejército finlandés.
La Guerra de Invierno fue uno de los primeros conflictos que no envolvieron a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La Unión Soviética atacó Finlandia a finales de 1939, apenas unos meses después del inicio del conflicto, con el objetivo de invadir el país al completo. Por aquel entonces, el país nórdico sólo contaba con dos décadas de independencia y había atravesado una guerra civil sangrienta entre comunistas y blancos durante la Primera Guerra Mundial.
El objetivo de Stalin era apoderarse de un territorio que históricamente había sido poseído y dominado por la Rusia de los zares. Fracasó y sólo pudo tomar Carelia. En consecuencia, el ejército finlandés, amparado por el gobierno del país, optó por aliarse con los nazis en la Operación Barbarroja. Las tropas de Mannerheim, héroe blanco de la guerra civil, participaron lateralmente en el terrible sitio de Leningrado, que mató de hambre a la ciudad durante más de un año.
6. Austria en su mayor parte.
De los 7 millones de habitantes de Austria durante la Segunda Guerra Mundial, unos 700.000 estaban afiliadas el partido de Hitler, más que en Alemania. Austria colaboró en su mayor parte con los nazis porque formaba parte de su ser en primaria instancia. Gracias a ello, el relato nacional de Austria después de la guerra pudo articularse en torno al victimismo, dejando a un lado el papel activo que tuvo en el nazismo.
7. La Eslovaquia de Jozef Tiso.
Dada la imposibilidad logística de conquistar y dominar la totalidad del continente europeo, los nazis establecieron alianzas con países a los que no deseaban invadir pero que les resultaban de utilidad (Hungría, Bulgaria, Rumanía) y crearon estados vasallos que mantenían una ficción soberana a las órdenes de Alemania: Vichy, Croacia y Eslovaquia se cuentan entre estos últimos. En el país eslovaco, fue la figura de Jozef Tiso quien capitalizó el colaboracionismo con los nazis. Del mismo modo que en Croacia o Hungría, Eslovaquia aplicó políticas de represión sistemática para con la población judía. El régimen de Tiso primero reguló contra los judíos, más tarde los encerró en guetos al estilo de Polonia y finalmente comenzó a deportarlos a los campos de exterminio ideados por los nazis en la Solución Final.
Estos son sólo algunos ejemplos que no dibujan el lienzo completo de los colaboradores con los nazis en el continente europeo. Al igual que en Lituania, tanto en Estonia como en Letonia también hubo ciudadanos bálticos que trabajaron con los nazis tanto en la deportación de judíos como en su legítima lucha contra la ocupación y la amenaza soviética. Idénticas escenas tuvieron lugar en otros lugares del este de Europa o de los Balcanes. Y también en Europa Occidental.
Ningún país ocupado o parcialmente controlado por los nazis se libró de ciudadanos colaborando con las tropas y las autoridades alemanas, ya fuera Bélgica, Holanda, Noruega o Dinamarca. Muchos de ellos podían hacerlo por razones ideológicas, pero otros por motivos instrumentales, ya fuera por la posibilidad de obtener poder político interno o por mera supervivencia.
Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó, admitir que medio continente había estado colaborando con los nazis era una verdad incómoda que no contribuía a reconstruir los estados occidentales. En Francia, Charles De Gaulle optó por la reconciliación tras la guerra civil soterrada vivida entre partisanos y colaboracionistas: Francia sería víctima y no parte.
En Italia la lectura fue igual de amarga, dada la guerra civil de facto que enfrentó a miles de italianos durante años.
Fue el precio a pagar por ganar la guerra, pero también el lienzo incompleto de la Segunda Guerra Mundial. En los países comunistas las autoridades rusas necesitaban ganarse el favor de las poblaciones locales, y también vieron en la exclusividad de la culpa alemana una forma de expiar pecados, ganar favores y asentar su poder. Lo requerían tras haber ocupado el resto del continente de la mano de golpes de estado y amaños electorales.
Recopilación de la Información y Restructuración por Antonio Jimenez.
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